Tres pasiones tenía el actor francés, Michel Piccoli: el cine, las mujeres, y la comida. Habiendo sido un lector voraz, sus lecturas preferidas, eran, entre muchas, las novelas de Alejandro Dumas y los libros de cocina de Mme. Saint-Ange. Si algo adoraban sus amigos del protagonista de El encanto discreto de la burguesía, dirigida por Buñuel, eran sus excentricidades, su humor ácido, su conversación, sus múltiples obras de teatro, pero sobre todo, sus dones como el perfecto cordon bleu, nadie como él sabía cocinar le boeuf a la ficelle. De hecho, de los cuatro amigos, interpretados por Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Philippe Noiret y Piccoli, en la película La Grande Bouffe, el que realmente se quiere morir, indigestado por haber consumido toneladas de comida, es Piccoli. ¿Cómo olvidarlo, vestido con su delantal, mientras lleva, con los brazos en alto, una charola con una enorme cabeza de puerco, en tanto dice muerto de la risa: “el cuerpo es la vanidad de vanidades…” Llama la atención, sobre todo después del 68, la respuesta de críticos, y del público en general, a propósito del film de Marco Ferrari estrenado en el Festival de Cannes de junio de 1973. fue un verdadero escándalo. La prensa no la bajaba de “indigesta”, “repulsiva”, “el súmmum del mal gusto”, “vomitiva”, “una vergüenza para Francia”, “una basura”, “una pesadilla”, “completamente escatológica y pornográfica”, “lo única que sacrilizan en la película es el excremento, etc. etc… Los sectores más escandalizados, venían, naturalmente, de la derecha, concretamente de la burguesía. Y entre más la criticaban, más complacido se sentía Michel Piccoli: “los que más chiflaban en Cannes, eran los que no soportaban verse reflejados en la pantalla”, comentaba en las entrevistas.
Si algo le gustaba a Piccoli, era provocar. Películas como Belle de Jour o El Encanto discreto de la Burguesía de Luis Buñuel, no dejaban indiferente a nadie del público. Siempre disfrutó trabajar para directores independientes: Jean Renoir, Jean Luc Godard, René Clair, Alfred Hitchcock, Claude Sautet, Luis García Berlanga. Lo mismo le sucedía con el teatro, en donde empezó a actuar en 1945 hasta 2008, después de 48 obras, todas ellas muy exitosas. Se podría decir que Michel Piccoli, empezó con el pie derecho, actuando con las mujeres más bellas del cine francés como por ejemplo: Brigitte Bardot, cuando la actriz se encontraba en la cima de su popularidad en la película Le Mépris de Jean Luc Godard de 1963, con Catherine Deneuve, en Belle de jour y con Romy Schneider en Les choses de la vie de 1969. “Nunca me enamoré de Romy, pero la conocí muy bien. Comprendí en seguida que nunca llegaría a ser feliz y que no sabía cómo hacer para lograrlo”. Para quien tenía muchos elogios Piccoli, era para Brigitte Bardot a pesar, de que lo rechazó de una manera muy desagradable, fuera de la película: “Era de verdad, bellísima, me impresionaban su inocencia y su espontaneidad. Estaba frente a las cámaras, como estaba frente a la vida, una actriz muy sencilla. Era muy disciplinada en su trabajo. Muy puntual. Y sabía su texto. No era una diva, dispuesta a hacer todos los caprichos que uno se imaginara”. A quién Piccoli, admiraba profundamente, era a Gerard Depardieu. “¡Qué actor sublime. Qué genio. Y Qué creador! Cuando rodamos la película “Vincent, Francois, Paul y los otros..” Depardieu no tenía un solo centavo, bebía como un loco. Está loco. He allí su fuerza”.
Michel Piccoli, se casó tres veces con Eléonore Hirt, con Juliette Greco y con ahora su viuda Ludivine Clerc, con quien adoptó dos niños polacos. A la cantante Juliette Greco, amiga de Camus, la conoció en una fiesta y al momento de saludarla, sintió un verdadero, coup de foudre. “Qué me pasa?, preguntaba desconcertado, no hay nada más maravilloso que un flechazo. Un día (después de diez años) me dijo: “Vete” Así me dijo, por mi parte en todo caso, fue muy doloroso”.
Juliette Greco, todavía vive a sus 94 años, pero Michel Piccoli, ya se fue, de puntitas para no molestar, justamente a esa edad. Muy pronto, seguramente, cantarán en el cielo, junto con Ives Montand, Les feuilles mortes…