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Meditación sobre el tiempo (III)

De cómo tras la lectura de Mallarmé relacionó el Tiempo. Mezclar filosofía y poesía: aventura espiritual.

Mallarmé es quien nos ha provocado esta reflexión. Ya no es la reflexión sobre lo inminente sino sobre aquello que tiene una forma muy densa, obedece a un destino y a una obsesión y nos hace hablar. Hablar de ese halo de misterio que nos rodea y nos destruye. Y este hecho me ha llevado a intentar ensayar una reflexión inicial sobre el Tiempo desde el libro llamado por Mallarmé “Igitur o la locura Elbehnon”, en el cual pensar y poetizar son lo mismo.

Dice Mallarmé: “Acabo de pasar un año horrible: mi Pensamiento se pensó y desembocó en una concepción pura. Todo lo que, por reacción, mi ser ha sufrido durante esta larga agonía, es inenarrable, pero felizmente estoy perfectamente muerto, y la región más impura en que el espíritu puede aventurarse es la Eternidad… Mi Espíritu, ese solitario habitual de su propia pureza, que ya no oscurece siquiera el reflejo del Tiempo”. Con estas palabras Mallarmé esta haciendo un intento de inmovilizar el Tiempo por medio del Pensamiento que ya se ha pensado. El pensamiento pensado, ya nunca más podrá volver a estar allí donde se ha pensado. Y es más: ese pensar ni siquiera ha huido, se ha quedado pero ya nunca será el mismo. Es la inmovilidad de la espera. Poetizar se halla en el mundo mismo de la espera, el poeta es el que espera el pensar. No tiene miedo ni se oculta de la muerte, pues él mismo ha sido transformado por el poetizar. Cuando se piensa no queda otra vía que ser lo pensado, ser como lo pensado y alcanzar la forma de lo pensado. En cambio el poetizar destruye el Tiempo en la medida en que es un concepto y no una palabra. El concepto suspende y paraliza, mientras que la palabra da movimiento y contenido a lo indecible, por un instante.

Pensar para construir conceptos es quedarse consumido y consumado por el Tiempo. Poetizar es destruir el hilo conductor de los conceptos para hallar e instaurar la verdad de lo poético. He ahí aquello que se dice en teatro. Y Mallarmé hace su teatralización de lo indecible y recurre a la obsesión por lo Absoluto. Y en ese Absoluto ya no hay tiempo. Decíamos que en lo relativo es donde se instala el fantasma del tiempo, en lo Absoluto se inscribe el ser. El ser – no el ser para la muerte – yace vivo en lo Absoluto que es la realidad.

Ese tiempo ya no es el del concepto sino el de la palabra y como tal se hace presencia irreductible e indestructible en lo que le ilumina y le revela la realización de un instante. Instante que destruye el tiempo y aniquila el concepto. Queda entonces como una llama incendiaria y perturbadora la Idea. Por la Idea es por la que como Absoluto, Mallarmé poetiza y piensa. Es un contemplador. Por eso dice: “Siempre he vivido con el alma fija en el reloj. Realmente, hice todo lo posible para que el tiempo que indico permaneciera en la habitación y se transformara en mi alimento y vida – espesé las cortinas, y como estaba obligado para no dudar de mí, a sentarme frente al espejo, recogí cuidadosamente los más pequeños átomos del tiempo en los cortinados engrosados sin cesar. A menudo, el reloj me ha hecho mucho bien”.

Ironía del poetizar sobre la burla del escéptico. Cayendo sobre sí mismo y yaciendo en lo que queda después de la intensidad de la reflexión, el poetizar se revela como esencia de lo que será de todos modos inasible. El pensar obedece a la razón y el poetizar a la matemática de la sensación. Escuchar otra voz y saber que otro habla en él, es lo que se presiente en la espera. Al revés de Mallarmé, Baudelaire:

¡Oh dolor! Es el tiempo que devora la vida

y el oscuro enemigo que nos roe por dentro

al sorber nuestra sangre crece y se hace más fuerte[1]


[1] BAUDELAIRE, Charles. Las flores del mal. Barcelona. RBA editores, 1995. Pág. 21.

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