“Me gustaría re-capturar esa frescura en la visión que es característica de la extrema juventud, cuando todo en el mundo es nuevo.”
Henri Matisse
Es notable, en estos últimos tiempos, la presencia de una creciente preocupación por la alegría, o su regular ausencia en gran parte de la población. ¿Qué nos hace felices? ¿Por qué dejamos de ser felices? ¿O por qué sólo estamos felices de a ratos? Se han multiplicado los libros que tratan el tema, en su mayoría libros de autoayuda, que entrelazan consejos con antiguos principios filosóficos y religiosos. Existe inclusive una nueva rama en el campo de la psicología, la ‘Psicología Positiva’, que trata sobre la ciencia de la felicidad humana, impulsada y titulada así por el Prof. Martin Seligman, desde los años 90. El contenido es en sí extenso, complejo y voluminoso, sin ser el principal propósito de estas reflexiones. Pero es imposible dejar de pensar en la alegría al entrar a la exposición actual de Matisse (Henri Matisse: the Cut-Outs) en el MoMA, en Nueva York. Siempre he pensado que nuestro estado de ánimo tiene una gran influencia en la manera en que percibimos las cosas, los momentos o situaciones; un día de profunda tristeza nos afecta en la experiencia de ese día y sus eventos, aún cuando éstos pudiesen calificarse de felices. Sin embargo, estas obras de Matisse, los recortes (gouaches découpés), tienen un efecto indiscutible. El efecto es una amplia sonrisa en la mayoría de los visitantes, una calidez en el corazón; me imagino que la sonrisa es causada por la emoción que sentimos al reconectarnos, a través de sus gigantescos y magistrales recortes, con algunos momentos dichosos de nuestra infancia. Se habla de los colores, puros y brillantes, de la escala, de la frescura, pero hay algo más allá de todas estas virtudes, y es probablemente el retorno a la inocencia, cuando no se analiza el placer de recortar y de crear mundos mágicos con los colores del papel. Matisse, al final de sus años, recupera esa etapa de vida que normalmente se nos pierde, y nos muestra que es feliz, a pesar de la edad, de la enfermedad, y de los problemas del mundo. Nos demuestra que es maestro en la comprensión y expresión de las emociones. Crea además en ese período, y usando los recortes como modelos, todos los diseños para los vitrales, murales, y las vestiduras de los sacerdotes, para la Capilla del Rosario en Vence, Francia. El mismo se refiere a este trabajo como su más importante obra maestra. Quizás así la infancia, el arte, y la espiritualidad se dan la mano en toda esta obra que constituye uno de los grandes legados del maestro. La felicidad puede que sea intermitente, caprichosa, y seguramente es cierto que surge del interior de nuestra humanidad, o de nuestro espíritu. Pero no hay duda que la alegría de Matisse, transmitida en las obras de esta exposición, se hace contagiosa, resuena en espacios dormidos de nuestro interior y los despierta; nos hace olvidar si somos felices o no, o por cuánto tiempo, nada de ésto importa cuando nos sentamos a contemplar ese mundo de sensaciones puras, que nos sacan del tiempo y de la intelectualidad, acercándonos a lo sagrado de la existencia y a nuestro derecho natural a la alegría.