NUEVA YORK: Es difícil encontrar las palabras justas para describir la sensación que nos envuelve al entrar en el apartamento de Nueva York de Luz Miriam Toro.
Podríamos decir que nos atrapan la belleza, el gran sentido estético que se refleja aún en los detalles más pequeños. Pero no sería suficiente. Se respira algo más profundo, es como entrar en otra dimensión.
Cerca de la puerta hay la armadura de un guerrero quien, orgulloso, vela por la seguridad de la casa. El tiempo ha dejado una pátina verdosa en el metal pero sin disminuir mínimamente su autoridad.
“Es un guardián peruano – nos explicará más tarde Luz Miriam –. Pertenecía a la tumba de un dignatario”.
El apartamento está diseminado de obras de arte, muchos objetos son precolombinos, otros pertenecen a culturas lejanas, como un maravilloso Buda que flota sobre una flor de loto. En la cabeza tiene un refinado tocado lila, hecho por Luz Miriam, y a su alrededor una profusión de orquídeas del mismo color.
En cada pieza, cada estatua, descubrimos un detalle, un particular que testimonia el cuidado y el amor de una persona quien hizo de la belleza una forma de vida.
Los objetos, que conservan el secreto de las manos que los elaboraron y los disfrutaron, pugnan por contar su historia y para hacerlo piden silencio. Luz Miriam, quien con ellos dialoga desde hace muchos años, lo sabe. Nos deja solos un largo momento para permitirnos escuchar las voces, las risas, el llanto y los susurros de los que la escogieron a ella para regresar.
Cuando empezamos nuestra conversación Luz Miriam Toro nos sorprende al contarnos su infancia transcurrida en un pequeño pueblo, “casi un caserío de no más de 3mil personas, perdido en los Andes colombianos. A la mañana me levantaba y veía al frente una montaña, una barrera que soñaba con derribar. Desde niña quise cruzar esa montaña para descubrir el mundo que había detrás y una vez, siendo muy pequeña, me fui de la casa y empecé a caminar. Estaba decidida a superarla. Me encontraron bastante lejos”.
Han transcurrido muchos años desde entonces pero en Luz Miriam encontramos intacta a esa niña que estaba dispuesta a todo con tal de descubrir lo que había detrás de una montaña. Con la misma tenacidad de entonces emprende caminos difíciles. Hoy su búsqueda no enfrenta el reto de la geografía sino el del tiempo.
Desde siempre sintió la fascinación por la historia de antiguas civilizaciones y leía cuanto libro llegaba a su alcance sobre los griegos. Estudiaba las imágenes, se fijaba en los detalles.
Con el tiempo su mirada se volvió hacia los indígenas y su interés creció tanto que decidió ser misionera para trabajar junto con ellos y entender mejor sus culturas. Para lograrlo se internó de postulanta en un convento.
“Luego descubrí que los antropólogos hacían ese mismo trabajo y además podían casarse, así que esa opción me pareció más interesante”, nos dice Luz Miriam con una sonrisa.
A los 18 años conoció a un arqueólogo quien le cambió la vida.
“Creo en el destino – nos dice con convicción – y el encuentro con el que fue mi marido y con su familia, todos intelectuales y científicos, me ayudó a consolidar mi vocación. Gracias a ellos aprendí a conocer y a valorar el arte precolombino. De la mano de mi esposo me adentré en la cultura de los Tumaco – la Tolita, poblaciones que vivieron en la costa colombiana del Pacífico y en la isla ecuatoriana La Tolita”.
Fueron momentos de gran felicidad para Luz Miriam pero lamentablemente duraron muy poco. Tenían apenas dos años de casados cuando el esposo murió a manos del hampa. Luz Miriam quedó sola, con un niño recién nacido y un dolor que le partía el alma. En recuerdo de su esposo decidió llevar a cabo un proyecto que él había recién comenzado, una exposición precolombina en ocasión de los Juegos Panamericanos en Cali.
