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Más y más viejos (no tanto como Matusalén)

La expresión tan extendida «más viejo que Matusalén» se refiere al personaje bíblico con más longevidad y una figura patriarcal para el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Vivió 969 años. Toda una ficción.  Lo que sí es una realidad es que cada vez vivimos más, y en la mayoría de los casos de forma más saludable. El envejecimiento de la población constituye una cuestión a resolver para los países desarrollados, pero también para el mundo en desarrollo.  En 1950, un 68 por ciento de la población vivía en las naciones en desarrollo, en el 2030, será el 85 por ciento de la población la que vivirá en estos países menos favorecidos. ¿Una bomba de relojería? Tal vez.

Algunos especialistas dicen que el envejecimiento no es cuestión de edad, hay factores sociológicos y biológicos, que hacen que seamos más longevos. Los avances médicos y el I + D que abordan  lo que se llama «efecto longevidad», ya se consideran como un posible contrapeso al aumento de la población anciana. Vidas más largas y productivas compensarán las cargas económicas (servicios sanitarios, pensiones, etc) que suponen el envejecimiento demográfico.

Coinciden con otras voces, que piden despreocuparse del temido problema del envejecimiento, y apuntan a la emigración como un factor también decisivo para el rejuvenecimiento de las sociedades. No obstante, esto ocurre cuando las tesis migratorias más duras irrumpen en Europa, con las recientes crisis migratorias y de refugiados. No es la primera vez que los desplazamientos forzados, la coerción y la geopolítica van de la mano, desde los balseros cubanos, los refugiados kosovares, las pateras africanas y un largo etc. La inmigración está vista como un arma de desestabilización.

Pero más allá del componente político, nos guste o no, la inmigración en Europa es la que rompe el esquema de 1,2 niños por pareja, y en Estados Unidos, por ejemplo,vha sido la clave para el mantenimiento de un crecimiento demográfico sostenible, que puede que no ayude completamente en el sistema de la seguridad social, pero si garantice un crecimiento productivo sostenido a lo largo del tiempo. En líneas generales, los expertos señalan que la inmigración da más de lo que recibe, hacen crecer la economía productiva de los países receptores y en muchos casos beneficia a la ocupación.

Japón es el ejemplo más claro de reducción del descenso de la fecundidad y el envejecimiento ya ha empezado a repercutir en la estructura social y económica del país. Los pronósticos aseguran que los 126 millones que tiene ahora, se reducirán a la mitad a finales de siglo, si los japoneses no permiten entrar unos 600.000 inmigrantes al año que necesitan. De lo contrario, según los pronósticos, no habrá suficientes jóvenes para incorporarse al mundo laboral y mantener el sistema de jubilación. Pero también, con menos trabajadores, habrán menos consumidores y esto hará que los negocios no sean rentables, y a no tener beneficios, no pagarán impuestos. Y la rueda continúa. Será un trastorno económico y financiero que afectará no solamente ese país, sino también la economía global.

Se calcula que en el 2050, un 28 por ciento de la población de Europa contará con más de 65 años. En Norteamérica será de casi un 23 por ciento, en América Latina y el Caribe de casi un 20 por ciento, y en Asia de un 18 por ciento. En África, la población anciana representará tan sólo un 6 por ciento. Invertir en los países de origen de los inmigrantes, así como la imposición de barreras y controles, no asegura un freno en los flujos migratorios. La inmigración se mueve, de forma legal o ilegal. La solución pasa por la voluntad de crear políticas migratorias comunes y políticas sociales a nivel regional para los recién llegados a las costas y fronteras en busca de una vida mejor. Los expertos dicen que invertir en recursos humanos (programas de formación, integración, emprendería, reciclaje laboral, etc para los inmigrantes) sería fundamental para que se conviertan en futuros contribuyentes a las arcas públicas.

Pero ello representa un dilema. Por de pronto, estos servicios al inmigrante recién llegado representan un gasto público, y aquí es cuando hay mucha polémica con la población local e incluso con los inmigrantes que llegaron con anterioridad que ven amenazadas sus prestaciones. La obligación, sin embargo, debería ser legislar para todos aquellos que se queden atrás, tanto inmigrantes como no. Para abordar el tema migratorio, muchos opinan que se debe abandonar la idea de caridad y de solidaridad hacia a los países en desarrollo. Permitiría ver a esos países desfavorecidos como semejantes, con condiciones diferentes, más precarias. Por eso una inmigración regulada sería beneficiosa para todos, además que rompería con el discurso xenófobo y racista en que se basan muchos de los detractores de la inmigración. Los movimientos migratorios, bien regulados y distribuidos, han sido y son una oportunidad tanto para los países de origen como para las naciones receptoras.

