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María Macaya Martén

María Macaya Martén: La poesía es un reto y un juego

María Macaya Martén es una poeta nacida en San José, Costa Rica (1991). Su primer libro de poemas, Viento inmóvil, recibió una Mención Especial del Jurado en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica, y se publicó a finales de 2020. María siente el poder magnético del lenguaje cuando se hace poema como si de una joya se tratara. Ella, artesana u orfebre de la palabra entiende que la poesía se expande a otros géneros literarios. Vive la poesía y el lenguaje con una intensidad sin límites, con el corazón de una viajera del ser y el sentir. La poeta costarricense entiende la experiencia del viaje como otro componente vital de su lenguaje y experiencia poética. Se ha alimentado de mucho arte durante esta pandemia y reconoce el poder de la poesía para curar el espíritu, incluso en estos tiempos de crisis para toda la especie humana. María es Master en Literatura Comparada de la Universidad de Oxford. Se especializó en poesía, particularmente en el simbolismo francés y el modernismo hispanoamericano. Impartió clases de inglés en la Universidad Latina y en el programa Inglés por Áreas de la Universidad de Costa Rica. 

 

¿Cómo describiría María Emilia Macaya Martén su poesía?

Para mí la poesía es el desafío más lindo y emocionante que existe, es principalmente un reto y un juego. Es sentarme a tratar de atrapar algo que es imposible de atrapar, una esencia (que a veces considero ideal y absoluta) que me elude una y otra vez, y aun así no me canso de perseguirla. Considero que la poesía es el medio idóneo para intentar transmitir todo aquello que nos cautiva justamente porque es fugaz, sutil, extraño o complejo. A través de mis poemas intento plasmar aquellos instantes o impresiones que me impactan, a veces con la fuerza de una pedrada en la cabeza, pero que después tienen la audacia de salir volando y disiparse como mariposas. ¡Mi poesía es mi reacción indignada! Es un intento desesperado de retener estos momentos, de fijarlos con un alfiler en la página, darles una representación tangible a pesar de su naturaleza efímera. 

Me intriga el contraste que hay entre las emociones o sensaciones abstractas que me inspiran a escribir, y la condición concreta y material del poema. Algunos de los poetas en los que me enfoqué durante mis estudios, como Théophile Gautier y Rubén Darío, concebían sus textos como si estos fueran esculturas o joyería. Comparaban el pulir de sus versos a la orfebrería, al trabajo de la pedrería o el mármol. ¿Ves como todos estos son materiales duros y pesados? Parecieran incluso permanentes, resistentes a la erosión y al pasar del tiempo. En lo personal, tengo mis dudas sobre la capacidad del arte de prevalecer frente a la muerte o al pasar del tiempo, pero sí tengo claro que intentar alcanzar la permanencia, es una de mis mayores motivaciones para escribir. 

 

Has viajado por muchos países del mundo y has estudiado muchos años fuera de tu país natal, ¿cómo, la experiencia del viaje ha marcado tu poesía y tu escritura en general?

Esta es una buenísima pregunta, porque yo creo que solemos absorber y asimilar los lugares donde vivimos. Un lugar puede dejar su impresión en nosotros, si tenemos la apertura y se lo permitimos, incluso durante una estadía muy corta. Los diferentes lugares donde tuve la oportunidad de estudiar viven en mí, y los llevo conmigo a todas partes. Al igual que experimenté Vermont, París y Oxford a través de mis dos ojos costarricenses, ahora tengo todos estos lugares integrados a mi visión y a mi identidad personal. Me siento muy afortunada, y agradezco mucho las oportunidades y la trayectoria que he tenido. Sin embargo, considero que, si nos toca estar en algún lugar, sea cual sea, e independientemente de si nos gusta mucho o poco, está en nuestro mejor interés permitirle entrar. Dejar que se imprima en nosotros, con todos sus componentes, los buenos, los malos y los difíciles. Con esto no quiero decir que nos tenemos que forzar a quedar en algún lugar que no nos guste. Simplemente me refiero a que deberíamos de aprovechar al máximo cada una de las etapas que vivimos.

