Cuando hablamos de las devastadoras consecuencias del cambio climático por lo general apuntamos a los “Estados” y los hacemos a ellos responsables de las medidas, inversión y demás acciones que deban hacerse para luchar contra este fenómeno.
Pero ¿Qué hay del rol del sector privado? Finalmente este sector es el que aglomera a las industrias extractivas, manufactureras y demás empresas causantes de los mayores desastres medioambientales y de las mayores violaciones contra el medio ambiente.
En la Conferencia sobre “Cambio Climático y el rol del sector privado” organizada por el Americas Society/Council of the Americas el pasado viernes 21 de noviembre en Lima se dijeron cosas muy interesantes y se colocó al sector privado como el principal responsable y al mismo tiempo como el actor fundamental para impulsar las soluciones al problema del medio ambiente.
Mary Gómez Torres del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) mencionaba que se necesita una inversión de 1 trillón de dólares para financiar las medidas contra el cambio climático. Hasta los momentos solo se ha llegado al 35% de lo que debería ser esa inversión. Se estima que la inversión deberá de ser de 36 trillones de dólares entre el 2020 y el 2050.
De acuerdo con cifras del Global Environment Facility, el sector privado es el único actor con capacidad de superar la inversión pública en una proporción que va desde 1:2 hasta 1:10.
Los expertos mantienen la postura de que para el 2020 debe haber un cambio drástico en el cómo se están haciendo las cosas (negocios, modelos de producción y cultura) para evitar que la tierra aumente 2°C y la realidad es que estamos muy lejos de ese cambio.
Ajá! ¿Y con qué se come eso? ¿Cómo puede contribuir el sector privado, de verdad?
De acuerdo con estudios realizados por CAF, las Naciones Unidas y otras organizaciones, hay varias acciones que se pueden tomar desde el sector privado en las cuales se incluyen:
– El 80% de la inversión para combatir el cambio climático debe venir del sector privado.
– Se debe crear una demanda de productos bajos en CO2.
– Se debe colocar un precio a las emisiones de carbón.
– Debe haber un cambio en los patrones de inversión, aumentando el financiamiento climático.
– Los bancos deben promover y apoyar proyectos sostenibles.
– Incentivar la innovación y la adaptación de energías limpias. Hasta los momentos no existe noción de la escala de lo que pueden ser las energías limpias. El gas se vislumbra como la energía fósil más limpia a utilizarse en un corto plazo. El resto de las energías “verdes” desarrolladas hasta los momentos siguen siendo muy costosas y poco rentables.
Muchos países, sobre todo los nórdicos y algunos de la Unión Europea ya han empezado a aplicar estas medidas. Para el resto del mundo, el camino es más largo e intrincado. La diatriba de los países y empresas latinoamericanas entre invertir en energías verdes o seguir fortaleciendo a las industrias extractivas y contaminantes que garanticen el desarrollo y la fortaleza económica cada vez se acentúa más. Por ello nos encontramos en una espiral de políticas con poco impacto que no van al ritmo acelerado de los efectos negativos de las industrias extractivas y de la minería y demás sectores ilegales.
Para mí en lo personal, somos espectadores de las crónicas de una muerte anunciada de la región del mundo con mayores recursos naturales y una riqueza que solo ha servido para ser explotada y no apreciada.