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Manuel Felipe Alvarez
Photo Credits: Robert Couse-Baker ©

Manuel Felipe Álvarez: el poeta es un eterno exiliado

“Mi vida la considero extraña, pues todas las vidas son extrañas”. Así comienza Manuel Felipe Álvarez, escritor, columnista, docente colombiano, a recordar su pasado.

Su relato sigue dibujando con la voz trozos de pasado con una nitidez que nos permite vivirlos y transformarlos en memoria común. Atesora y nos regala cada detalle de esos primeros años que nos describe con palabras de escritor: “Nací en la humilde comuna noroccidental de la ciudad de Medellín; sin embargo, mis primeros cinco o seis años los viví en un pueblo también extraño y al que extraño, a hora y media de Medellín: El Peñol. Allí crecí con mis abuelos y mi madre, en medio de juegos, ilusiones y en un triciclo amarillo en que cargaba las quimeras que hasta ahora voy tejiendo. Allí fui bautizado por el padre Pacho, toda una institución en la historia del pueblo: aunque no soy muy católico que digamos, bautizarse con el padre Pacho significa bautizarse con la identidad, el patrimonio y la historia peñolenses. A veces, creo que es más peñolense quien es bautizado por el padre Pacho que quien nace allí”.

 

Manuel Felipe Alvarez

 

¿Cuándo empezó tu amor por la escritura?

En Medellín, envuelto en el contraste entre la violencia de los noventa y el tranquilo olor a café y jazmines nocturnos del pueblo, cultivé mi contrastada inspiración. Desde muy pequeño, empecé a leer los cuentos de Rafael Pombo y, a los ocho años, comencé a escribir mis rimas, que no eran de gran factura, pero sí de mucho corazón. Siempre fui solitario y la mala alimentación, que por nuestra carencia económica teníamos, dio espacio en mi estómago para que la vida y los sueños pusieran sus mariposas amarillas y sus murciélagos multicolores… fue un precio que valió la pena pagar.

 

Medellín en esos años era una de las ciudades más peligrosas del mundo. ¿Hasta qué punto te marcó vivir entre tanta violencia?

Vi morir a varios amigos muy queridos y vi cómo ellos se sumergieron en un paradigma de violencia del que no pudieron salir; en las comunas de Medellín es difícil ser joven, pues nos rodea una violencia sistemática inundada de conflicto, drogas y prototipos no muy favorables para la sociedad… la literatura me sumergió en un mundo que, si bien reflejaba esa realidad, me mostraba otras posibilidades… en vez de aspirar ciertas cosas no muy provechosas, aspiré símbolos, realidad y muchas quimeras.

 

De tus escritos se deduce que tu madre te impulsó mucho a profundizar estudios

Aunque hubiera querido ser un mejor hijo, pues fui muy rebelde con aquella madre que, desde el cielo, teje nubes de croché y me espera mientras cultivo con letras su perdón –como se ve en mi trabajo Elegías inconclusas y Las bodas del fuego– siempre me motivó a encerrarme productivamente en los libros; hasta el punto de que, muchas veces, yo trabajé en los buses de la ciudad declamando poemas a cambio de las monedas con que subsistí. La literatura fue la vida que elegí, o mejor, me eligió, para cantarle al mundo que aún se puede soñar, crear, creer, crecer. Creo que, mientras respire, será la literatura mi más sublime opción, mi forma más fiel de pensar y repensar el mundo.

 

Has vivido en varios países, ¿hasta qué punto la escritura y la lectura han estimulado tu curiosidad y te han ayudado a internalizar las otras culturas?

La literatura es una gran anfitriona, siempre tiene las puertas abiertas, y mi espíritu o condición de errante, que he tenido desde cuando nací, se ha acostumbrado a entrar donde recibe un trozo de pan; por eso, me quedé viviendo en el nido andante de la literatura. El poeta es algo así como un eterno exiliado, ya sea del territorio, del tiempo, de la realidad o, incluso, de sí mismo… Kavafis, Vallejo, Barba Jacob y Parra sí que sabían de esto.

Gracias a mi trabajo literario, docente y académico, he podido llegar a varias naciones que me han amparado y que yo he acogido con el alma abierta y desnuda. Son varios los años en que el cumplimiento de esas conquistas y propósitos que fundé en mi infancia los he pagado con nostalgia, con ausencia, con el hecho de ver crecer a mis sobrinos solo por redes sociales (un precio que siempre será excesivamente alto). Sin embargo, es hermoso llamarlos y escuchar de ellos su satisfacción y orgullo por lo que hago, eso me consuela medianamente.