Siento que los diferentes lugares en los que viví están muy presentes en mi vida diaria; pues creo que todos solemos percibir el mundo a través de nuestras experiencias. Cuando estaba en Vermont, o en Oxford, veía y sentía a Costa Rica en todas partes. Hace poco una buena amiga de la universidad me recordó riéndose que cuando comencé la maestría en Oxford le dije que Oxford me recordaba mucho a Costa Rica. Claro, yo venía de Vermont donde las temperaturas eran muy bajas, y sorprendentemente, la lluvia constante y las temperaturas levemente más cálidas de Oxford, ¡me hicieron sentir más cerca de casa! Ahora me parece casi ridículo tomando en cuenta las grandes diferencias que hay entre Inglaterra y Costa Rica. Sin embargo, sí recuerdo que fue así como percibí Oxford, por lo menos al principio.

Como mencioné antes, siempre hice un esfuerzo consciente, dentro de mis posibilidades, por absorber al máximo el lugar adonde estaba. Esto cobró más potencia que nunca durante mi semestre en París. Esa fue la primera vez que estuve sola en una ciudad de ese tamaño. Al principio me asustó un poco, pues venía de Middlebury, un pueblo pequeño y rural en Vermont, Estados Unidos. Pero para mi sorpresa, me adapté muy rápido y me encantó la experiencia. Creo que fue de los lugares que más me marcó a pesar de que solo estuve ahí durante cinco o seis meses. Salía muchísimo a caminar sin ningún plan específico, me sentaba en las plazas y parques solamente a observar. ¡Me fascinaba el metro! (Sí, algunos pensarán que soy un poco rara.) Pero era de mis aspectos favoritos de estar en París. Me montaba en cualquier estación y me bajaba en cualquier otra casi de forma impulsiva, por el mero afán de explorar la ciudad. Nunca antes había sentido que me podía mover con tanta fluidez y seguridad en un espacio urbano. Sentir esta libertad de movimiento fue un privilegio que a veces extraño. De hecho, la figura del flâneur, de Baudelaire, y el estudio de los espacios urbanos, es un tema que me gusta mucho; y aunque lo estoy comenzando a tratar un poco en mi poesía actual, espero llegar a desarrollarlo más en el futuro. ¡Veremos!

Para concluir, sé que mi escritura es producto de mis experiencias personales en conjunto con muchísimos ingredientes más. Pero rastrear de donde viene exactamente lo que escribo es casi imposible para mí, y tampoco tengo demasiado interés en averiguarlo. 

 

Maria Macaya Marten

 

¿Crees que un poeta debe escribir solo poesía o la poesía también se puede manifestar en otros géneros como el ensayo, la reseña, la crónica, el cuento, etc?

Creo que la poesía se puede manifestar en todas partes y a través de diferentes géneros. De mis mayores placeres al momento de leer prosa es detenerme a escuchar el ritmo de las oraciones y el sonido de las palabras, y llegar a sentir de cerca el tono y la voz del narrador. Para mí, eso es, de cierta forma, poesía. Lo que pasa es que el género de la poesía le da gran parte del escenario a los ecos y las texturas particulares de cada palabra. El lenguaje en sí, con sus características visuales y sonoras, toma el papel central. Un poema tiene un yo lírico en vez de un narrador, pero también puede recurrir a diferentes personajes o a una trama. Sin embargo, en comparación a otros géneros, tiene muy poco tiempo y espacio para generar su impacto. Por eso, los poemas son una estructura muy condensada donde cada detalle cobra mucha importancia. Además, el efecto de un poema suele ser inmediato, y no depende necesariamente de que el lector siga de cerca, o no, las ideas planteadas. Es mi opinión, pero a veces una sola imagen, algunos versos o sonidos, son suficiente para generar un efecto. Por eso, suelo decir que no hace falta que un lector entienda un poema en su totalidad para poder disfrutarlo. Aunque, por supuesto, entre más un poema se analiza, más se llegan a apreciar sus diferentes capas y niveles de significado. La poesía exuda significado, música y estímulos sensoriales, por eso la encuentro apasionante. 

Considero que cualquier poeta, o para ese efecto, cualquier escritor, siempre tiene la libertad de incursionar en otros géneros, y esto debe de ser celebrado. Pero, por lo menos en este momento, lo mío es la poesía. 

