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Roberto Ponce Cordero
Roberto Ponce Cordero

Maldita sea la ley (Parte I): Ilegales, visionariamente, deplora el smartphone

En algún ensayo refundido en la inmensa producción textual de Isaac Asimov, el autor norteamericano se preguntaba quién era el científico más importante de todos los tiempos. Un poco sorprendentemente para un laico como yo, quien, llevado por un siglo de celebridad y, por supuesto, por la ignorancia, hubiera dicho de una que era Einstein, Asimov decía que el segundo puesto era debatible: estaba Einstein, precisamente, pero también estaban Copérnico, Galileo, Darwin, entre otros muchos (me parece recordar que la lista, lamentablemente, incluía solamente a hombres… ¿quizás a Marie Curie?). El primer puesto, sin embargo, era para Asimov tan obvio que llegaba a ser una perogrullada: nadie como Isaac Newton… y luego daba razones para el efecto, razones que yo, con mis escasos conocimientos de STEM, simplemente no puedo ni atisbar, menos aún repetir.

Siempre he pensado que, en lo relativo al rock de España, la situación es similar. Es altamente difícil decidir qué artista o qué banda ocupa el segundo lugar en la historia de ese género en ese espacio nacional concreto, ya que candidatos tenemos a mansalva: Radio Futura, Los Planetas, para los gogoteros Los Bravos, para los clásicos –digamos, por ejemplo, mi padre– Miguel Ríos, para los metaleros Barón Rojo o Extremoduro, para los irreverentes Toreros Muertos, para los punkies La Polla Records, para los nostálgicos Kaka de Luxe, Loquillo o Nacha Pop… y tantos más. El mejor grupo de rock de la historia de España, no obstante, el indudable número uno, es para mí indiscutiblemente Ilegales, lo que equivale a decir que la individualidad más grande del rock de ese país ha sido y es Jorge Martínez, líder absoluto de la banda y única constante en sus ya 35 años de existencia.

Jorge Martínez es una de esas figuras que proceden de una situación histórica determinada (en su caso, las décadas que van desde la Transición hasta nuestros días) pero parecen también trascenderla a punta de la pura e inexplicable genialidad poética y musical y del aún más inexplicable atributo que damos en llamar “carisma” para no reconocer que, simplemente, no entendemos qué tienen… pero nos encanta. Calvo desde siempre, obsceno y eternamente macarra, Martínez es también tan evidentemente inteligente, tan agudo en sus comentarios sobre política, historia y sociedad en entrevistas y en letras de canciones, que cuesta, realmente, encontrar a un par suyo, ya sea en España o en cualquier otro lado. Tenemos que recurrir a la literatura, y de hecho a lo mejor de ella, para empezar a encontrar voces similares (y no a la de Bob Dylan; si el mundo fuera justo y menos asimétrico, Martínez se llevaba el Nobel).

Ilegales tiene una historia tan larga, así como canciones tan variadas y de calidad, por qué vamos a negarlo, tan variada también, que es difícil ser un completista con su obra (aunque completistas de eso los hay, sin duda). Yo, por ejemplo, los conocí en 1987, época de un concierto legendario en Guayaquil (uno de los eventos más determinantes en la cultura guayaquileña de los ochenta para acá, como casi cada rockero por las esquinas aún puede refrendar) del que tratará la siguiente nota de esta serie, y los seguí hasta los noventa, pero los perdí de vista durante casi década y media, para volver a interesarme seriamente por ellos cuando, hace un par de años, un amigo me regaló el que es hasta ahora su último álbum, La vida es fuego (2015).

Varios temas del disco me llamaron la atención; algunos como divertimento (“Vivir sin novia ni reloj”), otros como intentos un poco malogrados de seguir siendo relevantes desde la mordacidad (“Hipster”) y algunos, como “Voy al bar”, como verdaderos manifiestos atemporales y dignos de lo mejor de la producción de Ilegales y, por tanto, de España como actor cultural.

La canción más impactante del disco es, sin embargo, “El teléfono y el mal”.