En todos los pueblos que me han acogido, he dejado un pedazo de mi insomnio, de mi dolor, de mi esperanza, del hogar que llevo en el alma, una quimera y una añoranza de regresar. Soy de todos los lugares y de ninguno. Aunque amo a toda América Latina, siempre se me hincha el corazón cuando canto el himno colombiano en un evento, festival o reconocimiento. Gracias a los poemas, ensayos, narrativa y homenajes sobre las distintas regiones que he descrito en mis libros, he podido expandir mi mirada a otras latitudes… me gusta pensar que, en cada abrazo que doy a un hermano peruano, ecuatoriano, boliviano o argentino, dejo un trozo de esa Colombia que no se ve en las telenovelas… esa Colombia del fondo que a muchos medios no les interesa mostrar.

 

Manuel Felipe Alvarez

 

Has realizado obras sociales partiendo de la literatura. ¿Puedes hablarme de esas experiencias y de las razones que te motivaron a emprenderlas?

Creo que escribir es una obra social por antonomasia. Es un acto humano con que se puede construir y destruir; cuando alguien se da cuenta de la responsabilidad que exige escribir, es cuando verdaderamente asume un ejercicio democrático y es capaz de conocer íntimamente el mundo. Pero bueno, para no abstraerme mucho, hay experiencias inolvidables y que han trazado un mapa de recuerdos en mis latidos. Recuerdo que el periodista Marco Alulema, en un evento al que me invitó en la Amazonía ecuatoriana, puso un adjetivo sobre mí: “El poeta de las cosas simples” y, aunque discuto a veces si en verdad soy poeta, siempre he encontrado lo más memorable en la magia de lo simple. Mi mayor motivación ha sido lo que me enseñó mi madre, quien me recordó que, siempre, todos los seres humanos tienen algo para dar y para recibir, que no siempre implica lo material. La razón para hacer las obras o recibirlas siempre ha sido devolver a la vida la oportunidad que he tenido de seguir viviéndola, de perdonar y ser perdonado, así como de tener lo mucho en lo poco… la literatura logra estas cosas.

 

¿Cuáles han sido las más satisfactorias y cuáles las más positivas?

Recuerdo en Tembladera, un pueblo del norte peruano, en el cual fui invitado a un reconocimiento que llevó el nombre del poeta Idelso Mostacero, un hermano que no pudo asistir por sus quebrantos de salud y siempre soñó con que sus poemas tuvieran la trascendencia que merecen. Tomé su obra, y parte de ella la publiqué en el portal PEAPAZ, de Brasil; y, aunque él lastimosamente falleció sin darme la fortuna de conocerlo, sentí el leve consuelo –si es que así puede llamársele- de que pudiera leer la publicación que le hice.

El que ha sido beneficiado por las obras sociales he sido yo; por ejemplo, cuando visité Magdalena (Cajamarca, norte peruano), una comunidad de estudiantes con quienes compartí mi trabajo. Me cantaron, me dieron un espectáculo musical por toda la plaza del pueblo y, en particular, recuerdo que un par de estudiantes caminaron más de dos horas de sus alejados hogares para regalarme una canasta con frutas, chancaca y distintos productos de sus regiones, cultivados por sus familias. Asimismo, en un evento en Santiago del Estero (Argentina), me quedé con Héctor y Mauricio, dos poetas jóvenes, sencillos y humildes, que me convidaron a compartir con ellos en el parque Aguirre y visitar la linda y acogedora morada del padre de Mauricio, quien nos ofreció un exquisito mate. En general, quien ha recibido más de las obras sociales he sido yo. Como estas, son muchas las experiencias maravillosas que la magia de lo simple me ha dejado.

En el ancianato y hogar de menores Miguel León, de Cuenca (Ecuador), di unos talleres que me dejaron, entre los abrazos, una energía maravillosa que llevaré toda mi vida. En la misma ciudad, pude compartir con la psicóloga Karen Quezada un taller con la fundación Jóvenes Contra el Cáncer, que titulamos “El color de los días grises”; y, como había dicho, he sido yo el que se beneficia de la obra social, pues, con las experiencias que revelaron estos guerreros, nos llenamos de las enseñanzas de vida que no da ninguna academia. Siempre he buscado que la literatura sea un punto para hermanar las vidas y los pueblos.

 

¿La literatura puede realmente cambiar la vida de una persona?

El relato de mi vida, como dije en la primera pregunta, es testimonio de que la literatura permite trascender, transformar paradigmas y tener otra óptica del mundo, reinterpretar la realidad y representar un factor de cambio. Añado que, por ejemplo, en el proyecto Red de Escritores, en mi ciudad, dicté, durante tres años, talleres literarios con grupos de población vulnerable: con personas privadas de la libertad, menores infractores y en una fundación de niñas en situación de calle o con distintas problemáticas.

Muchas de estas personas hoy siguen siendo mis amigas, mi familia, y me siento honrado de ver cómo encontraron en la literatura un estilo de vida que se gestó o se consolidó con aquellos talleres. Hoy, son grandes artistas, estudiantes, personas recuperadas que son parte importante de la sociedad. Ellos fueron mi pasaporte a reconciliarme con la vida y conmigo, me vi en ellos y ellos se vieron en mí, y ahora es otra la óptica, es otra la expectativa que se tiene sobre la vida.

