Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

“Más fuerte que el muro”. Lo que une y lo que divide

La intolerancia del presidente norteamericano, en su obsesión por construir un muro entre México y Estados Unidos para aislar al país de los llamados “indeseables”, tiene en Más fuerte que el muro (2019) del mexicano Manuel Ramírez la contrapartida a tales intransigencias; especialmente ahora cuando, con la crisis del COVID-19, el gobierno ha cerrado el país a los inmigrantes, haciendo aún más grande la brecha entre ambos países.

Filmada con pocos recursos y actores en su mayoría noveles, esta película logra, no obstante, llegar al fondo de tales divisiones para poner en evidencia su fracaso, a la hora de resolver los problemas de la mayoría silenciosa a ambos lados del Río Grande.

Rodado en ambos países, el film se detiene en el doble conflicto de Julia, viviendo en México con un marido abusivo y su hijo, y Denzel, un sheriff del estado de Illinois, con su esposa e hijo. Fiel a una política de deportación sumamente agresiva, que entró finalmente en vigor en julio de 2019, Denzel quiere deshacerse de la mayor cantidad de inmigrantes ilegales a lo cual John, cuñado de Julia, se opone. “Las nuevas reglas ya están dichas, y no creo que quiera exponer su trabajo por no obedecer y desafiar a quien tiene el poder”, le responde el sheriff, además de recalcar que “los altos mandos exigen mano dura, cero tolerancia y cien por ciento de resultados”.

Esta actitud, producto del racismo político promovido por la administración republicana, se sustenta en el vínculo entre raza y nación, de tan nefastas consecuencias a lo largo de la Historia, donde las diferencias y lo diferente debe ser marginado, expulsado, o aniquilado directamente. Ello, promovido e impulsado desde el poder por autócratas que ven en la diversidad una amenaza a la “pureza” racial y a la homogeneidad cultural, de cuyo repositorio extraen su fuerza, pues les permite hablar con el otro en el mismo lenguaje y, por ende, manipularlo con mayor facilidad.

En el guion del film, el sheriff y Preston, uno de los patrulleros de frontera, comparten tal visión, en tanto que John y Felipe, su compañero de patrulla, mantienen una posición más abierta y tolerante; especialmente John cuya esposa, hermana de Julia, “es uno de ellos”, como indica despectivamente Preston, mostrando abiertamente, junto con Denzel, el rechazo a la propia cultura y la propia lengua; pues aquí todos los caracteres son hispanos, aun cuando nacieran o se criaran en caras opuestas del muro. Un comportamiento, sintomático en la percepción del hispano sobre sí mismo y el otro; especialmente si se siente amenazado por el flujo de recién llegados o indocumentados, con los cuales prefiere mantener distancia para no ser identificado con ellos.

La necesidad de ser aceptado por quienes, sin embargo, harán hacerle sentir que no pertenece, lleva al hispano a renegar de sus raíces y traicionar a sus paisanos, en aras de una aprobación inexistente o condicionada a lo que el sistema pueda extraer de él. De hecho, el apoyo latino a la causa republicana, desde la elección de 2016, ha aumentado pese a las medidas tomadas por el Gobierno contra el grupo. Ello muestra el poder de la bota imperialista sobre una población históricamente subyugada a su influjo y, en el caso mexicano, dependiente económicamente de la misma a ambos lados del muro desde la institucionalización del programa de braceros a principios de los años cuarenta del pasado siglo.

La escena donde las patrullas detienen, pistola en mano, a un grupo de braceros ilegales a fin de deportarlos, muestra tal dependencia o, mejor dicho, interdependencia, pues cuando le señalan al capataz que va a tener problemas por emplear a ilegales, este sostiene que “mis paisanos trabajan mejor que los güeros”. Una realidad que, desde la sátira, quedó también expuesta en A Day Without a Mexican (2004) de Sergio Arau, donde su repentina desaparición paraliza completamente a California.

El nudo argumental del film de Ramírez abordará desde la pequeña historia esta idea cuando el hijo de Julia, tras entrar ilegalmente a Estados Unidos para ser operado sin éxito de un tumor cerebral, salve con su muerte la vida del hijo de Denzel, quien necesitaba urgentemente un trasplante de riñón. El doble cruce de ambas vidas, separadas por una línea divisoria pero indeleblemente unidas, será tanto geográfico como humano al Julia atravesar ilegalmente la frontera para estar con su hijo y ser detenida por el sheriff quien, al saber la razón, la dejará ir pues se identificará con ella ante el mismo temor de perder lo más querido.

