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Manual práctico para colombianos que viajan al extranjero

Ser colombiano es un acto de fe

Jorge Luis Borges

Querido migrante de la coqueta, guapachosa, adolorida y desmemoriada Colombia: si usted desea viajar al exterior, sobre todo a los países que —por familiaridad sociopolítica e historia compartida— se consideran hermanos, sepa y entienda que, en los aeropuertos y fronteras terrestres, llevará esa marca de Caín que lo mostrará como potencial peligro, bajo la premisa oculta de que «es por seguridad». Muchas personas le preguntarán, con un dejo de burla, por los personajes emblemáticos de nuestra narcohistoria: procure no molestarse si le parece que el dolor que ha vivido su patria no puede ser un chiste, y comprenda que es la imagen que se vende por los medios, bajo el escudo del entretenimiento; por tanto, el dolor también se termina folclorizando. Si le preguntan si es de la misma tierra de Escobar, responda afirmativamente: «Sí, de Pablo Escobar; pero también del terruño del poeta Jaime Jaramillo Escobar; del fallecido zaguero del Nacional, Andrés Escobar; del conferencista Juan Jaime Escobar; del escritor y académico Mario Escobar Velásquez; y, para seguir en la moraleja, nombre algún buen amigo que tenga este apellido.

Desde ese mismo estereotipo y de la misma forma como se cree que el acento argentino es el bonaerense y el mexicano es el chilango, mucha gente cree que hay un acento global del colombiano y lo asocia con el paisa; tanto así, que usted dejará de llamarse Fulanito o Menganita de Tal, su nuevo nombre será Parce; gracias, en parte, a la figura que se vende en el cine. No pegue el grito en el cielo, si usted es de los que le choca que lo asocien con las narconovelas: le aconsejo que, cuando se las mencionen, convoque la reflexión sobre el tema y también recomiéndeles La estrategia del caracol; La gente de la Universal; Mi gente linda, mi gente bella. O bien, háblele de ese otro folclorismo que se manifiesta en el realismo mágico de Gabo. La cuestión no es pelear con la realidad sino discernirla. Afortunadamente, esa otra orilla de nuestra Chibchombia reluce en el recuerdo de los extranjeros con Café con aroma de mujer; Pedro, el escamoso; Yo soy Betty, la fea; y Las Juanas.

Por el habla, el Orinoco y el fenotipo, es posible que lo confundan con un venezolano, lo metan en el mismo costal cultural y se haga el espejo comparativo entre la belleza de las mujeres de ambos países; sin embargo, además de este, son muchos los gestos sociales que nos hermanan: la música, la gastronomía… la arepa, y que no son exclusividad directa de uno u otro, pues son herencias compartidas; véase el zapateado joropo y el resto de música llanera. Tal es la familiaridad, que el clásico Moliendo café, que muchos decretan como colombiano —asumo que es por la mención de nuestro producto icónico—, en honor a la identidad de nuestros mellizos, tengo la encantadora osadía de aclarar que es uno de los himnos venezolanos, como el guapachoso Caballo viejo.

Contrario a lo que suele pensarse, el deporte colombiano está en la palestra de Sudamérica: nuestro fútbol, por ejemplo, mantiene esa remembranza de los años dorados de finales de los 80 e inicios de los 90, que se ha reafirmado con la generación de don José. En mi caso, como hincha del Deportivo Independiente Medellín, me veo en la constante necesidad de explicar que el nombre oficial del rival de patio es Atlético Nacional y no Atlético de Medellín. Ni qué decir de nuestros atletas y la leyenda de los escarabajos, quienes, desde la herencia de Ramón Hoyos, reportan siempre en las pruebas de dopaje altas dosis de aguapanela; por tanto, fulgen la corona de los reyes latinoamericanos del ciclismo y se codean con los de España, Inglaterra, Francia e Italia.

