Mis Facebook stories es un libro que estoy armando y este es el título provisional en caso de que ya alguien lo tenga registrado. Hace mucho tiempo cuando no imaginaba que podría publicar como libro algunas de las historias que publico por estos medios, pensaba que mi impulso me venía de aquella profesión que abandoné cuando comencé en la Universidad de Puerto Rico. Allí estuve soñando con un periodismo passé, y me cambié a la facultad de letras hispánicas que verdaderamente estaba passé. Ahora sé que mis «Facebook Stories» colindan o tocan con algo que hacía, un tipo de periodismo cultural, y que he realizado a través de géneros híbridos. No tengo dudas respecto a que, mientras digo y cuento mi intención, ya se tienen que haber producido en otros confines parecidas intenciones de escritura y reflexiones instantáneas y breves como lo quieren los nuevos lectores. Por otro lado, escribir de ese modo implica permitirle a otr@ tomar de lo tuyo descaradamente porque la autoría como se planteó después del medioevo regresa a su origen. Matemos al autor@ y replantemos, además, el asunto de género contra la RAE. Cada uno de sus letras, R-A-E llama al fuego como si se tratara de la revolución francesa contra cualquier monarquía. Cada vez será más y más difícil demostrarle plagio a nadie. Entonces paso a una de estas historias. Ocurrió el pasado 21 de enero de 2020.
Robar o no robar, ese es el dilema.
(Usaré solo esta vez el símbolo @ para unirme a aquell@s jóvenes que piden una mayor justicia en los asuntos de la lengua y el género. Para evitar confusión mientras vamos reconociendo esos cambios seguiré de forma tradicional sin el uso de @)
Estuve robando toda esta noche con unas chicas y chicos cuyas lecturas conocidas o novedosas me despertaron la gula y el placer por la lectura. Esta noche he sido ladrona y no me arrepiento. No sé si mañana pensaré distinto. Hoy es hoy. No faltará, lo sé, alguien que comience con discursos de moralidad y me dirija los pasos para ser una ciudadana correcta, una mujer madura que actúa según su edad, su sexo y la profesión que ejerce. Creo que esto es algo que siempre quise hacer. Esos chic@s y yo robábamos libros en PDF, sobre todo de poesía. Me sentí viva como en esos momentos de la historia de la humanidad donde el caos tiene la palabra así como la protesta y la rabia acumuladas dictan la acción a tomar. No veo en esta acción diferencia alguna entre las efectuadas por chicos y chicas de Chile en los últimos meses. No me pregunten cómo llegamos a esa página de facebook destinada al librocidio contra el mercado capitalista del libro. Prefiero no contar cómo ni quién inventó esta página para ladrones de libros sobre poesía. Por si la policía de los medios llegara —pues sé que con el robo de películas y música en youtube, donde encontrábamos piezas de coleccionistas para todo el mundo, ocurrió que el robo tuvo un final triste, y ya ni los clásicos en blanco y negro encontramos—, me dispuse a obrar rápidamente. A robar, pues. Como si del cielo cayeran golosinas o billetes para hacernos ricos los guardaba en un archivo que titulé Libros en PDF. Fui veloz, y la alegría crecía y crecía ante los nuevos títulos mientras con el cursor bajaba de persona en persona contagiada por el saqueo. Llegué a encontrar a las editoriales más prestigiosas, a las casas dedicadas a la poesía tales como Visor, por lo cual el placer me arropaba como una ola o espasmo sexual; reconocí en las listas a muchos editor@s con quienes me senté alguna vez en la misma mesa durante festivales o encuentros, y me dispuse a robarles sin remordimiento. ¡Qué placer! Con frenesí, sin vergüenza. Ya no estoy en la edad para analizar el bien y el mal en todos sus pormenores, lo confieso. Esta vez, voy a saltar los protocolos y cualquier llamado a la conciencia. Estoy de cabeza en el placer absoluto y recuerdo a Sade inevitablemente: «La conciencia no es la voz de la naturaleza, sino del prejuicio».
La apropiación resulta un descaro a los ojos de los que tienen (libros). Por supuesto que es confuso, como el amor de Robin Hood y su amada, con sacerdote incluido y ladrones por una buena causa. Por lo menos, sé que no solo de pan vive el hombre. A la hora del repartimiento de las grandes bibliotecas me costó mucho hacer dos las cuales perdí por razones que no vienen a cuento. Esta biblioteca de libros PDF que nadie autorizó a publicar en los medios sociales no me la arrebatará nadie. Estos libros son míos. Ya no son del papel que olía y tocaba, como ese olor de catedrales viejas. No, es el invisible olor de los medios sociales que expropian, confunden, y liberan nuestras conciencias sin prejuicio y vertiginosamente, al instante, sin pensarlo mucho. No hay tiempo que perder. Robemos al placer mismo esta posibilidad de tener todos los libros que soñamos en las ferias y no pudimos leer. Desquitémonos por esos plásticos que nos mantuvieron a raya para hurgar siquiera en las primera páginas como hacían los ladrones de pedestal y rosa dispuestos a quedarse en un punto fijo hasta terminar un libro costoso. De pie o sentados robábamos palabras en las librerías antiguas, como quien no quería la cosa, disimulando devorábamos libros enteros y ya no pudimos con el plástico. Salud y vida, brindemos desde nuestras casas por esta noche de robo armado. Si quedo ciega frente a la pantalla habré entrado a la oscuridad saciada y feliz. Borges y Ray Bradbury entenderían de lo que hablo. Siempre habrá una ceguera lúcida (Saramago, Sábato, Llosa) y alguien que nos recite versos para una biblioteca en la memoria. Desde Salomón hasta Sor Juana, por mencionar dos. Y por si acaso perdiera mi computador y mi archivo portátil, guardaré el archivo entero por dropbox y google drive. Es posible también que esos chicos y yo hagamos una biblioteca virtual después del saqueo. Los libros serán gratis como el aire que respiramos.