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Fabián Cháirez
juan carlos buenrostro

Masculinidades, periferia y el arte de Fabián Cháirez (II)

A pesar de que Fabián Cháirez negó, en la charla que mantuvimos, que lo erótico tenga que ver con la animalidad, yo considero que hay algo primitivo en la lógica del erotismo. Por ejemplo, en lo erótico, esa celebración del placer y la vida (Neret) se dice más con lo que se oculta, que con lo que se deja ver. Otra vez, detalles tácitos. El deseo está hecho ante lo que la mirada no alcanza a percibir. Bajo esta perspectiva, considero que en su obra está lo esotérico al mismo nivel de lo erótico. Podemos apreciar esta suposición en la pintura de 2015 llamada La invocación. Esta pieza muestra un maguey, tras el cual está un hombre desnudo, con rasgos indígenas y de piel morena. Este hombre sostiene un paño blanco y adorna su cabeza con un clavel rojo, a su vez que sostiene una serpiente de cascabel. A sus pies, destaca la presencia de la tierra, un zopilote y un cráneo.

Formalmente, La Invocación posee una composición bastante clásica. La cabeza es el vértice de un triángulo que tiene su base en las alas del ave. El detalle de la pirámide fue utilizado infinitamente en el arte florentino del renacimiento (Eco). Incluso, la pose que adopta el hombre, me recuerda a la famosa Venus de Boticelli. Iconográficamente esta obra es muy rica. Mi primera impresión fue pensar que la pieza tiene que ver con la fecundidad. La serpiente es un símbolo fálico que acompaña diosas madres que, usualmente en la historia del arte, relacionamos con el nacimiento (Salvat, J.). Esos detalles son bastante antiguos, nos han acompañado desde mucho tiempo atrás, por ejemplo, las estatuillas de la diosa serpiente Minoica (Salvat, J.)

 

Fabián Cháirez
Fabián Cháirez, La Invocación, óleo sobre lienzo, 200x150cm, 2015, colección privada. Imagen cortesía del artista.

 

Sin embargo el zopilote, mal agüero en la cultura popular mexicana, y el cráneo, muerte en el barroco, me decían lo contrario. Supuse que esta pieza tenía que ver con la muerte de una masculinidad clásica, donde el hombre tiene que mantener una posición llena de fuerza, imponer a través del miedo. La Invocación es todo lo contrario a ese tipo de masculinidad. Aquí vemos a un hombre que posa lleno de sensualidad, muestra su cuerpo y su mirada no es retadora, parece una invitación. ¿A qué invita? ¿Qué invoca?

Tu punto de vista es correcto. Se llama La Invocación porque es una invocación a la feminidad. Tiene mucho de las composiciones de personajes fuertes, glorificados. En esas pinturas la composición siempre es piramidal, lo hago así para darle fuerza al personaje principal, un hombre moreno con rasgos indígenas. Es una resignificación del cuerpo masculino que se acerca a los atributos clásicos femeninos. Aunque también hay otra resignificación de la tradición judeocristiana. La serpiente, por ejemplo, tiene que ver con la maldad. Pero en la tradición prehispánica, tiene que ver con la fuerza, con lo fecundo. También es girar esa propuesta.

Es paradójico cómo sigue utilizando palabras que relacionamos a lo masculino, principalmente noto el uso constante de fuerza en su discurso. Sin embargo, ahora se le otorga a un personaje indígena con los signos que usualmente distinguían en el arte a las mujeres. Haciendo la precisión las serpientes no serían de la diosa minoica, sino que están más cercanas a las víboras de Coatlicue, diosa madre y de la tierra (Caso). Como él mencionó, es una especie de conjurar a lo que clásicamente encasillaba a ambos géneros y mostrar cómo pueden convivir dichos atributos en una persona. La Invocación es un palimpsesto que juega con las referencias de la historia del arte europeo y prehispánico, pero también es un cambio de posiciones del significado de los masculino y lo femenino. Es una pieza que nos invita a replantear cómo y qué significa ser hombre y ser mujer, conceptos que se están constantemente construyendo.

El artista lleva la serie de significados que existen en una colección de imágenes, propias del arte, y las integra a su sistema de creación. Él pinta a partir de contradicciones. Estos juegos de significado hacen que su obra sea una manera de cuestionar y replantear no sólo el género, sino la forma en la que producimos y consumimos, a través del ojo, las representaciones de los cuerpos. Cháirez pone en duda los papeles interpretados por hombres y mujeres en la historia del arte a través de giros esotéricos. Lo esotérico con un fin erótico. Erotizar más que una celebración del placer y la sensualidad, en la obra del chiapaneco, es una forma de perdernos en el huracán de preguntas que plantea su obra. Erotizar para cuestionarnos a nosotros mismos.