Si usted no es colombiano, pero quiere conocer de nosotros, juguemos al ahorcado. Demos algunas pistas: su presentación más común es pulverizada, genera adicción, se procesa en nuestras montañas; además, como me emocioné al consumirla mientras escribía este artículo, regalaré algunas letras para ver si adivina: C­­_ _ _ ÍNA. Adicionalmente, es uno de los más grandes orgullos del colocho (como llaman al colombiano en Perú)… ¿Ya sabe qué producto es? Bien, si usted cree que la palabra es CAFÉINA, déjeme decirle que usted está vacunado contra la estereotiporrea, cuyo mayor grado de peligro es la xenofobia.

Siguiendo con la segunda bebida más consumida en el mundo, es mágico ese gesto de los meseros en otros países que, al percatarse de nuestro acento, tienen el cándido reto de servirnos un buen café, gracias al renombre que por su calidad tiene nuestro grano. Eso sí, si está en Chile o Argentina, no se le ocurra pedir un tintico; pues, a lo mejor, le sirvan una copa de vino de tinto. No obstante, cuando uno comparte la diferencia entre el periquito, vaso pequeño de café con un poco de leche, y de lo que para nosotros es el café, vaso de 9 onzas con más leche que café y que suele acompañarse de un buñuelo, todo esto resulta ser una forma de abrir una larga conversación sobre nuestra cultura y le pedirán que cuente chistes de pastusos.

Si usted está de turista algunos días, llévese el eterno de regalo del recuerdo, contágiese de los valores de cada región, conozca lo novedoso y llévese esa riqueza infranqueable que se imprime en el álbum del alma; merced a esto, guarde el sabor de las delicias de cada lugar que visita, ¿para qué buscar una bandeja paisa en otro países si la visita es corta?… Bueno, también es admisible que su sentido de pertenencia lo lleve a eso; además, cuando uno lleva buen tiempo en otro país, máxime si uno vive con doña Soledad, el cuerpo pide el sabor de la propia tierra.

Finalmente, en este eje progresivo en torno a la imagen del colombiano, por mi experiencia debo destacar que, más allá de los casos deplorables en que me han discriminado, le sugiero que levante la voz con altura; no se sulfure y no caiga en el mismo gesto: responder de idéntica o peor manera implica reconocer que el proceder de esa persona es correcto. Dese el beneficio de indignarse con argumentos y qué mejor que aplicarlo con galanura y pedagogía. Asimismo, es mejor no juzgar como un gesto colectivo a las aberraciones aisladas de ciertas personas. Invítelo a un aguardientico y háblele de Botero, Débora Arango, Alejandro Obregón, Pedro Nel Gómez…

De otro lado, si cuando estaba en su Colombia no gustaba de la música representativa, de todos modos se le agitará el fuego de la nostalgia cuando escuche una cumbia, una salsa o un vallenato en otro país; empero, en unos lugares más que en otros, le preguntarán por Lizandro Meza, el Joe, el Grupo Niche y se le alborotará la corronchera cuando retumbe el «Osito dormilón». Por ese tumbao de trópico, es habitual que se considere que en nuestro país hace calor en todos los rincones.

Adicionalmente, Como diría Gabo: «Es inevitable: en Colombia, toda reunión de más de seis, de cualquier clase y a cualquier hora, está condenada a convertirse en baile». Así que es bueno que prepare el paso porque va a ser el invitado de honor a las fiestas, pues el mundo piensa que el hecho de ser colombiano implica saber bailar y bien amacizado. La primera que resonará será «La pollerá colorá». Por fortuna, aprendimos a bailar en las parrandas decembrinas con esa tía Marta que todos tenemos.

Colombia es esa novia chusca por la que uno sufre y lo deja a uno mirando pal páramo después de ilusionarlo, pero que uno la sigue queriendo. Es posible también que, al regresar al terruño, le den ganas de salir de nuevo un par de semanas después. Pero siempre Colombia habrá de esperarlo a usted, como Úrsula Iguarán, como la mamá ranita que solita quedó… Más allá de todo, ¡qué verraquera ser colombiano, ome!

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