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Meditación sobre el tiempo (II)

De la necesidad del extrañamiento y de la huida hacia otra Tierra. Ni Martes ni Venus quedan para nosotros quienes nos sabemos unos extraños en la Tierra.

Quizá cuando hablamos demasiado de la relatividad y abandonamos la reflexión y lo experiencial de la totalidad, nos estemos preparando de una vez y en todos los sentidos, para la huida, y esa huida es la del fantasma del tiempo de Cronos y de su muerte, para hallar como lo dice Deleuze al Aion de la vida y de la danza, el trayecto del nómada. Huir es el deseo de todos, huir de nosotros mismos sin duda, pero también huir de lo que nos condena como a Tántalo: de la vida y también de la muerte. O sea, ser extraños otra vez y poder comenzar desde donde de verdad seamos nosotros. Inventar una Tierra nueva en los movimientos de lo nombrable y lo innombrable. Incendiar en nosotros lo que “creemos” saber y conocer. Ya no se trata de volver a empezar, sino de no empezar nunca: hallar la quietud en el movimiento. Habrá muerto el tiempo. Quedarnos instalados en lo sutil. Inmersos en lo inmóvil. Nuestra técnica es relativa y por eso mismo una obsesión por el relativismo ha proyectado su oscuridad sobre nosotros. Hay totalidad cuando no hay tiempo, sino duración. W. Y. Evans-Wentz, desde la tradición oriental observa con maravillosa lucidez: “Dentro de la Doctrina de la Realidad está comprendida la antigua concepción india del tiempo, tal como aparece en el tratado, a saber, que “pasado”, “presente” y “futuro”, son meramente conceptos de la mente sangsárica limitada; que en el verdadero estado de la Mente Supraterrenal, no existe el tiempo, así como tampoco existe cosa alguna. En el estado verdadero el yogin comprende que, así como el tiempo es, en su esencialidad, una duración sin comienzo ni fin, imposible de dividir en pasado, presente y futuro, así también el espacio es algo que no tiene dimensión, ni divisiones, y no existe aparte de la Mente Única, o el Vacío[1]

Aquí no se trata de derrotar y destruir el Tiempo sino de hacérnoslo más visible y más real. Eso quiere decir que habremos que construir como nómadas el Tiempo. Desde un extrañamiento, forma de extraviarnos en lo simbólico y en lo sutil. Inventores de máquinas que reposan y descansan en el movimiento, y ya no la máquina de muerte de Wells. Hacernos un casa y habitarla en lo inesperado y lo imposible. Hacernos una ciudad como una naturaleza petrificada. De allí la necesidad de la exploración -¿por qué no de la imploración?- desde y con las herramientas de lo experiencial, que no de la experiencia. Instalarnos en una fascinación por lo que quiebra la causalidad y hace que veamos en lo instersticial. En el instersticio no hay tiempo, sino permanente huida.


[1] EVANS-WENTZ. W.Y. El libro tibetano de la liberación. Buenos Aires. Editorial Kier, 1982. Pág. 59.

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