El resultado fue un éxito rotundo. Su camino estaba trazado. Los Tumaco pusieron en sus manos la responsabilidad de hablar por ellos, de rescatarlos del olvido al que habían sido relegados.
“Soy autodidacta – sigue Luz Miriam Toro – hubiera querido estudiar arqueología y me fui a Bogotá con ese propósito pero el curriculum universitario no me hubiera permitido trabajar y yo tenía que cuidar y mantener a un niño. Empecé a seguir cuanto seminario, conferencia, encuentros, sobre arte precolombina hubiera en Bogotá y como el lugar donde trabajaba estaba cerca del Museo del Oro, durante dos años pasé las horas de la pausa para el almuerzo, estudiando los objetos del Museo. Tengo una muy buena memoria visual así que día tras día fui familiarizándome con las distintas culturas indígenas, descubriendo similitudes y diferencias, aprendiendo a leer su historia a través de los objetos”.
Con sus ahorros empezó a comprar piezas precolombinas de cerámica.
“En esa época las piezas de cerámica no eran muy valoradas, las vendían por poco dinero. No se entendía todavía su importancia. En realidad es a través de esos objetos que servían para la vida diaria, para las ceremonias y para los rituales que podemos reconstruir la historia de los pueblos”.
La cultura que se desarrolló entre la costa Tumaco y la isla La Tolita dejó de existir antes de la llegada de los españoles.
“Es una tierra sujeta a maremotos por lo cual creo que un desastre natural de grandes dimensiones acabó con toda la población. Los pescadores a veces consiguen piezas con corales incrustados, lo cual demuestra la antigüedad de las poblaciones”.
A pesar del saqueo de piezas de oro que empezó un alemán en los primeros años del ‘900 y del desastre que hicieron con los objetos de cerámica que destruían porque los consideraban sin valor, hay muchos vestigios de esa civilización y Luz Miriam los fue buscando y coleccionando con un amor y una constancia realmente admirables.
Pieza tras pieza hasta lograr una de las colecciones, si no la colección, más importante de los Tumaco – la Tolita.
Horas y horas de su vida buscando en cada detalle una nueva información. Y como una reportera que ha viajado en el tiempo, Luz Miriam Toro fue entrevistando a los que hicieron e usaron esas piezas, entró en sus casas, asistió a sus matrimonios, funerales y ceremonias religiosas.
Los describe con el mismo afecto y sobre todo respeto que reservamos a nuestros ancestros familiares y a través de sus palabras se nos abre un mundo.
Casi por magia empezamos a ver a los Tumaco en sus casas, en las embarcaciones con las cuales viajaban entre manglares dejándose guiar por las estrellas en una geografía aparentemente igual, lanzándose señales con las ocarinas.
Descubrimos a una civilización muy desarrollada y muy atenta a la belleza.
“Las personas se adornaban con tocados muy sofisticados hechos con plumas multicolores. Cuando se casaban, las novias no solamente se preparaban frotando sus cuerpos con ungüentos, perfumes y resinas olorosas, también llevaban una estera preciosa y sus casas eran decoradas con flores y colgantes en las paredes.”.
Moldes de estatuas y objetos dejan entrever el sofisticado grado de civilización al que llegaron estos indígenas.
“Muchos de esos moldes tienen retratos de parejas. Los novios los encargaban a los alfareros para luego regalarlos a los familiares y amigos cercanos.
Cada vez que encuentro una de las piezas de cerámica trato de entender el entorno en el que fue elaborada, de imaginarme al que la hizo y a los que luego la usaron.
Es fascinante porque es como ver un álbum de fotos de familia. Descubres sus sentimientos y psicología, ves a las mujeres amargadas y a las que están felices, conoces a los distintos miembros de la familia, al que es guerrero, al cura, al artista. Los objetos te hablan de las diferencias sociales, en las cerámicas están retratados todos los momentos importantes así como los del vivir diario”.
Las casas no eran monumentales por el terreno en el que se erigían, pero igualmente eran muy hermosas. Estaban decoradas con elementos extraídos del mar que daban una sensación de lujo. Lamentablemente no ha quedado nada porque no estaban hechas de piedra sino de madera.