En el llamado siglo de los «centenarios», la inmigración será fundamental para mantener el estado social. Ante un ciclo más largo de vida, se requerirán cambios y ajustes económicos y sociales que afectarán ámbitos como los hábitos de consumo, las políticas fiscales, el reciclaje laboral, las pensiones, transportes, atención sanitaria, vivienda, diversión, deportes, etc)  y se debe contar con ellos. Saber adaptarse a las transformaciones no está exento de dificultades. El miedo a mayores desigualdades es un tema recurrente y preocupante, por lo que ya se está abogando por soluciones técnicas e innovadoras en las ciudades. Las urbes deben seguir siendo sostenibles, y proporcionar ventajas a su población –que representará un 70 por ciento del total– en materia de salud, educación, cultura, salubridad e infraestructuras. Todo ello pide una buena planificación urbana, económica y social. Paralelamente, se debe aumentar la calidad de vida en las zonas rurales. En definitiva, mantener un equilibrio demográfico que evite grandes bolsas de pobreza y diferenciaciones sociales infranqueables.

Paralelamente al envejecimiento, el mundo será muy diferente si se cumplen las previsiones de que en el 2050 la población mundial podría llegar a los 9.700 millones de habitantes. Otra vez se están revisitando las tesis de Thomas Malthus (1798) y su ensayo sobre el principio de la población. La superpoblación -si nos atenemos a la teoría malthusiana– pondrá en peligro la seguridad alimentaria. No habrá suficientes alimentos para todos, si la población aumenta en exceso, aunque ahora se cree que las nuevas tecnologías e investigaciones en el ámbito alimentario permitirán una producción sostenible y frenar la posible debacle. Ya no es ciencia ficción pensar que nos alimentaremos de pastillas y productos artificiales que supuestamente sabrán y tendrán los mismos nutrientes de los naturales.

El ritmo lento de crecimiento de la población sacudida por factores externos (guerras, epidemias, desastres naturales, etc)  ya hizo en su momento replantear las teorías neomalthunianas y desechar los augurios catastrofistas que no se cumplieron. Podría pasar lo mismo con los temores actuales. El cambio climático, con la extensión de virus y enfermedades, va a la par de la dinámica demográfica y los movimientos migratorios. Todo un barrizal para las tensiones y las controversias, pero también para una nueva búsqueda de soluciones. Los países en desarrollo deberán conservar su riqueza, mientras ven descender su fuerza laboral. En los países en desarrollo, el reto es ofrecer oportunidades a la población joven, su mayor recurso natural, invirtiendo en su educación y formación para que les permita más tarde contribuir al crecimiento económico.

Más allá de las profecías catastróficas incumplidas, han jugado un papel determinante la implementación de políticas gubernamentales. Una de las más populares es la del «hijo único» en China, así como la divulgación de programas de planificación familiar, en otros países como India, que han permitido reducir a la mitad la tasa de fecundidad. No es en vano que el tema de la superpoblación esté muy ligado a la lucha feminista. Las necesidades de políticas de alfabetización, la igualdad de sexos, una mayor equidad en la toma de decisiones relativas a la concepción y en el acceso al mercado laboral, permitirían el empoderamiento de la mujer en sociedades patriarcales como la India, Bangladesh y otras. Se considera que el éxito de los tigres asiáticos -Singapur, Taiwán, Corea del Sur-  en su avance económico y tecnológico de las últimas décadas fue el resultado de la política de planificación familiar, que permitió destinar los recursos para la infancia a la creación de empleos para la recién incorporada población juvenil activa.

Los expertos aseguran que es más fácil reducir la población que fomentarla.Todos los dedos apuntan a África como el continente más disruptivo. El Banco Mundial ya predijo el fuerte crecimiento en Etiopía y Nigeria, pero también auguran un aumento considerable en República Democrática del Congo, Tanzania, Uganda, etc. El gran desafío africano dará de que hablar. Tampoco se quedan atrás países asiáticos como India, que será el país más poblado del planeta, desbancando a China, y de Pakistán, Bangladesh o Indonesia.  Se predice que África contará en el 2060 con 2.800 millones de habitantes, mientras que Asia representarán 5.200 millones de personas.

Por contraste, el continente americano (Norte y Sur) tendrá 1.300 habitantes, Europa 700 millones y el resto del mundo 100 millones. Familias más pequeñas y una planificación del envejecimiento global, con corrientes migratorias reguladas que ayuden a un crecimiento sostenible de los países, serán las asignaturas a aprobar en estas décadas, en un camino de prosperidad compartida, entre el mundo desarrollado y el de desarrollo, intentando eliminar los desajustes cada vez mayores entre ricos y pobres, con un sostenimiento medio ambiental que beneficie a todo el mundo. Es cuestión de planear muy bien el trayecto.

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