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Azucena Mecalco
viceversa

El misterio de la indignación colectiva

México se ha transformado en el país de la indignación. Le indigna que Trump llegue al poder, que E.U.A. bombardee territorios en oriente, que se produzcan asesinatos, robos, injusticias, y hasta que el cambio climático esté derritiendo el polo norte. Lo curioso es que todos estos fenómenos parecen sólo afectar al colectivo mexicano cuando se producen fuera de su territorio.

Diariamente vemos en redes sociales cómo las personas expresan su malestar por los sucesos de índole internacional, y hasta ponen la bandera del país que sufre tal o cual atentado en su foto de perfil del Facebook, cuando México es uno de los lugares en los que ocurren más asesinatos sin estar en guerra civil. Uno de los países donde más políticos se enriquecen a costa del erario público y claro, uno de los países en donde se asesinan a más periodistas. En semanas recientes hemos sido testigos de la muy profunda indignación del pueblo mexicano por las faltas y agresiones cometidas a la libertad de expresión en Venezuela. Sin embargo, sólo el gremio periodístico se atreve a levantar la voz por las 47 muertes de periodistas acaecidas y registradas por la Fiscalía para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) entre 2010 y 2016.

En sus transmisiones diarias a través de Facebook, el periodista Julio Astillero invitaba al pueblo a grabar un video para decir «porque están encabronados» con las formas políticas y sociales a las que nos vemos sometidos todos los días. Por desgracia, aunque este ejercicio sea parte de una iniciativa que incita a la gente a expresar su descontento, muchas personas se contentan simplemente con exponer su malestar, sin buscar una solución o crear una forma de protesta que nos encamine obtener lo que realmente deberíamos tener como parte de un país cuyos recursos naturales y humanos son por mucho privilegiados.

Las redes sociales nos brindan la maravillosa oportunidad de quejarnos sin consecuencias al tiempo que nos eximen de nuestras responsabilidades políticas, éticas y sociales como ciudadanos. Nos indignamos cuando los políticos no cumplen, cuando gana el candidato del partido de siempre o cuando diputados y senadores aparecen durmiendo cómodamente en el palacio de San Lázaro. Pero toda esa indignación desaparece cuando llega el momento de votar, pues como «siempre gana el PRI», nos da pereza levantarnos del sofá, apagar las transmisiones de Televisa y salir a votar. No es raro entonces que el mismo Instituto Nacional Electoral (INE) reporte que en las últimas elecciones el abstencionismo superó el 46%.

Vivimos una crisis económica corrosiva, una pandemia cultural agravante y sobre todo una situación social bochornosa en todos los sentidos, pero ninguna de éstas desaparecerá en tanto cada cual obtenga lo que busca: la comodidad. Mientras no nos ocurra un incidente de manera personal podemos seguir mirando al extranjero, compadeciendo a venezolanos, cubanos, israelitas, franceses, etc., protestando en Facebook y haciendo caso omiso de las problemáticas nacionales.

Resulta desolador que hoy, más que en ninguna otra época, las palabras de Alejandro Galindo, cineasta mexicano, concedidas en una entrevista de 1973, sean mucho más actuales que nunca: «…arrastramos un trauma desde la Conquista, a lo largo de la historia hemos sido víctimas incontables de engaños […] pero además vivimos un individualismo radical. Una cerrazón absoluta frente a los prójimos. Entonces sobreviene la desconfianza a la política porque ésta es, ante todo, una comunión de ideas. El mexicano no es capaz de compartir nada y la política, por ende, le importa un pito».

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