 

Ahora la humanidad vive una situación crítica con la pandemia del COVID-19 y se ha abierto un rayo de esperanza con las diferentes vacunas, ¿crees que la poesía presenta una cualidad terapéutica para sobrellevar estos tiempos?

Para mí sí, la poesía y el arte en general, han sido un gran alivio y fuente de energía durante estos tiempos tan inciertos. En lo personal, he consumido más arte que nunca desde que empezó esta pandemia. Recurro al arte con mucha más frecuencia que antes y también la experimento más profundamente. Esto se debe tal vez a que siento que me lleva a un lugar superior, o me siento un poco más segura bajo sus diferentes mantos, la música, el cine, la literatura, la pintura, etc. Ojalá todos tuviéramos la oportunidad de encontrar esos oasis en medio del caos. Estos escapes o zonas seguras van a ser muy diferentes para cada quién, pero son fundamentales para nuestro bienestar mental, físico y emocional. A veces necesitamos conectarnos con nosotros mismos, nuestras emociones y mundos internos; y otras veces lo contrario, necesitamos huir de todo eso. Por fortuna, el arte nos ofrece las dos posibilidades. 

En cuanto a escribir como un medio de sobrellevar nuestros tiempos, no dudo de que la escritura también me presente una balsa en medio de la tormenta. Para mí escribir es ordenar el desorden, o si es necesario, desordenar y después reconstruir lo que tengo en frente. Llegar a ver una emoción o un recuerdo que llevaba adentro, fuera de mí, es muy poderoso. No suelo decir que recurro a la escritura como un método de catarsis, porque por lo menos no lo hago conscientemente. Sin embargo, reconozco que es un proceso que, a pesar de ser frustrante, llega a ser muy satisfactorio. Me hace sentir en control, puedo manipular el poema a mi antojo, y de esta forma manipulo la emoción o la situación que estoy retratando. Por esta razón me hace sentir empoderada, y es un proceso emocionante y revelador cuando sale como uno quiere. Cuando no, es muy difícil. Los artistas debemos de cargar el miedo profundo que el acto de creación implica. A veces no sabemos con qué nos vamos a encontrar, y la posibilidad de no lograr nada, o no lograr lo que queríamos, nos pesa mucho. Por eso considero que todo artista es sumamente fuerte y valiente. El arte puede llegar ser muy liberador, pero también puede ser muy pesado. Y a veces a la gente se le olvida esto último.

Hasta el momento no he escrito directamente sobre la pandemia, pero sí he escrito poemas que se sienten inusuales para mí, y creo que no los hubiera escrito si no fuera por la situación actual. Como a muchos, esta experiencia me ha llevado a espacios mentales y emocionales muy difíciles. Estos tiempos han sido un gran recordatorio sobre la importancia de cuidar mi salud mental. Yo he pasado por depresiones antes, y creía que las podía detectar relativamente bien. Pero esta pandemia me ha hecho más humilde en esta área. Me ha recordado que no siempre estoy tan bien o tan fuerte como creo estar, y que la salud mental puede ser sumamente delicada y perniciosa. Es un área que, en mi opinión, todos deberíamos de conocer mejor, para poder estar atentos y ser compasivos, tanto con nosotros mismos como con los demás. 

 

Palabras

El primer año pasó como un niño en velocípedo.
No escribí sobre ti durante ese tiempo.

Sé muy bien que las palabras son tiranas
y las detestaría para siempre por reducirte
y contaminar aquellos sentimientos
profundos y complejos como posas de colores.

Guardaría mis tesoros lejos de la tinta
de estas manchas negras sobre el blanco puro,
tan ineptas, corruptas, inexactas,
en un cofre hermético,
en alguna bóveda recóndita de la memoria.

Pero un día durante la cena,
admití pavorida que tu mirada gris se estaba perdiendo.
El tono de tu voz, ¿podía acaso haber cambiado?
Algún intruso habría entrado a la más segura de mis cajas fuertes.
Habían manoseado mis joyas, ¡aquellos días impíos!
Solo un poquito cada uno, pero fueron persistentes.