Hacia el final de la charla que mantuvimos él y yo, me comenzó a surgir la duda sobre cómo definir su obra. En un inicio sugerí considerarla como neomexicanista. Sin embargo, Cháirez comentó que no es cercano a esa corriente. Posterior a esa aclaración, sugerí que quizá podríamos llamar a su obra como queer. Al respecto, él comentó:

Justamente mi obra me ha hecho, a mí mismo, cuestionarme cosas. A mí me han preguntado por lo queer y encasillado también en él. Sí hay parte de ese cuestionamiento sobre la performatividad del género. Aunque tampoco estoy convencido totalmente que sea así mi obra. La palabra queer es una palabra en inglés, no me encanta, aunque de alguna forma ya se usa mucho. El otro día escuchando a Siobhan Guerrero, filósofa mexicana, ella hablaba sobre las masculinidades, la cual está relacionada con la agresión, con mantener el control. Entonces, de acuerdo a su estudio, muchos chicos trans no comulgan con esa idea, la masculinidad como un lugar inhabitable. Eso me hizo mucho ruido, algo que estoy retratando en mi trabajo. Otra masculinidad habitable.

Las dudas que plantea sus palabras son: ¿qué significa ser hombre? ¿qué es esto de lo masculino? Preguntas sin respuestas unívocas que están ocurriendo en cada persona de manera distinta. En el caso de Fabián, la palabra que utiliza para responder es habitable. No hay que olvidar que las pinturas del chiapaneco entraron en polémica por hablar de una masculinidad distinta, habitable. Podemos apreciar lo anterior en la pintura llamada Mon Petit, de 2019, obra que retrata a un hombre moreno acostado en una rosa de tonos claros. No encontré directamente palimpsestos a la historia del arte, a diferencia de La Invocación. Hay algo peligroso en decir que en esta pieza utiliza “signos femeninos” como la rosa y los colores. Esa afirmación vuelve a ser igualmente restrictiva, llevando a lo femenino con las flores y los colores suaves.

 

Fabián Cháirez
Fabián Cháirez, Mon Petit, óleo sobre lienzo, 60x40cm, 2019, colección privada. Imagen cortesía del artista.

 

Sin embargo, no hay que perder de vista que su obra está inscrita en el contexto mexicano. Y que esos signos, que causan mucha incomodidad aún, se sobreinterpretan directamente y se les llama femeninos, homosexuales, y en palabras de los más osados e hirientes: nos llaman jotos y maricas. Para muestra está la respuesta violenta que causó su pieza La Revolución. Después de los actos de homofobia ocurridos en Bellas Artes, pensé en llamar su obra como arte joto, una especie de reivindicación desde la intimidad de la palabra no para ser utilizada como un insulto, sino como una celebración reivindicativa. Al realizar este cambio semántico, dicha acción neutraliza la agresión y la vuelve un aparato de orgullo. Utilizar joto por un joto termina siendo una manera de defensa.

Sin embargo, volvería al error inicial. El arte de Cháirez es más que meramente un arte joto o gay. Por este motivo, veo en Cháirez una poética de la periferia, donde se muestran distintas representaciones de hombres, dando una principal atención a figuras con rasgos indígenas, morenos y erotizados. Para mostrar esto, podemos comparar la mirada que tiene la pintura de Velázquez llamada Retrato de Inocencio X con Mon Petit de Cháirez. En la pintura del mexicano podemos apreciar que toda esa carga temible en los ojos de Inocencio, antes llena de fuerza y de agresividad, se ha perdido. Mon Petit posee una mirada si bien no nostálgica, es infinitamente más amable. Es una poética de la periferia porque hace que la masculinidad central, vertical y agresiva gire en un tacón, dispuesta a caer.

Fue después que mencionáramos las cuestiones de la periferia, donde empezamos a plantear su obra como un acto de resistencia. Cháirez diría al respecto

Estamos acostumbrados a hablar sobre los cuerpos disidentes como en situaciones estancadas. Por ejemplo, al hombre femenino lo ridiculizan. Siempre hay un halo de negatividad en esto. Eso es uno de mis intereses en mi obra, darle un giro a eso. Utilizar una serie de imágenes donde pueda verme yo reflejado, de forma positiva. Donde se me represente fuerte siendo quien soy. Este hombre moreno que se puede representar de forma erótica, sin los prejuicios con los que hemos crecido mucho de los hombres.

Cuerpo, palabra y obra como hechos que resignifican lo que implica ser hombre, homosexual y mexicano. Territorios simbólicos que se están peleando a través del arte. Hay que celebrar que ahora hablamos de Fabián Cháirez, un pintor chiapaneco, de piel morena, homosexual, y travesti. Situación que no ocurre muchas veces en la historia del arte. Es tremendo que los motivos que nos llevan a hablar de su obra no son los más idóneos. Este escrito es una apología, cuando no se debería de defender su obra, sino disfrutarla. No obstante, que haya alcanzado esta masividad en territorio mexicano visibiliza las agresiones continuas que tiene una minoría. Escribimos y pintamos desde la resistencia. Lo que me permite concluir que la batalla por construir no una, sino muchas masculinidades habitables, sigue luchándose.


Fuentes consultadas

Caso, A. El pueblo del sol. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2015.

Eco, U. La Historia de la Belleza. Barcelona: Debolsillo, 2013.

Neret, G. Erotica Universalis. Slovakia: Taschen, 2017.

Salvat, J. Historia del arte. Barcelona: Estrella, 1976.

Vidal-Ortiz, S, M Amelia y J. Serrano. «Resignificaciones, prácticas y políticas queer en América Latina: Otra agenda de cambio social.» ICONOS (2010): 185-201.

*Agradezco por sus comentarios a María Guadalupe Sánchez Alba, Erick Flores Silva, Edna Irene Pinzón y José Manuel Ríos.

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