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El lunes de la marmota

Eran las 10:13 am de otro lunes aburrido. Mi novio iba manejando mientras recorríamos la autopista que conecta a Maracay, nuestra ciudad natal, con Valencia, la ciudad donde vivimos. Ambos íbamos callados. Mientras él iba pendiente de esquivar los huecos en el camino, yo trataba de pensar en este artículo. Tratando de sacar un tema, recordaba noticias de lo que sucede en Venezuela, pero sinceramente hablar del país ya me tiene un tanto cansada, así que traté de darle un giro a mi cabeza a ver si algo se me ocurre. Se me ocurrían otras cosas de los que me gusta hablar: algo de psicología, psicodrama, el fin de semana que estuve en una boda y en una entrevista de radio… Aparecían ideas, pero no las ganas de escribirlas. Ninguna tenía ese anzuelo mortal que me engancha y obliga a sentarme a darle forma.

Reviso las notas de mi teléfono a ver si por ahí hay algún esbozo de idea del que me pueda agarrar. Me ha sucedido que anoto alguna idea y luego la olvido. Tiempo después, cuando estoy limpiando las notas, la encuentro, me encanta y la desarrollo.

Encontré algo sobre Kim Kardashian, el dulce veneno que es el azúcar y una escena que sucedió en una sesión de Psicodrama. Las tres pasaron ante mis ojos sin pena ni gloria. Quizás otro día. Volví a pensar en la boda de mi amiga. Había algo ahí pero no terminaba de conectarme con eso. ¿Es el país que no me dejaba pensar o había algo mío?

Sin que apenas le hubiese puesto atención al camino, llegamos a Valencia. Pasamos por los dos supermercados que están antes de llegar al apartamento y había menos cola de lo normal. Al menos eso pensé, hasta que vi el estacionamiento del que está más cerca de nuestra casa. Ahora hacen la cola ahí y no en la calle. Comprendo porqué se ve «menos gente».

* * *

Cuando vuelvo a leer lo que he escrito, me doy cuenta de que he caído en el mismo loop de siempre. Sin querer hablar del país, lo hice. La decadencia hiperactiva en la que hemos caído. Cada día leo más y más artículos sobre esto que nos sucede, lo que denominamos «situación país», definida por tantos factores que creo que ni Santa Claus tiene una lista tan larga. En una conversación cotidiana, un tema lleva al otro, luego al siguiente y así hasta que completamos un ciclo que recorre escasez de comida, economía, política, inseguridad, incertidumbre, pero sobre todo arrechera. Me disculpan la palabra los demás paisanos latinos que me leen, y para los cuales la palabra no significa rabia, pero ese es el sentido que tiene para nosotros, los venezolanos. Es la expresión máxima de rabia.

Debo confesar que esta rabia es rara. Es agresiva pero sofocante. Nos tiene inmovilizados. Tengo años pensando que en cualquier otra parte del mundo los gobiernos han caído por menos de lo que ha sucedido aquí, pero también hay otros que se han mantenido con peores medidas. Vivir en Venezuela actualmente es vivir en la dimensión desconocida: un lugar donde todo y nada es posible al mismo tiempo.

Entonces me hallo aquí, evitando escribir del país, pero haciéndolo descaradamente otra vez, como un disco rayado que no deja de repetir la misma canción sin importar el hastío del escucha. Le pido disculpas al lector por la grosería y la repetición, pero ¿Se supone que hable de las Kardashian mientras mi entorno se desmorona?

El verbo es catártico, lo sé, sino no estudiaría Psicología, pero vaya que es cansino este loop en el que estamos atrapados los venezolanos. Imagino que los sirios deben andar por lo mismo, hablando de la guerra que viven infinitas veces, por sólo mencionar a otros que viven situaciones extremas.

Hablando con Mariza (una de las editoras de este medio) por correo sobre esto, ella me mencionaba una frase de Yoani Sánchez, la conocida bloguera cubana, donde le decía que para el resto del mundo fue muy importante la visita de Obama a la isla caribeña, pero que ella sabía de cubanos que ni se enteraron porque estaban más centrados en solucionar cualquier otro problema cotidiano que en ver el panorama general. No pude evitar sentirme identificada con eso.

Todos los días acontecen millares de cosas en el panorama mundial de las que podría sacar un artículo, pero me siento incapaz en ver más allá de la punta de mi nariz. Hay dos escenas que representan esto que se me vienen a la mente. La primera es la metáfora del filósofo que apunta con su dedo a las estrellas, y el idiota que en vez de mirar donde él señala, mira sólo el dedo. La segunda es sobre la película de “El día de la marmota”, donde el personaje de Bill Murray está condenado a repetir el mismo día una y otra vez.

Así que aquí lo tienen, una escritora atrapada en una especie neurosis de repetición con sus artículos sobre el país en el que vive, condenando a los ojos del lector a leer a este amasijo de palabras sobre una sociedad que no hace más que rodar cuesta abajo, sin importar medallas olímpicas o aumentos salariales.

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