 

https://www.youtube.com/watch?v=U5sOUrErWkY

 

Dejemos de lado el por otra parte hermoso riff introductorio, que recuerda demasiado a Duncan Dhu (no sé si a un Jorge Martínez esa comparación le parecería acertada o sugerente o más bien injusta… aunque sospecho que hoy, una generación histórica después de las controversias más graves entre el pop y el rock de España, o del mundo, al menos no la consideraría un insulto). El tema tiene la tónica general de balada rock, que Ilegales domina a la perfección: véase (escúchese) “Princesa equivocada”, “La chica del club de golf”, “La casa del misterio”, “Enamorados de Varsovia”, etc.

Pero lo desconcertante es la letra, un poco oblicua, que interpela a su audiencia con enunciados en segunda persona del singular que increpan directamente: “Cada vez que miras sin ver / con esa académica elegancia y fluidez [y ese “académica” está escupido con todo el desprecio que la voz de Martínez puede merecer] / algo te sigue / el teléfono y el mal”.

Tardé un poco en entender de lo que va el tema, mientras lo escuchaba con repeat eterno, en el carro; realmente mucho, dado el título de la canción, pero un día se me hizo la luz: ¡diablos, Jorge Martínez acaba de escribir un alegato contra el imperio de los smartphones! O, más bien, sobre el acceso a las redes que ese imperio nos da y la forma como nos sometemos y nos subyugamos, totalmente, a cambio de ese acceso. Así, el verso más pertinente de la canción, ese que quirúrgicamente y como bisturí disecciona nuestros tiempos, es este: “Ha muerto ya aquel viejo demonio / que antiguamente poseía / y torturaba a la gente / El teléfono lo sustituye / con total solvencia / diabólica eficiencia”.

En películas como la argentina Garage Olimpo (1999) vemos cómo una dictadura de las de verdad (no de las que ahora son a veces llamadas así, en total desprecio histórico a las víctimas de las de verdad) son acorraladas, torturadas y en última instancia asesinadas con el objetivo de sacarles información sobre sus vidas, sus contactos y sus redes sociales pero no en el sentido actual, postmoderno, sino en el propiamente… semántico. Dame los contactos, dime a quién conoces.

Ese es el diablo que “poseía y torturaba a la gente” de Ilegales… pero hoy, en este mundo más huxleyano que orwelliano, todos entregamos voluntariamente nuestros datos, nuestra información, nuestra vida, y lo hacemos alegremente, sin siquiera pensarlo, cada vez que aceptamos términos y condiciones que no entendemos –vaya, que ni leemos– a cambio de tener cada uno de nosotros, en nuestros bolsillos, una tecnología superior a la del Apollo 11 y usarla para ver videos de gatos, para imaginar que cocinamos recetas gradualmente más estrambóticas y para compartir cadenas de bendiciones para cánceres varios.

Que un hombre que, como Jorge Martínez de Ilegales, ya con “Tiempos nuevos, tiempos salvajes” de 1982 hizo la canción decisiva sobre la época que nos ha tocado vivir (la hizo acaso un par de décadas antes de lo que hubiera sido más apropiado, a nivel histórico; es el tema de otra nota) hubiera podido hacer un comentario tan… certero, tan lleno de sentido sobre el sinsentido de nuestra vida celular actual, es realmente notable. Martínez es una voz profética de España y del universo hispanohablante, del que se siente propio (su idilio con América Latina es conocido entre todos sus fans), que queda para el porvenir.

Y, como ya dijo él en un tema del álbum de Ilegales Chicos pálidos para la máquina de 1988, acaso el más popero de la banda (un ejercicio interesante, aunque no del todo bien logrado, de salirse de la realidad dura de los discos iniciales del grupo), “Acabaremos mal”.

”Los junkies piensan / mañana lo dejaré / el nuevo vicio / será tomar café”.

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Javieres Xavier LC
Javieres Xavier LC
7 years ago

«Los Ilegales» quizá fue la banda más importante de mi adolescencia: llenó ese vacío (sub-)cultural, al que otras bandas de rock «latino» no se acercaron ni de lejos. Pero hoy me pregunto si se la puede considerar la mejor banda de rock de España si nos dejamos de melancolías, y si tomamos en cuenta que una banda de rock no es solo sus letras, si no también su música. Indiscutiblemente J. Martínez es un letrista de primera, y lo otro lo hace bastante bien … aunque en menor grado, según mi poco humilde opinión. Quisiera cerrar mi comentario con una… Seguir leyendo »

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