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Roberto Ponce Cordero
Roberto Ponce Cordero - ViceVersa Magazine

Magdalena Superstar (Parte III)

Recuerdo que cuando, en el año 2004, vi en la noche misma de su estreno la superproducción hollywoodense Troy, de Wolfgang Petersen, que convierte el poema épico fundacional de La Ilíada en una narrativa de acción à la Gladiator (2000), pensé que era un error de la mencionada película (uno de sus muchos defectos, de hecho) el haber secularizado del todo la historia, en lugar de intentar representar fílmicamente el extravagante panteón del Olimpo y sus relaciones con los legendarios guerreros aqueos y troyanos, es decir un tiempo en el que los dioses y los humanos supuestamente interactuaban y, vaya, hasta copulaban (hence la inquietante existencia de semidioses, seres raros y liminales como mulas). En efecto, Troy se decantaba por una visión en teoría “realista” o histórica de la guerra de Troya que, sin embargo, de realista no tenía nada… y de histórica mucho menos. No tiene nada de realista el que un sitio como el de Troya dure el parpadeo que dura en el filme, por ejemplo; famosamente, en la obra de Homero la guerra dura diez años, cosa que, esa sí, es realista tomando en cuenta las capacidades militares del mundo mediterráneo de la Edad de Bronce. No tiene nada de realista tampoco la táctica de ataque usada por los aqueos en la película, que dejaría a todos jadeando antes de llegar incluso a las cercanías de las murallas de la ciudad sitiada. Si ya nos ponemos, no tiene nada de realista Brad Pitt como Aquiles… nadie, al fin y al cabo, ¡y ni siquiera Aquiles!, es como Brad Pitt.

En fin, que Troy es una mala, acaso pésima, película, pero a lo mejor la decisión de secularizar la cólera de Aquiles y todos sus antecedentes y todas sus repercusiones no era ni tan errada ni tan descabellada. Para mitología, para dioses estrambóticos, hoy tenemos, y ya parcialmente en 2004 teníamos, a los superhéroes de confianza. Enfatizar en el carácter sobrenatural de los acontecimientos de Troya hubiera sido, en ese sentido, casi que redundante. Vamos, que no había Justice League (2017), aún, pero sí que ya había X-Men (2000)… y secuela incluso (X2, 2003). No quiero decir que llevar la peli al terreno de lo propiamente mítico, de lo divino, de lo superheroico hubiera degradado el material original… pero, pues sí, creo que lo hubiera degradado, en el contexto. Así que capaz fue un acierto de Petersen el anticiparse a una corriente muy del vigesimoprimer siglo, la de aterrizar narrativas de personajes absolutamente inverosímiles –y que, para empezar, usan calzoncillos por fuera de los pantalones– a la supuesta “realidad” del mundo en el que vivimos… aunque, independientemente de dónde se pongan los calzoncillos, el mundo de la trilogía de The Dark Knight (2005-2012) de Christopher Nolan, al igual que los petardos cinematográficos de Petersen, entre los cuales está Troy, poco tengan que ver con el mundo en el que vivimos.

En la onda tan contemporánea de la adaptación “realista” de mitos y de historias imposibles, entonces, tenemos ahora justamente una película llamada Mary Magdalene, dirigida por Garth Davis (el director de Lion, que fuera nominada al Óscar a la Mejor Película de 2016) y en la que se pretende dar cuenta, un poco, de la relectura feminista de la figura femenina más importante del Nuevo Testamento, aparte de la Virgen María, presentando a Magdalena (en este caso, una icónica Rooney Mara) como una discípula de Jesús (Joaquin Phoenix, en el filme) de extremada agudeza intelectual e integridad ética y espiritual. Más allá de eso, esta versión de la historia más grande jamás contada, por pequeña y personal que sea (pequeña y personal tanto la peli como “la historia más grande” misma), pretende hacer un equilibrio difícil, de verdadera cuerda floja, para incluir igual en un universo esencialmente realista el elemento divino, que no es moco de pavo, de la Resurrección –lo que hace que Cristo sea Cristo– y del rol de la Magdalena en ella, que la convierte en la apóstol de los apóstoles.

