El verdadero dolor es indecible… cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la #Palabra. Esa afirmación que escribe Rosa Montero en su libro “La ridícula idea de no volver a verte” es tan desgarradoramente cierta que sigue resonando en nuestro interior como un eco que no se aplaca.
¿Cuántas veces sentimientos y emociones se han transformado en palabras mudas, escondidas, atrapadas en recuerdos que preferimos olvidar? ¿Y si las rescatáramos de esas pedregosas toneladas de pena hasta qué punto cambiaría nuestra vida? ¿Sería mejor o peor? Es la pregunta que surge inevitable cada vez que pisamos el consultorio de un “doctor del alma”: un psicólogo, psicoterapeuta, psiquiatra o psicoanalista.
Enfrentar ese dolor que te desgarra dentro requiere de mucho valor, no hay anestesia que valga y nadie sabe de antemano cuán largo será el tratamiento ni cuáles serán los resultados. Sin embargo más y más personas saben que, por arduo que sea ese camino, vale la pena aventurarse a recorrerlo. A veces solos y otras con nuestras parejas, para desentrañar juntos los nudos de la vida en común.
Lucía Morabito, es una psicoanalista venezolana actualmente residente en Madrid. Se graduó en Psicología en Boston College, Estados Unidos, y luego nuevamente en la Universidad Central de Venezuela. Realizó la formación psicoanalítica en la Asociación Venezolana de Psicoanálisis en cuya Junta Directiva, ocupó, durante 15 años, diferentes cargos hasta llegar a la presidencia. Tiene una amplia experiencia como docente. Al concluir su formación psicoanalítica, tras constatar que para mejorar la preparación de los estudiantes en la facultad de Psicología de la Universidad Central de Venezuela (UCV) podía ser importante el aporte de los psicoanalistas propuso un curso de Psicoterapia Psicoanalítica para los recién graduados de Psicología y Psiquiatría y fue docente, durante ocho años, en el departamento de Clínica Dinámica de la UCV. Enseñó en el Postgrado de la Universidad Católica y en la especialización de Psicología Clínica de la UCV, además de dar charlas y seminarios en Venezuela y en el exterior.
Tras trabajar varios años como psicoanalista individual se ha ido especializando en psicoanálisis de pareja.
¿En qué momento y por qué has decidido enfocarte sobre todo en las parejas?
Diría que fue casi sin querer. En Venezuela no hay una especialización en psicoanálisis de pareja y tampoco habían muchas parejas dispuestas a ir juntas a ver a un psicoanalista. Cuando un colega me remitió la primera pareja, supe que no iba a ser fácil pero también que estaba dispuesta a asumir el reto. A lo largo de los años han llegado muchas más y ese reto se ha ido transformando en una pasión. En un comienzo apliqué los procedimientos de psicoanálisis individual. Al poco tiempo entendí que esos conocimientos ayudan pero no permiten resolver todos los escollos que vas encontrando cuando te enfrentas al análisis de dos personas. Así que fui estudiando e investigando cada vez con mayor profundidad. Comencé a ver propuestas teóricas ligadas esencialmente a lo que denominan el psicoanálisis vincular, que confirmaban en muchos casos el trabajo que había estado haciendo con mis pacientes. Sin embargo había situaciones para las cuales esas propuestas no eran suficientes así que, gracias a la experiencia que iba acumulando, fui desarrollando yo misma algunos planteamientos teóricos-técnicos que me han ayudado a dar respuestas más articuladas a los distintos problemas que íbamos enfrentando.
Tengo entendido que esos estudios los estás vertiendo en un libro que publicarás en los próximos meses y también que publicaste una primera parte en “Diálogos clínicos con familias y parejas” recopilación curada por David Sharff y Monica Vorchheimer. ¿Cuáles son las diferencias más relevantes entre el trabajo individual y el de pareja?
Cuando trabajas con una pareja tienes la posibilidad de entrar en el mundo interno de dos seres humanos quienes fungen de espejo el uno del otro. Eso te permite desentrañar más fácilmente ciertas problemáticas y lograr resultados con mayor rapidez. En la terapia individual un paciente te habla de su relación de pareja pero necesitas tiempo, a veces años, para analizar lo que significa eso a nivel inconsciente y para entender a cabalidad los mecanismos que rigen la relación. Cuando trabajas con los dos al mismo tiempo ves las reacciones de cada uno, las interacciones entre ambos y puedes atacar los problemas de una manera más inmediata.
¿Hasta qué punto ese proceso psicoanalítico puede ayudar de verdad a una pareja a resolver sus conflictos?