El estallido del drama, motivado por la casualidad de un encuentro inesperado en el lugar donde dos naciones se enfrentan pero también se buscan, cambiará completamente la posición del sheriff con respecto a la presencia mexicana ilegal en territorio norteamericano, además de crear un vínculo permanente con quien, habiendo perdido a un hijo, ha ganado el respeto y obtenido el agradecimiento incondicional del enemigo. Si bien el enemigo también está en casa, cual es el caso de Julia, amenazada por un marido que la engaña y evade sus responsabilidades familiares diciendo que “si los niños salen mal es por culpa de la madre”, cuando ella le pone al tanto de la gravedad de la operación a la cual deben someterlo.

Esta actitud, represiva y regresiva, se aúna a las instituciones, comunidades y al presidente mexicano mismo, cuando minimizan el problema, lo cual conlleva tolerar lo intolerable, ejerciendo la intolerancia sobre el objetivo equivocado y poniendo indirectamente la responsabilidad en la mujer por el abuso sufrido. Una realidad, magnificada por el temor de la misma a denunciar al criminal, especialmente si viven juntos, pues podría acosarla aún más, unido a la vergüenza de ser señalada por su comunidad.

Temor y vergüenza, entonces, movilizan el comportamiento de la víctima, de manera similar a quienes han sido abusados por los representantes de la Iglesia, y viven con la culpa del otro cual si fuera una cruz que deben cargar. La película se distancia, no obstante, de tal conducta pues, al sorprender a su marido con otra en la propia casa, ella lo amenazará con un cuchillo obligándolo a irse; si bien en el funeral del hijo se reencontrarán, mirándose conciliadoramente lo cual deja abierta la posibilidad de una reconciliación posterior.

Este contrapuesto proceder, proviene de las contradicciones existentes en la identidad latinoamericana, cuya inadecuación ante el mundo se enraíza en los procesos de conquista y colonización, exacerbados por la imposibilidad de ser naciones realmente libres desde su formación tras las guerras independentistas. Contrariamente, la dependencia en poderes extranjeros se ha agravado en la época postcolonial, creando un nuevo colonialismo donde se estancan las economías, se resienten los ciudadanos y se siguen beneficiando los grupos de poder, utilizándolo aquí para amenazar a los más frágiles a través de su propia gente. “Tenemos que seguir con el número de arrestos porque esto viene de muy arriba”, les ordena Preston a los demás patrulleros, subrayando la presión gubernamental para poner en práctica su draconiana política de deportación.

El lugar que ocupa la coacción del Estado sobre los sectores más vulnerables de la población exacerba la desigualdad crónica, producto de las diferencias culturales, sociales y, sobre todo, educativas, dada la falta de oportunidades para quienes no tengan las herramientas con que entrar a una arena ferozmente competitiva. Conexiones familiares y profesionales, acceso a los recursos económicos y a las oportunidades que brindan los espacios de prestigio, les dan a los privilegiados, a ambos lados del muro, carta blanca para actuar contra quienes mantendrán en una posición de inferioridad, a fin de explotarlos y mantenerlos sujetos a su servidumbre; además de emplearlos en los sectores más duros de la economía, donde realizan trabajos que los nacionales se niegan a realizar, prefiriendo estar desempleados o vivir de la asistencia social. “Hay trabajos que solo los latinos hacemos y por un pago muy bajo. A poco va a haber un gringo recogiendo fresas. ¡Por lo que pagan!”, expresa la esposa de John, conjugando una realidad imposible de negar, aún por quienes piden su extradición pero, como el presidente norteamericano mismo, los emplean en el mantenimiento de sus propiedades.

La doble moral de los gobernantes ha tenido, en la pandemia global del coronavirus, su expresión más maquiavélicamente acabada. Desde la negativa del autócrata chino a contener el virus, antes de que millones de nacionales abandonaran el epicentro en Wuhan y se desperdigaran por todos los puntos del globo, tras las fiestas del Año Nuevo Lunar, pasando por su infundada aseveración de que el virus se inició con los atletas norteamericanos que fueron a esta ciudad a competir en los Juegos Militares Mundiales en octubre de 2019; hasta la vergonzosa actuación del presidente estadounidense, más preocupado por salvar su imperio de bienes raíces y las grandes corporaciones que a los ciudadanos, como lo demostró el primer paquete de medidas económicas propuesto por los republicanos, y rechazado por los demócratas, pues estaba dirigido a estimular a los sectores poderosos en detrimento de la ciudadanía.