 

¿Hasta qué punto los problemas de la humanidad derivan de una carencia de educación y cultura?

Las actuales generaciones son las más llamadas al cambio, pues los problemas reales del mundo están en sus manos; para esto, la educación y la cultura son los pilares fundamentales sobre los que se debe fundar el mundo que queremos: la educación guía, estimula y conlleva al pensamiento crítico; mientras que el arte transforma, idealiza y traza el mundo posible, pues es la expresión más cercana a la libertad.

La cultura y la educación tienen una inexorable correspondencia y corresponsabilidad; por ejemplo, cuán productivo sería para la paz en Colombia si se tuviera más en cuenta a los maestros y a los artistas; pero, infortunadamente, no se les da la relevancia que merecen. Medellín, aunque falta mucho por trabajar, es la demostración genuina de que apostar por estos dos estandartes es el camino más acertado.

 

Tú trabajas con la palabra, eres escritor, poeta, ensayista, ¿cuál es el género que sientes más cercano a tu esencia más profunda?

La poesía, sin lugar a dudas; sobre todo porque esta permea demasiado mi ejercicio narrativo y ensayístico.

 

Manuel Felipe Alvarez

 

¿Cuáles son las características de la poesía que te interesan más?

Me interesa que, sin recurrir a estructuras muy elaboradas, pueda lograr en el verso libre una cadencia y una música interior que acompañe el contenido; pienso que el poema mejor logrado es el que logra esa sintonía. Siempre me gusta innovar, pero tengo en cuenta que el “qué” es más importante que el “cómo”, pues este último es un medio y una propuesta estética; así como la persona es más importante que el traje que lleva.

Me gusta aprender de grandes maestros que han logrado dicho equilibrio sin ser muy neobarrocos ni ser excesivamente objetivistas: Gaitán Durán, Cernuda, Vallejo, Moro, Cardenal, Carranza, Pimentel. Me agradaría siempre poder lograr en el poema una consonancia entre el fulgor de la adolescencia, la facultad de sorprender de la infancia y la sabiduría de la longevidad; del mismo modo, un juego acompasado entre lo coloquial y un lenguaje profundo (aunque este adjetivo lo discuta tanto).

 

¿Qué te inspira a la hora de escribir?

La inmensa paradoja entre lo simple, como expresión de una totalidad, y el dolor, como razón fortuita y pedagógica de la existencia humana. Me gustan los contrastes y encontrar sus intermedios: los grises, el centro, los vértices, la vida como nexo entre el nacer y el morir; me gusta escribirle tanto al sempiterno aroma de jazmín que se quedó en mi memoria olfativa aquella vez que mi madre en sus brazos me llevó a vivir al Peñol, así como a las calles, a la mugre, a los hombres de bronce vestidos con el excremento de las palomas. Me fascinan los intermedios, ya que tengo una extraña fijación por los puentes.

 

¿La literatura latinoamericana se ha alejado del legado de García Márquez? ¿Cómo ha cambiado en los últimos 20 años y por qué?

Macondo es la expresión proporcionalmente extensiva de América Latina, en tanto el realismo mágico y lo real maravilloso se sigue dando en nuestra realidad, valga la redundancia; El Peñol, por ejemplo, fue un pueblo que hace cuarenta años quedó inundado por una represa y su cultura con sus pobladores fueron transportados a un valle cercano y, según se cree, fue por el vaticinio de la Madre de la Divina Pastora, quien se le apareció décadas atrás a un hombre de la Iglesia y le dijo que un dragón se devoraría el pueblo… y así fue.

Los escritores le siguen apostando a esas realidades mágicas, a ese folclórico dolor que nos invade, a esa porcionada barbarie que sigue invadiendo nuestros pasos. Ahora, el performance y las redes son la plataforma para darle vigencia a esas dinámicas literarias; sin embargo, lo experimental, lo polipoético, como una suerte de neovanguardismo, es la estrategia de vigencia en la poesía; misma que se combina con el momento histórico que vive cada país de esta Patria Grande.

 

¿Cuáles son tus autores de referencia?

Pregunta difícil siempre; no obstante, sí tengo unos autores de almohada: Eduardo Galeano, Emile Cioran, Baudelaire, Mallarmé, Quasimodo, Henley, Camus, Acosta de Samper, Pushkin, Silva, Hesse… Tantos autores, lástima no vivir unos 500 años para leer a tantos autores que me faltan, pues mi almohada es bastante grande.

 

¿Si tuvieras que escoger un solo libro cuál escogerías?

Más difícil aún esta pregunta, pero me quedo con el Quijote y la Biblia.


Photo Credits: Robert Couse-Baker ©

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