Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Begona Quesada

Manifiesto de contradicción. Yo y lo contrario

Amanece. Agradezco los minutos de luz que el día va ganando a medida que pasa este 2021, tan inocuo que parece una extensión de 2020. La nieve va en retirada, regresa a su cuartel sobre los Alpes. Conecto con una emisora de España, lo que vengo haciendo con más fruición a medida que pasan los meses sin volver.

No es verdad: no es volver, es ir. Volver ¿a dónde, si no es lo mismo? Lo que anhelo es la opción, poder ir. Es la libertad, lo que me falta.

Recojo otra vez los balones de baloncesto, los conos del entrenamiento de ayer. En este año de pandemia, mi casa, de unas dimensiones medianas, está siendo despacho, plató de televisión, cafetería de una start up, aula, gimnasio, peluquería, taller de pintura y costura, botiquín, guardería, escuela de cocina, gabinete psicológico, biblioteca y por supuesto, hogar. Avisa la lavadora, que ha llegado a su fin. Por la noche, salmón al horno, lo saco del congelador. El mayor tiene que ducharse y su padre le cortará el pelo. Con suerte, a las nueve estaré delante del ordenador, una vez me asegure de que el pequeño ha logrado conectar con su profesor a través de Microsoft Teams. Cuidar agranda mi alma.

No es cierto: cuidar de forma elegida agranda mi alma. Cuando las tareas se imponen de forma inconexa y contradictoria («las circunstancias»), yo las siento como correajes en la boca, riendas para marcar por dónde debo ir. Con la interrupción de la vida según 2019, muchos nos hemos visto obligados a recorrer caminos no elegidos: infraempleo, sobreempleo, ampollas o dolores por los que habríamos ido al médico, pero ahora cualquiera se mete en un hospital, aislamiento, soledad, angustia, inmovilidad. Incluso ignorancia: mejor no saber ya, para qué, no ocurre nada.

No es cierto: siempre pasa algo. La realidad se mueve, fluye, aunque nos sumerjamos en Netflix o en Twitter o en TikTok, dejándola transcurrir sin inmiscuirnos. Ocurren elecciones, se toma una decisión, se doblan esquinas. No debemos renunciar a nuestra responsabilidad sobre lo que nos ocurrirá mañana. Necesitamos tener una definición de mínimos, de lo que es verdad y de lo que es prioritario. Si no, nos vendrá dada desde fuera. Alguien lo hará por nosotros. «Abandonar los hechos es abandonar la libertad», leo en el libro de Timothy Snyder Sobre la tiranía. «Si nada es verdad, entonces no se puede criticar al poder porque no habrá ninguna base sobre la que hacerlo. Si nada es verdad, todo es espectáculo. Quien tiene más dinero paga las luces más deslumbrantes».

Me siento por fin delante del teclado e hilvano las ideas que he ido anotando en mi cuaderno nuevo, el que con tanta ilusión estrené hace dos meses porque por fin se había acabado (¿se ha acabado ya?) ese año. Releo los artículos anteriores, mis notas, los avances en otros proyectos. Me satisface. Voy construyendo algo, tiene coherencia, solidez.

No es cierto: hay huecos, hipocresía, inseguridades, errores, apariencias. Cosas que podría haber escrito mejor e incluso que no debería haber escrito o dicho. Temas en los que debería haberme mojado más, detalles que estarían mejor dentro que fuera. Parece que no importa, la vida electrónica es efímera, pero sí porque lo he hecho yo y a mí no debo engañarme.

Llega un correo electrónico del colegio de mi hijo mayor. Nos quieren sondear, ver cómo vamos. En Alemania se ha registrado un aumento notable de las consultas psicológicas desde el inicio de la pandemia, también entre los niños. Nos invitan a reflexionar, «ver en qué punto estamos». Estamos aquí, claro, cerca del final. Y bien, estamos bien. Tenemos salud.

No sé si es cierto: la pandemia ha creado un mar lleno de corrientes que a veces me hacen dudar de hasta la existencia de una costa. Por el momento, no del anhelo de alcanzarla.

Acerco el libro con el que estoy ahora, literatura y ensayo alemán de los años treinta, el inicio de la debacle. Este, que fue delante de mí, dice que «la vida es indivisible». No se puede separar en cajas, con responsabilidades clasificadas por departamento, como un Corte Inglés o las estanterías de una librería. Que «la vida viene en bloque». Entera, como una tortuga, con su coraza y sus tramos tiernos.

Hey you,
¿nos brindas un café?