Las medidas tomadas en Europa en los primeros momentos de la crisis tampoco ayudaron a contenerla, además de minimizar sus consecuencias como ocurrió en Italia, la nación con el mayor número de casos del continente. Mientras que en Latinoamérica los mandatarios decidieron ignorarla o, en países autocráticos como Venezuela, se ha ocultado el número real de infectados y buscado silenciar a quienes investigan la evolución de la pandemia.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo no ha conocido una crisis global de tal magnitud, con el agravante de que los dirigentes tampoco han estado a la altura ni han sabido guiar, alentar y confortar a la población. Ha sido la inmovilidad y el tremendismo lo que ha privado, ante la ausencia de voces lúcidas, energéticas y decisorias. ¿Dónde han estado los Roosevelts, los Churchills, los Kennedys en “the darkest hour”?

La falta de liderazgo, la mediocridad de los estadistas, el narcisismo de los presidentes y el empeño de las instituciones en anteponer las prioridades de las grandes corporaciones al bienestar general, ante una encrucijada tan definitoria para el futuro de la humanidad, son expresiones claras de la intolerancia política en nuestra contemporaneidad que, en el caso de las relaciones entre México y Estados Unidos, se expresa en un incremento de las tensiones; especialmente desde la llegada de un líder de izquierdas al poder, y quien ha recurrido al kitsch religioso para proteger al país del contagio.

Tal actitud resulta cónsona con la idiosincrasia del ser latinoamericano, propenso a dejar en manos de santos, sagradas potencias, dioses y Orishas el destino propio y el de los demás. Encomendarse a lo divino es el antídoto de los más desasistidos; ese “escudo protector”, que la extracción popular del mandatario traspone a la dirección de la nación, entremezclando creencias y vivencias con la seguridad del país y sus habitantes. Una mezcla explosiva, que ha contribuido a llevar a la ruina a otras tierras como la venezolana, pero en sintonía con el sentir de las masas, dables de poder así identificarse profundamente con su dirigente y, por ende, mantenerlo indefinidamente en el poder, si su populismo se decanta hacia un personalismo a ultranza.

“Dios está con nosotros”, asegurará Susana en el film, cuando con el marido ayude al sobrino a cruzar la frontera utilizando el pasaporte de su propio hijo. Una exclamación, repetida por los demás protagonistas en situaciones límite, al ser las fuerzas celestiales el talismán defensor, ante los males producto de las intransigencias de quienes detentan el poder y regentan el devenir de los pueblos. “El destino ya estaba dicho. Nos tocó no tener nada, y ese nada se convirtió en menos”, proferirá Julia, mientras aguarda en el hospital la entrega del cuerpo del suyo, dejando a la providencia los altibajos del vivir. “Esas personas vienen a este país con un sueño, buscando una mejor calidad de vida. ¿Y qué hace uno?, les quita esos sueños”, punteará igualmente el sheriff, concientizado por el hecho de deberle la vida de su hijo a otro que cruzó ilegalmente la frontera. “Lo único que nos divide no son muros sino discriminación, racismo, pero mientras haya corazones que nos unen, no habrá muros que nos separen”, concluirá la voz en off de Julia en el entierro de su niño, dejando abierta a la esperanza la eventualidad de un mejor mañana.

La ilusión vertida en lo ignoto es entonces la única expectativa posible para quienes no tienen nada o lo han perdido todo, y solo cuentan con la resiliencia de su fe para sobrellevar los perennes dramas de la existencia. “La desesperación de las masas”, cual realidad crónica de nuestros pueblos, continuamente subyugados por los poseedores de privilegios y dádivas repartidas fundamentalmente entre sus acólitos, lleva a la gente a depositar el porvenir en la suerte, y a aferrarse a las representaciones propias del culto en la vida y también en la muerte, como lo demuestra la imagen de la Virgen de Guadalupe pintada sobre la tapa del féretro del niño mártir.

Otros retos, otras experiencias, a ambos lados del muro, seguirán perfilando el continuum de estos y otros inmigrantes esperando en la frontera la oportunidad de cruzar, aun cuando muchos no lo puedan contar, uniéndose a los que tampoco lo logran en otras zonas del planeta. Una verdad innegable en esta contemporaneidad, cada vez más impredecible y cambiante, que exige la constante readaptación y actualización para poder sobrevivir entre urgencias, contradicciones e improvisaciones. Ello, en detrimento de la reflexión, la valoración de lo realmente importante y la sedimentación pausada de procesos históricos, igualmente marcados por la premura y el apresuramiento; pues ya no se suceden secuencialmente, sino se amontonan de forma aluvional, anegando y sepultando lo mejor de nuestras culturas.

Hey you,
¿nos brindas un café?