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Meritocracia

La meritocracia es un principio según el cual las diversidades sociales se tendrían que fundamentar en las diferencias de talento y conocimiento. El sistema sería más justo cuanto más se adecuaran las diferencias sociales al mérito.

El principio de la meritocracia inicia su recorrido histórico en China y se perfeccionó de tal manera que se impuso para la selección de los funcionarios del imperio. En Occidente, se fue aplicando en el principio de la igualdad ante la ley y para ocupar cargos en la administración pública, en el gobierno y en la iniciativa privada.

En España inició en el reinado de Isabel II, pero, durante el franquismo y la guerra civil el mérito no contaba para acceder a un cargo en el gobierno.

En teoría la meritocracia debería traducirse en un gobierno con los más capaces, los que tienen más conocimiento y experiencia. En la práctica vemos que no siempre es así. Los que ocupan cargos importantes, muchísimas veces, tienen el mérito de ser amigos del funcionario de turno o de haberle apoyado en la campaña. El sistema democrático establece que gobiernen los elegidos en virtud de las preferencias políticas de los votantes. Los asuntos públicos quedan en poder de los elegidos según la mayoría del voto.

Lo ideal sería que aplicaran el principio de la meritocracia orientada a buscar a los más capaces, sin excluir el género, la religión y la condición social. En el opuesto la meritocracia también tiene su aspectos negativos. Socialmente se da mayor consideración a quienes han alcanzado el éxito a través de la competitividad, el estudio en las universidades más prestigiosas, una personalidad agresiva, y muchas veces con actitudes sin escrúpulos.

El término proviene del griego “meritum” que significa recompensa y “Kratos” poder. Son muchas las civilizaciones que han implementado la meritocracia a la hora de elegir su gobierno. El término nace en el siglo XX en el libro Rise of Meritocracy del sociólogo Michael Yung. Con la facilidad de los estudios universitarios, los de bajos recursos tienen la oportunidad de ingresar a las universidades públicas y hasta en las privadas, y los que se esfuerzan en el estudio, alcanzan grados de maestría y doctorado.

Tener un título universitario se convirtió en símbolo de estatus, como anteriormente lo fue comprar un título nobiliario. Inmersos en la cultura materialista y consumista no importa de donde vengan los recursos económicos, el mérito es comprar un carro de cierta marca, una casa en cierto fraccionamiento y hasta estudiar en el extranjero.

Con la facilidad de oportunidades son tantos los que cuentan con un título universitario que la creencia: “los que se esfuerzan más obtienen los mejores puestos de trabajo” se volvió una falacia. El exceso de licenciaturas y la tecnología han desplazado a muchos individuos.

Ahora está a punto de llegar la otra revolución tecnológica: la Inteligencia Artificial, que parece la maravilla. La IA es una combinación de algoritmos cuyo propósito es el de crear máquinas que presenten mejores capacidades que las del ser humano. No sé ustedes, yo me pregunto: ¿en qué van a laborar los seres humanos? La frustración por tanto desempleo y la corrupción han causado resentimiento, de manera que el voto va a los populistas faltos de méritos.

Líderes populistas, carentes de mérito. Ejemplos sobran, Trump racista, presume no pagar impuestos, pero prometió el american dream. Llegó a la presidencia con injurias para agraviar a su contrincante Hillary Clinton.

El presidente de México, a dos años de gobierno, mantiene el país atrapado en una gran crisis económica, agravada por el coronavirus. Su mérito son los años en campaña. Se cree perfecto y no se deja aconsejar por los expertos. Maduro, el de Venezuela, recibió el cargo gracias a su amistad con Hugo Chávez y tiene al país en bancarrota.

Boris Johnson, en el Reino Unido, se empeñó en que abandonaran la Unión europea. Su filosofía: “estos son mis principios, si no te gustan tengo otros”. Ya en el cargo, ha sabido delegar en los expertos, como buen capitalista no le interesan las ayudas sociales.

Para conseguir un estatus, no es indispensable un título universitario, son otros los factores que cuentan, como: el talento nato, la seguridad en sí mismo y correr el riesgo después de analizar un proyecto.

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