Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Malos pensamientos

“Ya te he dicho que debéis hacer trabajos manuales”, le decía, el padre Fermín, de la iglesia La Votiva, cada vez que Sofía, se confesaba que tenía malos pensamientos. Por más que tejía, tendía las camas de sus hermanos, planchaba y lavaba su ropa íntima, continuaba siendo víctima de Satanás cuya estrategia consistía, precisamente, en ponerlos en su mente con el fin de que la adolescente de 15 años, los pusiera en práctica. A pesar de todos los trabajos manuales que se imponía, la joven “pecadora”, irremediablemente, caía entre las redes del diablo, temerosa de terminar, a causa de sus pecados contra la pureza, en el infierno. En esa época, Sofía, nunca se imaginó que los buenos consejos del sacerdote nacido en Pamplona, los pondría en práctica con espléndidos resultados, 69 años después durante la pandemia del coronavirus.

Hacía tres meses, que por la mente de Sofía, no se había atravesado ni una brizna de un mal pensamiento. Los trabajos manuales a los que ahora se veía obligada a ejecutar eran el antídoto perfecto contra su mente “pillina”, por momentos, hasta demasiado “cachonda” para una ex alumna de colegio de monjas. Lavar a diario los platos, barrer, trapear, cocinar, tender la cama “King size”, sacudir y hasta limpiar el horno de la estufa, la habían convertido, casi en una santa. Con qué ánimo tan entusiasta, rebanaba los jitomates, o preparaba la vinagreta para la ensalada. Con qué optimismo consultaba, con todo cuidado, las recetas de la página Kiwi y Limón, para hornear por ejemplo y con mucha facilidad, un delicioso pastel de plátano. Y con qué sentido de humildad, trapeaba afanosamente la cocina, con sus guantes de plástico y hasta con su cubre bocas. “¡Qué orgulloso hubiera estado de mi el padre Fermín”, pensaba con una sonrisa de satisfacción en tanto lavaba cucharas, tenedores y cuchillos. Con ese mismo estado de ánimo de paz, se enjuagaba varias veces las manos en el día, guardaba la “sana distancia”, con respecto a su compañero y diariamente, mandaba varios whatsApp, preguntándole a sus amigas y familiares cómo se encontraban durante el confinamiento. En suma, hacía mucho tiempo, que Sofía dormía con la conciencia tranquila: cumplía con las tareas del hogar, las recomendaciones del gobierno de quedarse en casa, no mentía, no robaba, ni mucho menos, traicionaba.

Gracias al confinamiento, Sofía, había aprendido a ser más austera, menos frívola, pero sobre todo, mucho más ahorrativa. Puesto que sus productos de belleza se habían prácticamente terminado en el lapso que llevaba confinada, ya no se limpiaba la cara, como solía hacerlo, con cremas de importación, sumamente caras; ahora se la lavaba con agua y jabón. Como crema hidratante, usaba aceite para bebé y como maquillaje, había encontrado miles de pequeñas muestras, en el fondo de sus cajones, ahora se ponía apenas una nubecita de cualquier make up de cualquier marca. Ya no le importaban las raíces, negras como azotadores, de su pelo pintado de rubio; había rehusado hacerse “tubos”, ahora llevaba el pelo sujetado en una cola de caballo o bien lo dejaba suelto después de haberse secado gracias al ligero viento que entraba desde su balcón. Ya no se rasuraba las piernas, ni se depilaba la pequeña pelusita que le había nacido en el labio superior. Dado su “look” muy a la Frida Kahlo, Sofía, había optado, en este confinamiento, vestirse con sus viejos huipiles, todos ellos, preciosos y sus faldas largas y amplias. No había día en que no se pusiera sus viejos collares, de cuentas de todos los colores y sus larguísimas cadenas de plata, siempre haciendo juego con las arracadas oaxaqueñas. Nunca como ahora, Sofía, se sentía, no una belleza natural, ni mucho menos, pero sí una mujer más auténtica y apegada a la naturaleza. Ella, y su compañero, procuraban comer muchas verduras, evitar las carnes, tomar agua, releer novelas leídas en la juventud, escuchar jazz y caminar con la imaginación a lo largo y a lo ancho del bosque de Chapultepec.

Dicho lo anterior, una vez terminada la encerrona, y sin verse obligada a cumplir con tantos trabajos manuales, Sofía, estaba segura, que sus malos pensamientos regresarían con toda la fuerza del mundo, mismos que pondría en práctica, feliz de la vida, con su novioesposoamante.

“Síii, pero, ¿¿¿hasta cuándo con un carajo???, se preguntaba Sofía, la verdadera, mientras enjuagaba platos y más platos…

Hey you,
¿nos brindas un café?