A lo largo de estos años ha sido mayor el número de parejas que, tras el proceso de psicoanálisis, ha ido resolviendo sus conflictos que las que se han separado definitivamente. No sé si eso depende también del hecho que quien decide enfrentar el psicoanálisis, en su mayoría, está dispuesto a buscar soluciones. Las parejas por lo general funcionan por una suerte de compensación y muchos de los conflictos llegan cuando se produce una descompensación. El terapeuta debe entender qué está pasando y buscar la manera de crear nuevas compensaciones que incluyan el crecimiento y transformación de los dos, y al mismo tiempo debe permitir la elaboración del duelo por la compensación que se perdió.
¿Cómo logras detectar desde un comienzo las posibilidades de solución de los conflictos que hay en una pareja?
El proceso psicoanalítico es eso, un proceso. Antes de decidir si puedo ayudar a mis pacientes, realizo unas primeras entrevistas para empezar a evaluar el problema, entender si se sienten cómodos hablando conmigo, hasta qué punto están decididos a emprender un trabajo profundo y cuáles son las expectativas de cada uno. Realizo también sesiones individuales para evaluar la historia personal de cada uno y ver las situaciones del pasado que están interfiriendo en el presente. A veces uno lleva arrastrado al otro y tras este primer proceso los roles cambian, el que estaba renuente quiere seguir adelante y el otro se asusta y se echa para atrás. Los escenarios posibles son muchos, cada pareja es diferente pero el proceso es siempre profundo e interesante.
Otro tema que te ha apasionado siempre es el de la emigración. En un primer momento porque tu misma eres hija de un emigrante italiano pero después porque la emigración se ha transformado en un fenómeno masivo en Venezuela ocasionando heridas muy profundas en la población que nunca antes había conocido ese camino. ¿Cuáles son los traumas más comunes en quien emigra?
Emigrar es un duelo. Implica una pérdida y como todos los duelos produce un dolor que hay que atravesar. Sin embargo, es diferente a los que estamos acostumbrados y que tienen que ver con la muerte de un ser querido, la pérdida de una casa por un desastre natural, es decir con pérdidas totales. El duelo migratorio es mucho más complicado porque no es definitivo. Lo que el emigrante pierde no se acabó, el país sigue estando allí. Se trata de un duelo parcial y la herida vuelve a abrirse cada vez que te acuerdas, que hablas con alguien, que te conectas con los seres queridos que se han quedado o cada vez que regresas al país. Es un duelo múltiple porque en ese proceso perdiste muchas cosas: tu identidad, lo que eras antes de irte, el trabajo que estabas desarrollando, los amigos, la geografía, el clima, los colores, los sabores. Y es transgeneracional, porque sus consecuencias emocionales pueden persistir en varias generaciones, muchas veces de forma inconsciente, y salir a relucir en el momento menos esperado o, justamente, cuando algún descendiente de un emigrante debe volver a emigrar.
¿Cuáles son las reacciones más comunes frente a ese duelo?
Las reacciones dependen de cada persona. Hay quien prefiere quemar las naves y no mirar más hacia atrás. Decide evadir el dolor y en muchos casos aparecen las que llamamos “defensas maníacas” que se manifiestan con una euforia y una exaltación por el nuevo país o con la descalificación absoluta de lo que se dejó. Son maneras de evitar contactar con el dolor ya que aceptar lo bueno que se dejó implicaría lidiar con la herida de la pérdida. Y no solo. También con la culpa, porque cada proceso emigratorio genera muchas culpas, tanto por quienes dejamos como por las fantasías de lo que se hubiera podido hacer para evitar ese alejamiento. En muchos casos rechazar y ocultar los recuerdos positivos es una manera de tapar la amargura que queda dentro y a veces, aún sin darse cuenta, esas personas terminan saboteando lo bueno que pueden encontrar en su nueva vida. Otro temor que tenemos los psicoanalistas es que, en el momento menos pensado, el individuo pueda conectarse inconscientemente con esa defensa maniaca y tener una caída porque, cuando niegas el dolor, ese tiende a aparecer de otra manera. Hay quien sufre depresiones aparentemente inexplicables porque todo le está funcionando perfectamente, tiene un buen trabajo, una pareja amorosa, un entorno favorable. Otras veces pueden aparecer enfermedades psicosomáticas. Hay personas que emigran solas y otros lo hacen en familia. En estos casos a veces es más fácil otras no. Todo depende de la manera como cada uno dentro del núcleo familiar elabora sus duelos. En las familias que ya tienen historias de inmigración es posible que uno de los hijos vuelva a emigrar sin problemas y que el otro se quede con toda la melancolía del desarraigo, casi como si fuera el único depositario de esa herencia. En todo caso para sanar las consecuencias de la emigración se necesitan como mínimo tres generaciones. Es realmente increíble descubrir las miles de facetas que puede asumir el duelo migratorio.
