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Miradas de película

Sólo basta mirar para saber, no tienen que abrir la boca, ni siquiera moverse. No tienes que scannear su modo vestimentario ni fijarte en el lenguaje corporal. En una sala de exposiciones, mira a tu alrededor y sabrás cuáles de los visitantes son latinoamericanos del trópico y quienes no. Los que miran atentamente las obras expuestas pero sin dejar de estar pendientes de los otros, son los tropicales.

La mirada latina nos identifica, es raza más que cultura. Mirada alerta, a rienda suelta la curiosidad sin represión. Mirada que goza, destellante por la alegría que da el disfrute. Podemos incluso decir que es una mirada inocente aun en los casos más pícaros e intencionados, porque no solo deja entrar sino que deja salir. Quiere saberlo todo y decirlo todo. Es una mirada que llega al otro sin susto porque al tiempo que se mete, deja entrar.

Cuando la creencia popular nos pone a decir que la mirada es el espejo del alma, la expresión no puede tener mejor asidero que cuando a los latinos se refiere. Nos muestra en lo que somos, inquietos, curiosos, juguetones, gráciles, alegres e irresponsables, si se quiere llamar así a la libertad de ejercicio del ser sin la restricción de los buenos modales.

Eso implica que no somos buenos haciendo foco: incluso cuando estamos muy concentrados, somos capaces de mirar en 360 grados, de soslayo, sin mirar, por si acaso alguna eventualidad. Vale aclarar que las eventualidades pueden ir desde la posibilidad de que algún criminal se nos acerque, hasta la minifalda que levanta el viento al descuido… digo, la propia o la de la mujer que pasa cerca.

Esa manera de mirar tiene sus ventajas y sus desventajas.

A la hora en que un actor latino hace películas en Hollywood, salvo en el caso en que ha sido suficientemente amasado desde la infancia por la cultura sajona, esa particular manera de mirar suya hace que se le note la costura. Me refiero a la mirada latina emigrada, porque es sobre todo cuando está fuera de su ecosistema -donde pasa desapercibida pues todos miran de la misma forma-, cuando la manera de mirar es distintiva. Y no es un problema de concentración ni de piratería, como algunos pudieran ligeramente apuñalar. Sucede que aunque el actor latino está mirando fijamente al actor sajón con el que interactúa, totalmente concentrado en lo que dice e inmerso en la circunstancia emocional a la que está obligado por el personaje que interpreta, hay un resquicio por donde se le escapa la inquietud que le viene por gentilicio. Y tiene que ver con esa manera nuestra de estar alerta, preocupados por estarnos perdiendo de algo o a la defensa presta ante el ataque de cualquier bicho. El problema es que en el caso de las películas, la mirada abierta tiene menos potencia que la que se orienta unidireccionalmente, que dirige la energía inequívocamente hacia un punto, concentrada, que funciona como un vector de emoción indiscutida, un canal de energía. Por eso es que a veces nos cuesta creerle el cuento al actor latino, ni que haya llegado a Hollywood.

Pero no todo lo latino es latino. Aunque la cultura francesa se precia de latina, peca de lo mismo pero por razones opuestas.

No sin cierta irresponsabilidad pero con mucha certeza sensorial, ya que decidí estas líneas por los caminos fangosos de las generalizaciones, me atrevo a seguir en esa ruta para continuar con que las miradas francesas, por ejemplo, sufren del síntoma contrario a las miradas latinas por latinoamericanas, dando sin embargo y sorprendentemente resultados similares a la hora de las películas. La mirada francesa a la que me refiero es tan focalizada como un cuchillo que penetra. No deja espacio alguno para la respuesta, va sólo en un sentido, es cerrada, de fuerza casi obsesiva. El actor francés que mira francés, tampoco es creíble entonces, porque en la vida nada va en una sola dirección, la comunicación es entre dos y sino, no sucede, no hay drama, no hay historia.

La mirada sajona en sus películas por el contrario, es de una eficiencia a toda prueba. Y creo que allí reside mucho del dominio que tienen los sajones en el arte de hacer películas: en la enorme capacidad de sus actores de dirigir y comunicar contenidos emocionales de todo tipo. Nadie se pone a pensar en mitad de la película si Brad Pitt de verdad está asustado o quiere atrapar al tipo que persigue o si se siente honestamente apenado por lo que hizo. No sé cómo mira Brad Pitt a la hora de levantarse y encontrarse con Jolie sin paparazzi a la redonda. Pero sí puedo decir que a pesar de esa eficiencia de película, a veces las miradas sajonas, y generalizo de nuevo para terminar, me dejan una sensación de que no nos importa lo mismo, de que a lo mejor no les preocupa porque no saben, porque son inocentes y han vivido siempre creyéndose protegidos… una sensación de estar sola en el mundo.

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