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Manuel Molina

Manuel Molina: “La cámara es un pretexto para ver”

Si la vida fuera una serie de Netflix, Manuel sería un invitado especial, de esos que aparecen tres capítulos y no salen más. Prudente e inquieto, le cuesta mantenerse siempre en el mismo sitio o con la misma gente. Es de Puebla y se sabe buena parte del repertorio de Luis Miguel como acervo cultural propio y sin saber por qué. Conoce más a México desde su experiencia de vida en Nueva York. Ama lo distinto, es por ello que su trabajo como editor fotográfico y audiovisual ha transcurrido entre museos como el MoMA, Queens Museum of Art, marcas como POLO Ralph Lauren, Adidas, la revista Vogue China, pasando por New York University donde terminó el año pasado la Maestría de Escritura Creativa en Español. Es a todas luces un ser con una cámara, pero por encima de todo alguien que ve las dos caras de todas las monedas. 

Desde poemas inspirados en videos musicales de los 80´s pasando por revistas de moda, hasta llegar a cubrir la súper glamurosa gala del MET. ¿Por dónde se decantan todas estas manifestaciones visuales? ¿Cómo las abordas?

Me he ido reinventando. Mucho de lo que hago surge como una solución. Si necesito convertirme en un fotógrafo de moda, lo hago. Si tengo que escribir, escribo. Si tengo que ir y hablar como un agente de publicidad con productores, artistas o clientes, adopto los diferentes roles. Como dices, cubrir la gala del MET o bien editar el video de un arquitecto. Pienso en soluciones. En cada situación es como hacer un performance.

Nueva York, entre la extorsión de postal de película y el apetito de figuración permite esas oscilaciones. El anonimato permite esos desenvolvimientos de cuchillo entre los dientes.

Es que yo tuve que pagar mi muela del juicio. Llegué a esta ciudad como casi todos los estudiantes extranjeros: con beca. Pero también como casi todos esos estudiantes, tuve problemas de acceso por retrasos y burocracia. Así que en un momento determinado no tenía casa y me echaron de la universidad porque no tenía cómo pagarla. Fue extraño. Por un lado vine con visa, hablando inglés y por el otro, no tenía dónde dormir. Allí despertó la reflexión en torno a ser inmigrante y ver los muchos México de allá y de acá, casi por capas. Tengo un vínculo muy fuerte con la experiencia de los inmigrantes de todos los países.

¿Eras un comunicador nato? ¿Cómo decidiste Ciencias de la Comunicación?

Por descarte. La decisión llegó luego de un coqueteo con Leyes y Astronomía. Faltaban un par de meses para empezar la universidad y me latió la parte de medios, cine, fotos. Si hubiera estado en el DF, habría hecho cine directamente. Nunca pensé en irme a estudiar afuera y  crecí viendo MTV, por lo que el mundo de la imagen no me resultaba ajeno. México está muy ligado a la tele, es una influencia muy fuerte. Los videoclips están vinculados a lo que escribo. Luego de ver Rocky con mis primos unas 10 veces, rodeados además de los afiches de rigor, empecé a juntar la idea de que tal historia podía ir con tal canción y por supuesto, con tal foto de aquella chica.

Y después el mismo Stallone salió de un póster y te regaló tu primera cámara.

Más o menos. Un tío me regaló a los 10 años una Minolta. Con ella le tomé una foto a una niña que me gustaba mucho y quedó borrosa, porque no podía enfocar. Consumí ese rollo y no volví a usarla más. Pero el impulso regresó a los 17. Le pedí una de regalo a mi papá para tomar fotos en el teatro del colegio. Llegó con otra Minolta. Allí empezó la foto como un nivel de experiencia y acceso a todo. Por ejemplo, involucrarme con el anuario me permitió estar en todos lados. La cámara es un espacio para ver, un pretexto. No estás adentro, pero te dejan pasar.

Después de haberte formado tanto y tener tanta experiencia rodando de aquí para allá, debe ser interesante mirar en retrospectiva los productos culturales “formativos” de la niñez. ¿Qué recuerdos tienes de ese México masivo y televisivo?

