Existe una rara fascinación, tanto del escritor como del lector, por las “memorias” y son numerosos los libros de “memorias” que se han escrito y que se han leído. Para muchos lectores, el placer de la lectura se inscribe siempre en la lectura de libros de “memorias”, porque ellos relacionan los instantes de la vida, que no han podido ser olvidados ni oscurecidos por el tiempo y en la medida en que la memoria (Mnemosyne) sea poderosa y renueve los hechos, los traslada al presente.
Y existirán “memorias” mientras exista el hombre, mientras realice y provoque la aparición de hechos nuevos, mientras pueda mantener intacta su sensibilidad, su ideal; mientras intente en todo momento resolver en libertad, mientras supere la alienación de la vida moderna, mientras quede en él un resto de sueño y desee permanentemente crear y contemplar.
Paul Bowles, un extraño norteamericano (1910-1999) nos lleva con él a recorrer su mundo, permite al lector introducirse en su universo, al que llamaría- insaciable universo por conocerlo todo, por experimentarlo todo, con la emoción y el entusiasmo: ir al mundo exterior, conocerlo, dominarlo y a la vez hacer el recorrido por el mundo interior, por la soledad y el silencio que le esperan al hombre, pero sobrepasando los límites de la decepción. Paul Bowles en sus “memorias” nos aproxima a su pasión por conocer sitios, por transitar zonas desconocidas, lo cual es muy característico de los norteamericanos (recordemos a Miller, Kerouac, o a Hemingway) quienes iban a otros mundos, se sometían a otras realidades y de ellas extraían parte del contenido de sus obras.
Bowles narra su vida desde la infancia misma, la relación con su padre, la visión de su madre, sus tías, en fin, su familia (aquí pensamos un poco en Gombrowicz, aunque la concepción de Gombrowicz es más dura e imperiosa). Ya después, cuando inicia su ida a Paris que era su sueño, como el de muchos norteamericanos (la denominada “Generación Pérdida” por Gertrude Stein) y es en París donde conoce a Dalí, Gala, los surrealistas, Pound. Inicia pues una especie de comunidad, con aquellos que tenían sus mismas aspiraciones y que coincidían con sus pasiones. También nos indica sus primeras lecturas (Gide, Machen), sus primeros escritos, su comienzo en la música (Aron Copland). Y su relación con Lydia Cabrera y Wifredo Lam (cubanos), lo mismo que con Truman Capote y Tennessee Williams (cuyas Memorias, son sorprendentes).
Bowles cuenta su vida en una prosa límpida, transparente y lo más interesante es que no entra en detalles sin importancia, no se siente impulsado en narrar lo que ni para él mismo es fuente de placer; sus “memorias” son una forma de reemplazar la banalidad por lo trascendental, por lo cual no se detiene mucho en lo cotidiano ordinario; al leerlo se puede conocer y evidenciar el placer que le provoca ese recuerdo, la necesidad de aproximarlo nuevamente a su vida: no es pues, un libro de memoria sino el deseo de la “memoria” de darle vida al recuerdo.