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Leopoldo Gonzalez Quintana

Más respeto, presidente

Desde el escándalo de ´La Casa Gris´, donde fue exhibido el desaseo con que ejerce el poder, el presidente López Obrador no anda en sus cabales.

De por sí, sabemos de sobra que es de víscera pronta e incontinente, lo que lo ha metido a él y ha metido al país en duros aprietos y en numerosos problemas.

Por esto, no es raro que el deterioro de la imagen internacional de México sea uno de los principales atributos del gobierno de AMLO, al que parece fascinarle andar de la greña con medio mundo.

Esto, la propensión a la altanería y el insulto y el temple rijoso del primer mandatario, en un país que se respete ya habría dado lugar a una fuerte reprimenda de las cámaras y la Corte y, quizás, a un juicio de especialistas sobre lo que anímicamente motiva los enfoques y reacciones presidenciales sobre tal o cual asunto.

El más reciente episodio, en el que Andrés López volvió a exhibir ignorancia, desconocimiento del mundo, un estilo rupestre y poco tacto para la diplomacia, fue la declaración del 10 de marzo del Parlamento Europeo (PE), adoptada por 607 de los 705 diputados que lo integran, que representan a 27 estados miembros, en la que se cataloga a nuestro país como “el lugar más peligroso y letal para ejercer el periodismo fuera de una zona de guerra”.

El PE, en apego a la cláusula que lo mandata a ser vigilante de la democracia y los derechos humanos, dentro y fuera de Europa, fue más allá cuando exigió al gobierno “frenar su retórica populista” contra la prensa y actuar con firmeza para combatir la violencia contra periodistas.

La declaración del Parlamento Europeo que irritó al presidente de la República es secundable en todos sus términos, no sólo porque es fruto del multilateralismo global, sino porque -en efecto- las cifras de persecución y asesinatos de periodistas muestran a un país intolerante hacia el punto de vista ajeno y a un gobierno cuya retórica peligrosa ha hecho del intelectual y el analista su sparring mañanero favorito.

Hay quien dice que el presidente actúa de buena fe. La lengua de Castilla no coincide con esa apreciación: no puede actuar de buena fe quien busca la destrucción del que no piensa como él.

Hay quien subraya que AMLO tiene buenas intenciones, que lo que pasa es que no lo comprendemos. También aquí, la lengua de Castilla contradice la “buena intención” que no se traduce en obras y actos buenos.

Un discurso sin marco referencial ni contexto semiótico fue el que salió de Palacio Nacional, a contradecir con argumentos de poder lo que no puede ser contradicho sino con argumentos de conocimiento.

Que la declaración del PE tiene como base “actitudes y pretextos injerencistas”, según se dijo en defensa del comunicado presidencial, equivale a ignorar que los nacionalismos son cárceles mentales para algunos, pero el multilateralismo y la geopolítica son la piedra de toque de la convivencia global de hoy.

La expresión de que “México ya no es colonia de nadie” muestra a un presidente que cree que por sus venas fluye la sangre de Bolívar, O´Higgins, Sucre, Morelos e Hidalgo, colocado fuera del foco de la historia y que no entiende la lógica y cuadraturas del mundo de hoy.

La alusión a los eurodiputados de que “no leen” y además son “conservadores golpistas” que buscan frenar el proyecto de la 4T, pareció más la confesión de un ser insuficiente que la palabra de un hombre de Estado, pues si algo no tienen los europeos es falta de información y lecturas, ni fáciles concesiones al conservadurismo de hoy.

Quizás lo más notable de la respuesta al Parlamento Europeo, fue la granizada de adjetivos “descalificativos” con que el presidente cayó sobre los que él cree contrapartes, cubriéndolos de toda clase de epítetos al más puro estilo vernáculo. Sólo le faltó espetarles, en plena cara: “malnacidos”. Yo recordé, estos días, la sentencia casi filológica de Jaime Torres Bodet: “Los adjetivos son como las vísceras”. Y esto ya es decir.

Lo peor vino cuando el presidente, en una de esas lianas verbales, le puso un acento ruidoso a su poco inteligente catilinaria, llamando a los 705 integrantes del Parlamento Europeo, ni más ni menos que “borregos”. Es probable que los diputados del PE no hayan sentido frío ni el rigor del adjetivo, porque allá el rigor analítico y discursivo está en el refinamiento, no en el estilo barbaján de nuestros suburbios mentales.

Escribió Wittgenstein: “Los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo”.


Pisapapeles

No me parece que la izquierda obradorista sea una babel de lenguajes; me parece, más bien, que es una babel de confusiones.

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