Es tan profundo el sentido estético de los Tumaco que intervienen en sus cuerpos de distintas maneras. Utilizan piercing en la nariz, en las orejas y en las tetillas, pintan sus cuerpos con tatuajes, usan peinados similares a los de los Punk que embellecen con elaborados tocados y modifican la forma de sus cráneos con unas tablillas deformatorias para alargarlos hacia atrás y en algunos caso darles una forma triangular. Muchos también se mutilaban los dientes y a veces les ponían incrustaciones de oro.
A los que se horrorizan frente a esas prácticas deformatorias, Luz Miriam responde con seguridad que no eran muy diferente de nuestras cirugías plásticas con las cuales alteramos nuestros cuerpos siguiendo los actuales modelos de belleza.
Las condiciones meteorológicas de la zona, la segunda más húmeda de la tierra, han borrado casi completamente las huellas orgánicas de los Tumaco así que solamente a través de los objetos es posible la reconstrucción de su historia, de una civilización que, sin ser monumental como la de los Maya, Incas y Aztecas, fue igualmente desarrollada y refinada.
A través de sus dibujos también descubrimos las malformaciones y las enfermedades de las que padecieron. “Todo está retratado en las cerámicas. Ellos no se avergonzaban de las deformaciones físicas, en algunos casos las consideraban casi un privilegio”.
En los años pasados Luz Miriam Toro realizó numerosas expediciones en la tierra de los Tumaco. Lamentablemente tuvo que interrumpirlas hace mucho tiempo a causa de la guerrilla pero sueña con reanudarlas.
“Parece increíble pero el conflicto que vive Colombia nos impide a nosotros mismos movilizarnos por el territorio de nuestro país con libertad. Hay lugares maravillosos en Colombia que nadie puede visitar. Yo estoy esperando que se concrete el proceso de paz para volver a la tierra de los Tumaco, respirar el aire donde ellos desarrollaron su civilización”.
¿Y crees que se logrará la paz?
Yo creo que si. Sé que hay muchas personas que están boicoteando ese proceso, sé también que hay muchos que no logran perdonar pero yo creo que en el fondo todos saben que la paz es necesaria y que para lograrla hay que hacer concesiones. Yo prefiero ver a esos guerrilleros en las calles haciendo política a tenerlos en todo el país sembrando muertes.
Es un tema doloroso y Luz Miriam piensa mucho antes de seguir con gran sinceridad:
El problema es que los únicos que van al frente como soldados son los hijos de las familias humildes. Y son madres humildes las que los lloran cuando mueren. Sé que como madre hice lo posible para evitar que mi hijo fuera a la guerra pero pienso que no es justo. Y de todas formas no hay familia, sea de la clase social que sea, que no tenga un luto a causa del conflicto. Esta es la razón por la cual yo soy una mujer de paz y valoro mucho el trabajo del Presidente Santos que está luchando para que esa paz sea una realidad”.
La colección de Luz Miriam Toro es muy amplia. Tiene piezas de sorprendente belleza desde una miniatura en oro en la cual se aprecia un estupendo trabajo de orfebrería hasta piezas grandes de cerámica. Es tal su dedicación que transformó una pasión en una misión: rescatar la civilización Tumaco – la Tolita del olvido, darle el lugar que merece, lograr que los colombianos y el resto del mundo la conozcan y la valoren.
“Hoy mi único objetivo de vida es recolectar cuantas más piezas Tumaco y la Tolita sea posible, lograr que tengan un espacio en el Museo Metropolitan de Nueva York y que Tumaco sea colocado en el mapa universal de la arqueología”.
Miramos a nuestro alrededor y de nuevo nos parece escuchar las voces de un pueblo que fue engullido por el mar. Nos gusta imaginar que el eco de sus ocarinas superó la montaña que vigila el pueblo donde nació Luz Miriam Toro y la llamó.
Los Tumaco sabían que esa niña terca los liberaría del silencio y les devolvería la vida.