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Marina Gonella

Marina Gonella y el espacio inventado

Cargada con ojos frescos y cámara en mano, Marina Gonella crea obras a partir de su entorno directo, con imágenes que saca de lugares, objetos o paisajes. No le tiembla la mano a la hora de experimentar con diferentes materiales y en un lienzo pueden convivir fotografía, acrílico, collage, papel, transparencias y transferencias de tinta simbióticamente. Convergen elementos literales con elementos abstractos. Se encuentran muestras del presente con muestras del pasado. Los frutos siempre son espacios nuevos, reinventados, que resultan de su experiencia y asimilación del lugar en donde está. “Yo trabajo lo que nos rodea, la relación entre el lugar y la identidad,” dice. “Creo que el lugar donde vivimos nos condiciona los actos, los pensamientos, la forma de vida.”

Parcialmente auto-construcción, parcialmente categorización de otros, identidad es una palabra tan abstracta como el proceso que representa. De momento podemos cargarla como bandera, como etiqueta, como condición, como estado, como escudo o como banco de recuerdos. Son herencias que se desarrollan a medida que habitamos distintos espacios y forjamos conexiones con el entorno. Los vínculos, una vez adoptados, pasan a formar parte de la idea que tenemos de nosotros y las ideas que construimos de la experiencia vivida – se entrañan y se tejen con la vida cotidiana cada vez que tomamos consciencia de un nuevo ambiente. Por eso, la identidad no es estática. Navegantes de territorios nos convertimos en vehículos híbridos, susceptibles ante cualquier nueva interacción. Según Marina, “cambiás todo y todo te cambia en la vida cuando te mudás de un lugar a otro. Uno se va adaptando a nuevos estilos de vida.” Para ella, una de las decisiones más importantes de su carrera la tomó al mudarse de Argentina a Miami hace 12 años – fue entonces que decidió continuar como artista a tiempo completo, mezclando sus experiencias previas con la cultura nueva.

Marina nació en Chicago de padres Argentinos y creció en Buenos Aires, donde estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredon y se especializó en los talleres de Naun Goigman y Aníbal Carreño. Allá mantuvo un estudio en el que daba clases de arte y realizó diversas exhibiciones individuales y colectivas. En 2002, ella y su esposo decidieron mudarse para Miami. Para ese entonces la situación política y económica en Argentina estaba complicada, ellos tenían una hija de 4 años y no quisieron esperar a ver qué podría ocurrir. “Cuando nos vinimos creo que inmediatamente quedé anestesiada,” recuerda. “Después me fui adaptando y mi obra fue un poco de eso, de mi exploración al adaptarme al entorno.”

El espacio condiciona el comportamiento humano y la manera en la que se expresa la identidad de cada individuo es personal. Las complejidades de la propia construcción de identidad de Marina, tomando en cuenta sus emociones y patrimonio cultural, informan su proceso en el arte. Aunque siempre tomó fotos de la ciudad, Marina tomó conciencia de la relación que tenemos con el lugar al migrar de Argentina y encontrarse en un espacio nuevo. Comenzó a explorar la interacción desde su estudio privado, hasta que se trasladó como residente para el Bakehouse y finalmente para el Art Center South Florida. Ahí fue mi primer encuentro con ella, frente a una de las creaciones que tiene guindadas. Parte de su última serie, la obra muestra la imagen de una autopista y es producto del tiempo que pasa entre su casa y el taller. Tal vez porque he sentido que un momento de carretera puede durar para siempre, el fragmento, enmarcado entre 4 losas de madera, me pareció ilimitado – tan completo como inconcluso, tan real como imaginado. Tomé su tarjeta y quedé en volver. Al regresar, ví que había reordenado el espacio. En la entrada había colocado una pequeña montaña de debris y una seña que decía “detour”. Caminé directo hacia el montaje en construcción y efectivamente me encontré con ella. Además de artista, Marina también es madre de dos a tiempo completo y todavía muere por los rincones de su pasado.

Argentina ha tenido una influencia importante tanto sobre su estética como en su percepción del lugar. “Para mí allá hay unas esquinas que son divinas, “ dice, “es algo que uno siente muy reconocible.” Las particularidades ambientales de cualquier lugar se convierten en puntos de referencia y pueden generar un sentido de pertenencia si a primera vista desencadenan familiaridad. Las avenidas amplias, edificios grandes y cafés llenos de gente son aspectos de Buenos Aires que Marina recuerda con nostalgia y le han dejado una herencia cultural. Por eso sus interpretaciones artísticas incorporan elementos de su entorno que la identifican, sean restos del pasado o muestras de su entorno actual. En la serie Direcciones, una que comenzó en 2012, casi 10 años después de mudarse, utilizó imágenes de edificios Argentinos. Los colocó sobre mapas que no necesariamente muestran la ubicación, algunos son de Europa, para crear una dinámica geométrica y evocar la importancia del lugar. Otros sí son de Buenos Aires y en ellos retrató el vínculo emocional que tenía con los lugares, marcando los distintos recorridos que hacía habitualmente en la ciudad.

Ahora, su imagen se ha concentrado en Miami, y muestra frecuentemente imágenes de las autopistas y las señas que van dando la pauta al tráfico, yuxtapuestas con collage. Su proceso aún comienza con la fotografía, seguido de sesiones de Photoshop para alterar los colores y el contraste. Luego trabaja abstractamente. Trata de captar los pequeños detalles que percibe en el lugar, detalles que juegan un papel en la construcción de la identidad oculta dentro: la energía, el olor, el sonido, la historia  y la gente que se refleja ante los ojos de uno. “Hay como una relación de diferentes elementos, ya sea el espacio, la geografía, la parte cultural, que voy incorporando en la obra,” explica. A través de estos contrastes entre lo concreto y lo abstracto construye dinámicas en tensión, abriendo interrogantes y ventanas de sugerencias. 

Pensando a futuro, Gonella quiere seguir trabajando las ideas del terreno y la construcción, utilizando el polvo de debris que tiene en la puerta de su estudio. Eso está por verse. “Hay muchas cosas que uno quiere hacer,” dice “ahora estoy en un momento en el que me gusta lo que estoy haciendo, pero creo que uno nunca está conforme, a pesar de estar contento. Siempre me hubiese gustado llegar a más. También pasa porque cuando empezás con una idea no siempre termina de la manera que te la habías imaginado. Pero bueno, ya el hecho de tener el privilegio de todos los días hacer lo que a uno le gusta hacer, por más que hay días que le complacen más que otros, ya eso es todo.

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