Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el Presidente de México, no es Chávez. Para empezar, no es un militar golpista. Bajo su mandato el ejército mexicano muy probablemente se mantendrá institucional, apolítico y no deliberante. Es un político formado en el antiguo PRI, sus actos y declaraciones recuerdan al populismo de los presidentes Echeverría y López Portillo, su modelo es Lázaro Cárdenas. Es muy improbable que rompa una de las reglas fundamentales de la tradicional estabilidad de México: la no reelección absoluta. Aprobó el nuevo tratado de libre comercio con EEUU y Canadá y apuesto a que se mantendrá en la Alianza del Pacífico. En materia de relaciones exteriores ha manifestado la intención de regresar a la tradicional política priista del siglo pasado: la no intervención absoluta en los asuntos internos de otros Estados.
En este tema AMLO demuestra su falta de interés y por tanto su desconocimiento del sistema internacional contemporáneo. En las últimas décadas ha habido una clara relativización del concepto absoluto de la soberanía nacional y, por tanto, del principio de no intervención. Hay una evidente difuminación de la distinción entre asuntos internos y externos. En Europa, el proceso ha avanzado considerablemente. La interferencia mutua en los tradicionales asuntos internos, la creciente irrelevancia de las fronteras y la seguridad basada en la transparencia, la interdependencia, la apertura y la vulnerabilidad mutuas, son algunas de las características de las relaciones europeas. Entre los Estados de la Unión Europea se puede afirmar que rige una especie de “paz perpetua” kantiana. En efecto la guerra ya es inimaginable y los conflictos se resuelven a través de la negociación y el derecho. La novedosa “responsabilidad de proteger”, aprobada por la ONU y la moderna doctrina de la intervención humanitaria, definida como el uso de una fuerza internacional para ayudar a las víctimas de una seria violación de los derechos humanos son otras características típicas del nuevo sistema internacional, recordemos a este respecto, algunas de las intervenciones, aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU, en estas últimas décadas: Iraq (zonas de refugio para los Kurdos), Somalia, Haití, Ruanda, Bosnia y Sierra Leona. En América, la OEA, en junio de 1979, a raíz de los acontecimientos que rodearon la caída de Somoza, aprobó una resolución, basada en una propuesta de Venezuela, presentada en nombre de los países andinos, que supeditaba claramente el principio de no intervención a lo estipulado en la Carta de la OEA, que consagra el requerimiento del “ejercicio efectivo de la democracia representativa” y al cumplimiento de la obligación de respetar “los derechos de la persona humana y los principios de la moral universal” La Carta Democrática Interamericana culmina en América este proceso que va en la evidente dirección de la superioridad de la defensa de los derechos humanos, incluyendo los derechos civiles y políticos, frente a la soberanía del Estado. Hoy en día se aspira defender a la persona humana frente al gobernante despótico y que este amparo sea de naturaleza internacional. Las tiranías ya no pueden escudarse detrás de la soberanía estatal y el principio de no intervención. En fin, es “significativo” que, en estas últimas décadas, los defensores a ultranza del principio de no intervención y de la soberanía estatal absoluta han sido, entre otros: Stroessner, Pinochet, Marcos, Ceacescu, la dinastía coreana de los Kim, Duvalier, Castro, Noriega, Saddam Hussein, Gheddafi, Idi Amin Dada, Mobutu, Milosevic, Fujimori, Mugabe, Ahmadinejad, Chávez y Maduro. Tengo la esperanza de que AMLO no seguirá el ejemplo de estos personajes.