¿Emigrar ayuda a las parejas o es un factor de crisis?
Todo depende. En algunos casos la emigración fortalece a la pareja pero en otros produce crisis insalvables. Si la pareja tenía problemas que quedaron tapados tras la fantasía de emigrar, después de un tiempo, los conflictos reaparecen y hay que enfrentarlos porque puedes escaparte de un país pero no de ti mismo. Hay también que entender que cada uno elabora de manera diferente el duelo migratorio, con sus tiempos y defensas, utilizando mecanismos diversos. Si uno de los dos viajó antes para buscar casa y trabajo, también pueden generarse conflictos sea porque el que emigró primero tuvo que enfrentar mayores dificultades sea porque en el otro la soledad ha ido generando resentimientos y malestares. A veces depende también de las motivaciones que los llevó a emigrar, si fue por una decisión compartida o por decisión de uno de los dos. Las parejas recién casadas generalmente absorben con mayor facilidad los cambios, están empezando una vida juntos y el emigrar es parte de ese cambio. Para quien tiene años de convivencia a veces es más difícil.
¿Cuál es la mejor manera de enfrentar el duelo migratorio, individualmente y en pareja?
Hay que entender que emigrar siempre duele y que no hay que asustarse porque dolor que no se enfrenta no se supera. Sin ese pasaje el dolor queda atrapado dentro de uno, y se transforma en esa sensación de “saudade”, de nostalgia que hemos visto en tantas familias que emigraron en el siglo pasado. Lo más importante es planificar con calma, estudiar el lugar donde se quiere ir, tejer redes, buscar personas que puedan ayudar. En síntesis evitar que la emigración sea el fruto de una decisión abrupta y de un acto impulsivo. En las parejas es fundamental entender que cada uno enfrenta el dolor de una manera distinta, tiene tiempos diferentes y utiliza mecanismos de defensa propios. Concientizar ese proceso puede ayudar a encontrar un alineamiento que contribuye al fortalecimiento de la pareja. Cuando el emigrante logra elaborar el duelo de una manera sana y madura aprende a vivir con el dolor de lo que ha perdido y a poner en perspectiva lo bueno y lo malo de lo que dejó. Solo si sabes llorar lo bueno que dejaste puedes seguir adelante aprovechando lo bueno que ofrece el nuevo país y enfrentando lo malo que inevitablemente existe.
Hoy en día, a veces por razones de tiempo y comodidad, otras porque la lejanía lo hace necesario, muchas personas se “ven” con su psicólogo o psicoanalista vía Skype. ¿Es algo que has estado haciendo tu también? ¿Crees que puede funcionar?
Durante los últimos 10 años, antes de mudarme a Madrid, me tocó trabajar online con los pacientes que poco a poco salían de Venezuela. Llegó un momento en que prácticamente la mitad de mi consulta se desarrollaba por Skype o por Facetime. Al principio fue difícil, pero con el tiempo, he ido desarrollando una técnica que me ha permitido hacerlo cada vez con mejores resultados. En un inicio se trataba solo de pacientes míos que emigraban, por lo que ya teníamos un vínculo y un proceso analítico en marcha fácil de continuar a distancia; pero con el tiempo he ido recibiendo a pacientes nuevos, a quienes nunca he visto en persona. A raíz de esas experiencias puedo decir que, aunque sea preferible el vínculo cara a cara, lo más importante en la relación paciente – terapeuta es la confianza. Eso vale sobre todo para quien emigra. Cuando, estando en un país extranjero, alguien decide enfrentar o seguir un proceso de análisis, resulta de gran ayuda saber que puede hacerlo con un terapeuta que habla su mismo lenguaje, conoce sus orígenes y comprende su idiosincrasia.
Tu eres hija de emigrantes, madre de una hija que está viviendo en Australia y ahora tu también estás viviendo la emigración. ¿Cómo psicoanalista puedes evitar el dolor del duelo migratorio?
Eso es imposible. Lo único que puede ayudar es saber que no hay escapatoria. Ese duelo está, ese dolor es una herida que sangra, sea cual sea tu profesión, sean cuales sean tus conocimientos. Sin embargo sabemos también que la vida está hecha de pequeñas muertes pero también de cosas nuevas y hay que aprender a llorar las primeras para poder celebrar las segundas.
Photo Credits (video): Amrit Patel ©