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“Me gusta este cuadro” – Revalorizar la experiencia en la comunicación de juicios estéticos

Al referirse y detallar el funcionamiento del comportamiento estético, Jean Marie Schaeffer habla de dos condiciones fundamentales para que esto ocurra. La primera es que se trate de una experiencia cognitiva y la segunda que dicha experiencia culmine con un investimiento afectivo caracterizado por la satisfacción de tal actividad sin importar los sentimientos que esta genere.

El hecho de que el origen de la satisfacción de tal experiencia sea la actividad representacional ejercida sobre un objeto, y no el objeto en sí, nos puede guiar en el proceso de vinculación con una obra, sea de arte o no, y en la elaboración del comentario futuro que generamos a partir de estas experiencias.

Schaeffer menciona que las fuentes de disenso estético se explican por los diferentes tipos de representaciones que los individuos construimos de un mismo objeto. En este sentido, sería falso tener la creencia de que el comentario de una apreciación estética pueda corregirse, ya que lo único corregible en dado caso es la atención cognitiva como tal y no su efecto. La satisfacción o insatisfacción no es un acto de juicio, sino un efecto de la actividad cognitiva como tal.

El tipo de análisis que propone Schaeffer en cuanto a la dimensión estética de los objetos es a partir de lo que él llama hechos estéticos. Este análisis se centra en la noción de relación estética y no en la de objeto estético con características intrínsecas propias que lo cataloguen como tal y lo separan de resto de los objetos. Según este planteamiento los hechos estéticos se consideran “la expresión de una conducta humana básica, cuya especificidad puede y debe ser descripta a la vez en términos mentalistas y biológicos”.

Para el autor, este rasgo relacional implica la movilización personal de representaciones selectivas y diversas que dependen de múltiples razones como la historia personal, el nivel de escolaridad, el momento en el cual se realiza dicho planteo, la edad, la ocupación de la persona, el medio social y así hasta el infinito. Todos estos rasgos diversos, pero comunes, dan como conclusión la validez de la existencia de un mismo tipo de actividad mental que puede ser encontrada en contextos diferentes y que tiene como rasgos distintivos, primero, el hecho de tratarse de una experiencia cognitiva, y, segundo, la necesidad de que esta experiencia finalice con la satisfacción adquirida en la actividad atencional. Lo que implica consigo diversos sentimientos valorativos, surgidos de la misma, que pueden ser tanto positivos como negativos.

La actividad mental a la que nos referimos se conforma a partir de una estructura intencional que es constante en todas las situaciones de relación estética sin importar la representación dada.

En esta relación nos dejamos afectar por el mundo en una dirección que va de la mente al mundo y es constitutiva del comportamiento estético. Lo que quiere decir que una consideración estética puede ser correcta o errónea y que por tanto puede evaluarse a través de procedimientos de validación intersubjetiva. En esta, la actividad no se puede reducir al hecho de estar atentos a ese objeto, sino que este comportamiento involucra la meta de que esa actividad sea fuente de placer. “Cuando una obra me proporciona satisfacción estética significa, primero que posee ciertas propiedades y, después, que esas propiedades son deseables a mis ojos. Cuando una obra no es satisfactoria a mis ojos, es porque las propiedades que creo que posee no se me aparecen como deseables. Pero el carácter deseable o no de esas propiedades no es una creencia, ni un juicio, sino un afecto que las impregna y las dota de valor positivo o negativo”.

La confusión entre afecto y juicio ha sido uno de los principales problemas vinculados a la noción de gusto y por tanto a su comunicación. Schaeffer también indica que se ha llegado a olvidar el fin principal de la relación estética, el cual es la experiencia como tal, pensado que dicha finalidad se resuelve con la formulación de un juicio apreciativo, con lo cual se coloca a este último como el elemento de mayor importancia en la actividad estética, cuando su papel no debería tener esa instancia de importancia. Identificando la apreciación estética con el juicio, cuando este último es consecuencia del comportamiento estético y no su condición definitoria.

Schaeffer propone dejar de reducir los comportamientos estéticos a los de las personas que se enfrentan a las obras desde su propia postura. Ya que, por lo general, esto implica sólo una elaboración de conclusiones particulares en las que lo esencial es la relación personal con las obras y no la relación de estas con el arte como problema teórico, es decir elaboraciones posteriores en las que se privilegia la importancia que han tenido para estos sujetos las obras y no la elaboración de una imagen axiológica del arte.

El valor humano de las obras es múltiple y lo que hace a la experiencia estética confirmarse como tal es la satisfacción de la ejecución misma de esta actividad, ya que las obras o los objetos que consideramos estéticos están sujetos a sus funciones, diversas y cambiantes según el contexto en el que se desenvuelvan.

El juicio estético no se infiere del grado de satisfacción sino que lo traduce. Por lo que se puede incluir tanto la aprobación como la desaprobación en la valoración resultante. Esta cualidad convierte al juicio estético en irrefutable no por su valor absoluto sino por la razón de que no es posible refutar afectos o sentimientos sólo es posible abolirlos por nuevos comportamientos estéticos surgidos a partir de diferencias en el proceso atencional.

Schaeffer lo ejemplifica a partir de la frase “Me gusta este cuadro”, juicio epistémicamente objetivo acerca de un hecho ontológicamente subjetivo. A saber, la condición de agrado implica un hecho subjetivo por ser una disposición mental pero la aseveración de que guste o no es epistémicamente objetiva en tanto es verdadera o falsa sólo si se considera como tal la existencia de ese estado o parecer.

En este sentido, los valores estéticos no conllevan ninguna dimensión prescriptiva, tratan acerca de relaciones atencionales con el entorno y no necesitan de validez universal para su existencia. Por lo que la comunicación de los mismos debería partir de la experiencia de este tipo actividades, y el reconocimiento de la misma, más que de la necesidad de expresar aseveraciones particulares de pareceres con las cuales adjudicar propiedades a los objetos de forma arbitraria.


Referencias:

SCHAEFFER, Jean-Marie (2006) Adiós a la estética. Madrid, A. Machado.

SCHAEFFER, Jean-Marie (2012) Arte, objetos, ficción, cuerpo. Cuatro ensayos sobre estética. Ed. Biblos.

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