Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Maneras de decir

Es usual y comprensible que nos sintamos tentados a buscar maneras de suavizar lo que decimos, sobre todo en el caso de lidiar con temas o escuchas difíciles. Nadie quiere parecer demasiado crítico o negativo, excusando a los tremendistas de oficio. Sin embargo, cuando esta necesidad de decir las cosas suavizadas está vinculada a nuestra condición de género, hay un problema que nos atañe en particular a las mujeres, por supuesto.

El argumento de que hombres y mujeres hablamos y somos definitivamente distintos, que llena de contenido los libros de autoayuda que abarrotan los anaqueles de librerías sobretodo a partir de los años 90, es un arma de doble filo. Porque no es cuestión que se explica simplemente diciendo que hombres y mujeres venimos de planetas opuestos.

Ciertamente, no se puede negar que los hombres y las mujeres comunicamos de forma diferente. Pero que esa disparidad proponga un valor al contenido de lo que decimos, es lo que no es aceptable. Sobre todo si tomamos en cuenta que el campo laboral está aun dominado por hombres, que hablan de una cierta manera y que piensan que las mujeres a tomar en cuenta, deben hablar de otra cierta manera.

Si cuando una mujer llega a ser candidata a la presidencia con chance de ganar, los expertos en política se dedican a hablar del tono de su voz o su manera de sonreír en los discursos, en lugar de comentar las políticas que propone, el asunto de la manera de decir nos enfrenta a la discriminación de género que solapadamente sucede cuando somos las mujeres las que hablamos.

Es verdad que el lenguaje de las mujeres es en general, más expresivo y emocional. También es verdad que las mujeres aprendemos a hablar antes y con mayor complejidad: tal vez por eso somos más elaboradas y propensas a usar puntuación dramática o emotiva para subrayar lo que decimos. Pero esa manera más evolucionada de comunicar, que bien nos podría hacer pensar que debieran haber más escritoras mujeres que hombres, por ejemplo, nos tiene por el contrario auto-saboteadas en el campo de trabajo. Porque esa emocionalidad en nuestro decir, nos hace especialmente propensas a usar expresiones que solo sirven para suavizar nuestra opinión con el fin de hacer que los demás se sientan más cómodos.

Me refiero a las buenas maneras, a la gentileza educada de las mujeres profesionales que trabajan rodeadas de hombres, y que deben mantener sus emociones a raya. En una sociedad donde las mujeres no contamos con la misma credibilidad con que cuentan los hombres, ni con los mismos derechos políticos y humanos, nos esmeramos por no hacer enojar a nuestros interlocutores: … yo sólo quería… lo siento pero… disculpa pero… ¿no podría también ser que… sólo en calidad de información  el uso de hipotéticos, como tocando la puerta antes de entrar, agrega un tono defensivo, de disculpa, de pedir permiso, a cualquier cosa que decimos… no soy una experta en la materia, pero usted ha trabajado más tiempo en eso que yo pero soy de la opinión…

En muchos idiomas sucede lo mismo, con expresiones similares; en inglés pensemos en el tan mentado “just”. Siempre en desafortunado descrédito de lo que decimos. Quiero decir que nuestra gentileza y excesiva prudencia tiene el efecto no deseado de hacernos menos creíbles, le resta potencia a nuestras ideas, y nos perjudica involuntariamente… ¿me explico?… ¿Entiende lo que quiero decir?  es simplemente una manera de ver el mismo asunto… y para terminar el email o la carta… ¿Qué le parece?…  A la espera de sus comentarios o preguntas… Como si nos faltara fe en lo que decimos, como si estuviéramos necesitando aprobación.

Y si lo hacemos por gentileza, no es así que se entiende. De mantener estas frases hechas en nuestro vocabulario, seguiremos siendo gentiles, sin duda. Pero no respetadas como lo merecemos. Después de tanta lucha por tener el lugar que tenemos y sobretodo, por lo que falta luchar, no está mal reconsiderar el uso de esa gentileza idiomática aprendida. Porque aunque es cónsona con nuestra gentileza de carácter, esa manera en que decimos las cosas no importa tanto como lo que estamos diciendo.

Y viene al caso mencionar el artículo de Arturo Pérez Reverte, para la revista XLSemanal -de recomendada lectura-, escrito tan sin pelos en la lengua que llega al corazón de cualquiera que lo lea. Porque lo escribe desde la contorsión emocional que le produce la injusticia en el caso del olvido del suicidio de una adolescente víctima del bulling. Vale mencionar el título “Esas Jóvenes Hijas de Puta”, para adentrarnos en el tono completamente estomacal, con el que escribe Pérez Reverte las líneas a las que me refiero.

No me cabe la menor duda de la justicia que ese artículo hace a la explosión emocional que una barbaridad como la que produce la denuncia. Eximir a las causantes del acoso que causó la muerte de una niña, de toda culpa luego de cuatro meses de trabajo social, y ni hablar del silencio de los demás estudiantes del colegio, ni de sus autoridades cómplices, le revienta las maneras al escritor. Y es así cómo conmueve su denuncia: por visceral. Con pasión desatada llega hasta a comprometerse, invitando a la madre de la niña muerta a no descansar hasta conseguir justicia, …espero  que la madre de Carla le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice pasivo de la canallada cometida con su hija. Porque al final, ni escozores ni arrepentimientos ni gaitas en vinagre. En este mundo de mierda, lo único que de verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta.

Celebro el virtuosismo coloquial de la rabia de Pérez Reverte. Valentía del escritor de escribir desde sus cojones. Y me pregunto…. ¿cuál sería la percepción de los lectores si un artículo encendido de emoción semejante lo hubiera escrito una mujer… desde sus ovarios?

Hey you,
¿nos brindas un café?