 

 

Entre las virtudes de esta nueva aproximación de Hollywood a la figura de la Magdalena, y –no del todo sorprendentemente– la primera centrada específicamente en ella y que no la trata, en última instancia, como pretexto para realzar el preclaro camino de perfección de Jesús, está el tomar la historia del personaje como si fuera eso, historia, y despojarla del mito. Así, en esta narración, Magdalena no ha sido poseída por ningún demonio sino que se ha negado a casarse por conveniencia y de acuerdo a los dictados de su familia, por lo que es estigmatizada como poseída, que es muy distinto; Jesucristo no llega para salvarla de los demonios, para nada, sino más bien para salvarla de la estigmatización de su familia… que es todavía más distinto; la lamentable mezcolanza con el arquetipo de la prostituta o de la adúltera, que ya se caracterizó como interpretación intencionalmente patriarcal y maliciosamente sesgada de un Papa medieval en el artículo pasado de esta serie, es ignorada de plano. En esta película, Magdalena es, de hecho, simplemente una mujer inteligente, devota pero con conciencia, observadora pero no pasiva, igual a igual de Simón Pedro (Chiwetel Ejiofor) y de Judas (Tahar Rahim) pero superior a ellos en jerarquía (aunque no necesariamente en firmeza y entereza moral: Mary Magdalene es demasiado piadosa con Pedro y con Judas y omite, sospechosamente, tanto la negación de Jesús como las treinta monedas)… la discípula amada, en definitiva, aquella a quien Cristo se le presenta en la resurrección y a quien manda a contar las buenas nuevas.

Se trata, en otras palabras, de una recuperación de corte feminista de la Magdalena en plena era de Trump, en la que, ¡maldito desarrollo desigual y combinado (concepto originalmente elaborado para repúblicas bananeras… bueno, como es, en el plano político, el Estados Unidos de la era de Trump)!, en la presidencia se ha impuesto, de manera formal, el macho más brutalmente alfa, y más brutamente macho y cerebro de alfalfa, posible, pero en las culture wars el feminismo, que ya desde hace un par de generaciones, en un mundo perfecto, hubiera debido ser hegemónico, empieza a imponerse más, a naturalizarse más y a convertirse en la mentalidad de todos menos de quienes están en deplorables… canastas.

Pero se trata, también, de una adaptación que se pliega, finalmente, al consenso cristiano de búsqueda de figuras mesiánicas, que en este caso nos salven de Trump… ¿o le estoy poniendo reparos innecesarios e injustos a una película que, sin abandonar la mitología judeocristiana y su vocación de universalidad, igual trastoca sus interpretaciones convencionales actuales?

Toda resistencia, por menor que sea, en tiempos apocalípticos, de fin de una era, de monstruosidades, de esperpentos y de Calígulas como la de ahora (también como la de Jesucristo, por cierto) merece al menos el respeto o, al menos al menos, la consideración… muy aparte de que el Jesús que se nos presenta en Mary Magdalene es uno de los más interesantes, y uno de los más antipáticos, con tono de líder de secta (¡ah!, el mencionado realismo), de la historia del cine. Merece respeto, entonces, y consideración, esta nueva película sobre la historia patriarcal por excelencia que, fútilmente acaso, pero también heroicamente, que no superheroicamente, intenta deconstruir un poquito, y a su manera, la historia del patriarcado…

Porque lo otro es la representación de la Magdalena en, por ejemplo, The Passion of the Christ, de Mel Gibson (2004), “excelente” película (así como las de Leni Riefenstahl eran excelentes películas) que moviliza todos los elementos que acá hemos denostado y que… sin comentarios. Representa la era de Trump en esa época aún por venir, en ese entonces, en 2004 cuando lo peor que parecía poder pasar era… Bush. Representa o anuncia la alianza que debería ser incómoda, pero es totalmente lógica, entre el evangelismo al pie de la letra y el adúltero millonario que no es capaz de leer ni una letra, menos del Evangelio, pero defiende la propiedad privada (ah, y la “vida”, por supuesto). El papel de salvador que tiene el Mesías, no sólo en sentido espiritual, sino también como salvador blanco, salvador hombre, salvador de capitales. Y el rol de María Magdalena como la adúltera, promiscua, prostituta, qué más da, a quien es un acto de supuesta benevolencia y magnanimidad el que le devuelve su humanidad… y no el hecho de, para empezar, ser humana.

 

Pero volvamos a lo nuestro, entonces. Mel Gibson is over, Mary Magdalene is on. Después de haber visto a Emma Gonzalez en la marcha en contra de las armas de fuego del 24 de marzo de 2018, creo que las culture wars (porque este cuento de las armas es una de las versiones actuales de las culture wars de los ochenta del siglo XX), incluso entre diferentes creyentes, admiradores o estudiosos de una figura (ficticia) como la de la Magdalena, están también on.

Mary Magdalene is ON.

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