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Menena

El domingo pasado los caraqueños advirtieron una de esas paradojas que a diario impactan nuestra vida. En medio del horror de vida cotidiana que padecemos, dentro de una suerte de decadencia acelerada que convierte espacios en la ciudad en escenarios apocalípticos, aparecen luces inesperadas, cerezos en flor de venezolanos que trabajan en proyectos trascendentes.

Uno de ellos es la obra de la diseñadora gráfica e ilustradora venezolana, Menena Cottin, que ha sido homenajeada en la sala TAC de la Fundación Trasnocho Cultural. La muestra se llama “Buscando la esencia, Concepto, Diseño, Ilustración’’ y fue curada magistralmente por Félix Suazo y Pedro Quintero. Perderse este paseo guiado por sus logotipos, empaques, libros, ilustraciones y afiches, es un crimen para quien cree en una Venezuela diferente.

Conocí a Menena Cottin varios años atrás, gracias a la recomendación de una amiga entrañable, Carmen Ramia, quien nos acercó a propósito de un libro singular que había escrito Menena. Se llama La nube y a diferencia de lo que constituye su obra mayor y más extendida, es una novela para adultos.

Me llamó la atención ese libro, porque -como suele ocurrir en casi todo lo que produce el talento de Menena- refleja y articula las pasiones de la autora. La nube es una historia de un viaje a pie por los páramos venezolanos. En un grupo que practica trekking (o senderismo) ingresa un compañero de ruta cubano.

El viaje, alucinante por lo que enseña la caminata y el paisaje, va transformándose en una experiencia donde lo cubano toma posesión de la historia. De alguna manera al leer La nube recordé lo que le había ocurrido a Venezuela con la curiosa simbiosis de estos años con Cuba.

Frente a un café, viendo el despliegue de la obra de Menena Cottin, le pregunté que para qué me necesitaba si ella era capaz de construir un libro sin ayuda de nadie. De hecho descubrí ese día, material que por cierto está desplegado en la exhibición de la sala TAC, libros únicos y sorprendentes que Menena produce artesanalmente cuando sus nietos cumplen años. Piezas incunables que guardan recuerdos de vida y son a la vez prodigios de diseño e ingenio.

La nube nos acercó y desde entonces mantengo un diálogo que desde mi lado parte del asombro de entender cómo funciona el talento de Menena Cottin. Cierto día me comentó que tenía un libro que había nacido de lo que podríamos denominar la Joya de la Corona de toda su obra: El libro negro de los colores, que realizó en conjunto con la ilustradora venezolana Rosana Faría, y que obtuvo en la feria del libro infantil de Bologna, el premio Nuevos Horizontes, para libros que innovan.

Suerte de Premio Nobel de los libros infantiles, El libro negro de los colores intenta explicarle a un niño ciego cómo son los colores que nunca ha visto. Ya se ha traducido a casi todos los idiomas del planeta. A partir de esta experiencia, Menena Cottin conoció a Lucero Márquez, joven ciega mexicana, y juntas escribieron Cierra los ojos que vamos a ver, experiencia de vida de una limitación y de cómo las palabras salvan.

El arte de Menena Cottin es sin duda como lo dice el título de la muestra de la Sala TAC, la “búsqueda de la esencia’’, la persecución de lo que realmente importa, a través de líneas depuradas y creativas. Sorprende cómo ese lugar común que nos indica que menos es más en su obra tiene un valor esencial.

Acercarse a “Buscando la esencia’’ en la Fundación Trasnocho Cultural en Las Mercedes es una experiencia de conocimiento y ratificación. Aún cuando una persona no conoce la obra de la autora, descubre que sus líneas hablan de temas que también son nuestros y agradecemos que ella haya tenido a bien recordarnos que formamos parte de ese mundo.

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