Corrí perturbada a buscar un lápiz
y sucumbí naturalmente a este vicio
tan vil y vergonzoso
tan bonito.

Cada una me dolió en el alma, rechiné los dientes,
salieron como serpientes ondulantes las palabras.
Las parí y eran duras como piedras,
cortantes como cuarzos.

Hicieron de las suyas.
Discúlpame, nos emboscaron.
Yacía desnuda frente a sus miradas
ensangrentada les imploraba que pararan.

Escribí un par de poemas tímidos primero,
siguieron desfilando pomposas como collares de zafiros y diamantes,
con música festiva, desafinada, melancólica.

Me usaron para cobrar vida
de rodillas les rogué que continuaran.
Me di cuenta humildemente
de que me salvarían.

Y a ti también,
pensé.

Pintaron los recuerdos que quedaban de colores,
se atrevieron a cambiar todos los detalles,
no les importó nada.
Yo permanecí en silencio.

Agarraron tu imagen tenue y la incrustaron,
hicieron tu rostro en marmoleado,
en vitrinas, en bordados.

(¿Será acaso este un trabajo de Darío,
aquel orfebre antiguo?
¿Estaban orquestadas las palabras
por su espíritu?)

Me tejieron un croché,
no eres tú, es muy distinto.
Me conformaré con obra de arte,
con objeto.

Porque tu expiraste.
Lo siento
era inevitable.

Hoy sostengo triunfante mi tesoro,
lo custodio con vehemencia.
Mis piedras, mis rubíes y mis circones,
se mueven pesados entre mis dedos.

Como cuentas de un rosario
paso páginas de libros
y suspiro.

Pero caducarán mis perlas,
y se harán viejas.
¡Perderán su brillo,
estarán añejas!

El mundo continuará como un molino
sin tomarme en cuenta.

Un día me encontraré
aún peor,
por segunda vez
sin ti.

Volverá a pasar el niño en velocípedo.

Porque así es el arte,
y así es la vida.

Gautier se equivocó,

y yo me rindo.
No puedo hacer más
que bailar con tu cráneo
en la danza perpetua
tan bella y tenaz,
de esta macabra existencia.

Donde nada dura,
nada vive,
nada queda.
y continúa…
y continúa…
y continúa…

 

Viento inmóvil

El cuerpo parece una momia.
Está tapado por sábanas como cordillera blanca
que es monstruosa columna vertebral,
a lo largo de un país
hecho exclusivamente
de nieve y viento.

Pero este robusto monumento a los occisos
no es más que el soplo de un segundo flojo,
a las once y cincuenta y nueve,
en una cama de hospital.

Un juego de toallas enrolladas le sostienen la cabeza y le cierran la quijada.
No hay diferencia entre la tela de las mejillas y la palidez de los paños.
El rostro es desierto y helado como cráter en la piel de la luna,
los párpados, compuertas selladas por los siglos, definitivas.

No sé qué función tienen las toallas;
tal vez impedir que la cabeza se vuelque
hacia un lado,
como florero de porcelana lleno
que bota el viento en tarde soleada
y se rompe en pedazos y polvo de colores.

Es decir,
evitar que se rieguen
los sesos.

Cuando un árbol grande
se desploma en medio del bosque
queda en quietud obsoleta,
sumido en la vibración y el estruendo
de la caída dentro de sí.

Un cadáver yace solo.
Los vivos se van y no se inmuta.
Permanece;
como viento inmóvil,
hasta no más.

 

… Pero te estoy escribiendo todavía

Entré al baño del apartamento en Boston.
Detrás de la puerta colgaba tu bata.
Había un pañuelo sucio en la bolsa izquierda.
Hacía dos años habías muerto.

¿Habría sabido, el afortunado papelillo,
que te sobreviviría por tanto tiempo?
¡Te sentí tan cerca!

Contenía tal vez tus últimas lágrimas,
el sudor leve de tu cuello,
un efímero estornudo,
o mocos.

Ya no importa
supongo.

Lo sostuve frente a mí
como lirio blanco entre mis dedos.
No sabiendo si venerarlo
o repudiarlo.

Lo boté en la basura.
Cerré la puerta.

Todos los textos forman parte de Viento inmóvil (Editorial UCR, 2020)

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