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Materialidad poética

Me declaro amante de los lenguajes,  no solamente de esos avalados, instaurados en el colectivo humano desde hace cientos de siglos; el español es maravilloso, lleno de órdenes y sutilezas, es mi idioma materno para comunicarme con el mundo y sigue causándome curiosidad, ver todos sus matices, desde nuevos acentos a nuevas palabras; hay pocas cosas más ricas que los lenguajes, son armas de sabiduría de las que muy bien se ha apoderado la sociedad.

Me enamoro cada vez que escucho un nuevo idioma, y mientras más exótico parezca para esta hispanohablante más intriga me causa. Lamentablemente no he podido ser tan poliglota como quisiera, pero hay un idioma que se robó completamente mi corazón, uno en el que puedo bajar mis ideas aisladas, y unir más que ladrillos para crearlas, toda obra construida es un libro que se lanza a la vidriera de la ciudad; algunos llegarán a ser best-sellers y otros serán poesía, y de esos, de esos me confieso fan.

La poesía arquitectónica es la mezcla apropiada de detalles que pasan a ser conjunto y no decoraciones, insinuaciones y no exclamaciones, es aquella mínima diferencia entre lo que fue pensado para decir algo, y lo que resultó contando algo más. Es un lenguaje lleno de imágenes, sensaciones y atmósferas, aquel que se mezcla con las artes, en donde la función del lugar y el propósito para el que fue concebido se ve nutrido por algo que comunica algo más, y nos evoca momentos pasados.

Todos hemos pisado una cocina y la idea de aquella cocina está llena por mucho más que arquitectura, está repleta de olor a café, del calor que emanaban las conversaciones y el horno; de tomas de decisiones, está llena de risas y llantos. Y existen algunos Arquitectos poetas que logran recuperar todos esos sentimientos y crear una cocina, que aparte de ser un espacio apto para cocinar, con luz, ventilación, y medidas acordes para su tarea, inspira en el usuario el placer de estar en una cocina poética de esas en las cuales la atmósfera te habla.

Peter Zumthor en su libro “Atmosferas” concibe esta idea comparando la arquitectura a la primera impresión que nos da una persona o arte, no he encontrado una forma más simple de asimilarlo como buen poeta de la materialidad, nos dice: «La atmósfera habla a una sensibilidad emocional, una percepción que funciona a una increíble velocidad y que los seres humanos tenemos para sobrevivir. No en todas las situaciones queremos recapacitar durante mucho tiempo sobre si aquello nos gusta o no, sobre si debemos o no salir corriendo de ahí. Hay algo dentro de nosotros que nos dice enseguida un montón de cosas; un entendimiento inmediato, un contacto inmediato, un rechazo inmediato. Algo bien distinto de ese otro pensamiento ideal que nosotros también poseemos, y que también me gusta: pasar mentalmente de la A a la B de una forma ordenada. Naturalmente, conocemos bien la respuesta en el ámbito de la música. En el primer movimiento de la sonata de viola de Brahms (Sonata n° 2 en mi bemol mayor para viola y piano), cuando entra la viola, en un par de segundos ya está ahí, y no sé bien por qué. Y algo parecido ocurre también en arquitectura. No tan poderosamente como en la más grandes de las artes, la música, pero también está ahí”.

El idioma de las formas, la luz y la materialidad necesita más poesía que best-sellers, hay que abrir los ojos ante ella, la Atmosfera es algo complicado de materializar quizás por el hecho de que las variables no son controladas por completo, van desde el ruido que existe en el lugar hasta la luz que incide por la ventana, pero al abrir los ojos captamos momentos de atmósferas especiales que subyacen a nuestra espera frente a esta arquitectura poética.

La arquitectura poética que nos dé más arte útil que solo función, es una necesidad como la música para el alma, difícil de comprender pero que alimenta y nutre un espacio aun no replanteado de nuestro ser.

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