Yo siempre hice la tarea con la tele de fondo. Recuerdo unas caricaturas que daban en la mañana sobre la historia de la humanidad, creo que belgas o francesas. También recuerdo cuando murió Colossio. Te tengo una buena: un día llegué llorando a donde estaba mi mamá y le dije que le tenía una buena y una mala noticia. Le dije: la mala es que se murió Pedro Infante y la buena es que vivirá para siempre en nuestros corazones. Para que tengas una idea del nivel de penetración de la tele. Eso es México.

Hiciste un performance en las escaleras del MET, remedando las posturas de las esculturas del siglo XIX. Tiempo después, con una realidad personal distinta, te tocó trabajar en un evento de corbatines negros, justo en ese mismo espacio. ¿Cómo lo viviste?

Tengo una relación muy interesante con los museos. Me gusta entender cómo las cosas funcionan, si veo una película de vampiros, busco los hilos que los sostienen. Mi experiencia siempre ha sido de verlos por dentro, darme cuenta de lo que pasa detrás. Justo en ese tiempo tenía problemas de dinero. Se me ocurrió hacer ese performance porque era como me sentía. Tenía que hacer muchas cosas de la maestría y no podía perder el tiempo. Muchos se pasaban las horas editando fotos. Yo no podía. Así que tocó aprenderse las poses de las esculturas del siglo XIX mientras un amigo las iba cantando e iba haciendo la versión mejorada de ellas.

Claro, pero también había una parodia al discurso formal del “orden” en que se nos presenta la belleza en la sala de una institución así.

Es que el museo es una fusión del mausoleo y la consagración con la parte turística. De manera que el performance era una manera de apropiarse de esos espacios y robarles el prestigio. Ir al museo es como ir a la iglesia, puede estar vacío y hay mucha tranquilidad, como en un lugar de peregrinación. Ahora que fui a la gala, en las mismas escaleras donde hice mis payasadas ocurrían ahora las de los otros, con todo ese show. Es un espectáculo, porque la gente no va a la gala a contar sus problemas. Me encanta ver a esas personas de tapas de portadas y romper la experiencia mediada. Me interesa ver a alguien de la TV en vivo. Trabajé para Vogue China y descubrí que la alfombra roja se trata de una calle común y corriente donde por unas horas, ponen una alfombra. Ese espacio en ese momento es sacro, es el glamour. Nueva York tiene mucho talento en eso, en la experiencia mediática. La guerra de almohadazos de Union Square se ve muy divertida, pero en vivo es terrible.

¿Cómo una imagen puede contar la historia?

La foto es un cuento. Hay una decisión, una historia, un encuadre. Siempre es arbitrario. Hoy día ya no puedo creer en imágenes, me dedico a hacerlas. Por ejemplo, la foto de Mohammed Alí victorioso, esa foto brutal del Alí histórico, es una foto por mucho anterior a que ganara como ganó. Se trata de un momento previo al de convertirse en figura. Ese flash fue un golpe de suerte, y tomó su valor después. Como en todo, hay fotos que hoy no importan y mañana son parte del documento. Yo, medio en broma y medio en serio, le ofrezco a mis amigos las típicas fotos en azotea de Nueva York. Para generar ese registro ideal niuyorker de desenfado con el pelo largo, alimentando cachos de ficción para el catálogo. La foto engaña mejor. Por ejemplo, las fotos de performances van en blanco y negro. De pronto un video muestra las deficiencias o los errores, pero con dos fotos armamos la historia. La gran historia.

Para el performance sueltas la cámara y te toca ser sujeto del registro. ¿Cómo te sentiste protagonizando la experiencia con la sala llena de gente en el Anthology Film Festival?

Mucho de mi vida ha sido performático. Mi experiencia de vivir y sobrevivir aquí ha sido un ejercicio artístico y creativo para quedarme. Todo ha sido una solución o una respuesta. Me gusta la parte de actuar. Cuando propuse el performance de soplar (e invitar a hacerlo) pelotitas de ping pong y mantenerlas en el aire no lo querían hacer, ni querían brindar el espacio del cine. Sin embargo, la gente se fue incorporando hasta que empezaron a intentarlo. Se reían, se ponían nerviosos, se les caía la pelotita. Había un poderoso elemento de igualdad. Como no todos lograban sostenerlas en el aire, me sentí como una especie de mago, porque se trataba de magia. Era un mago en el escenario, en la TV. Fue una experiencia magnífica que puso a prueba los niveles de interacción y que como mucho de la vida surgió en un bar.

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