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Lost and found

Desde que sabemos que cada vez que lo necesitamos, lo podemos buscar en Google, ya no hacemos el esfuerzo de retenerlo. El deterioro de nuestras habilidades y partes dedicadas a la memoria, es evidente. Nadie logra nombrar siquiera sus autores o películas o canciones favoritas, porque en medio de la conversación sabe que puede siempre apelar al celular como un buen vaquero armado de sus pistolas, siempre listo como un boy scout. Aún más, la pérdida de la memoria se ha hecho ya costumbre, manera, hábito, mala maña, a todas las edades.

La diferencia de los puntos de vista ya no se dirime según argumentaciones bien construidas en base a la retentiva de información, conocimientos, incluso experiencias, que se acumulan estableciendo vínculos y redes que indefectiblemente generan ideas propias, sino a través de la data que atesoramos en nuestros bolsillos o carteras, en accesorio inteligente, siempre a disposición inmediata, que sustituye el espacio que antes dedicábamos al cultivo de pensamiento.

Pero la máxima expresión de este fenómeno, que es tan verdad que no solamente todos lo sabemos, sino que lo padecemos y seguimos sin decir ni hacer nada al respecto en resignación desnaturalizada, es cuando se te pierde el celular.

Digo, en lugares donde puedes llevar una vida más o menos normal. No hablo del atraco a mano armada, del celular que te puede costar la vida, del celular de los venezolanos que lejos de prestar el servicio para el que fue diseñado, está obligado a reposar en casa mientras los usuarios se arriesgan a la calle.

Porque en ese caso, perder el celular y poder echar el cuento, es contar con muy buena suerte.

Me refiero a cuando lo pierdes en el parque del “primer mundo civilizado” -sin entrar en los capciosos detalles de esta nomenclatura-, una tarde de cielo azul de verano. Te das cuenta al momento que quieres tomar la foto, porque sin la foto es como si no hubieras visto la belleza de la fuente que agrupa a los efebos de piedra en una danza entre tortugas… Lo buscas confiada y no lo encuentras, no te lo crees, revisas en todos los sitios posibles, no lo encuentras, y esa sorpresa oscura te invade las entrañas como una mancha espesa que se va apoderando de ti con los segundos, como una desgraciada fatalidad, como si de pronto amanecieras sin nariz, o sin un brazo, sin estómago o algún otro órgano vital, el pánico ciego.

En ese momento te das cuenta que todo lo que pensabas que era parte de ti, lo que se supone estaría almacenado en tu cabeza, está en el teléfono, que ahora no sabes dónde está: literalmente, ¡has perdido la cabeza! El hueco negro es inconmensurable. En caída libre, tratas de repasar tus pasos por intentar encontrar el lugar, el momento en que perdiste todo, lo que pensabas hacer y lo que hiciste, los amigos y la familia, los eventos y las noticias buenas y malas, tus opiniones, tu vida social y pública, ¿cuándo fue que dejaste de ser? Tal vez se deslizó cuando te sentaste en el banco… Culpa tuya. Sabías que el bolsillo de tu vestido no era lo suficientemente hondo… ¿Cuándo fue la última vez que lo usaste? Esa es la pregunta que te salva, porque generalmente no son demasiados minutos antes de darte cuenta de que ya no lo tienes. El accesorio hace todo lo que hace por ti, pero eso sí, a cambio de que estés en contacto permanente, pendiente, alerta a la menor vibración, timbrecito, campana, porque de eso depende tu lugar en el mundo, así como del aire se alimentan los pulmones.

Y me pregunto, ¿cómo es que se guardan en el celular las cosas que de verdad importan? Lo mucho que lo quiero, lo terriblemente doloroso que fue, lo conmovedoramente bello, lo rabiosamente injusto… ¿Es verdad que viendo la foto recuperas la temperatura del aire, el sonido del momento, los sentimientos que te habitaban, lo que imaginaste, lo que deseaste frente a la fuente… si acaso te tomaste la molestia de sentir y pensar alguna cosa más honda, demasiado ocupado como estabas en tomar la foto… por no olvidar? ¿Y es que compartir la foto, de alguna manera te permite estar más cerca de los que quieres? ¿De las cientos de fotos que tomas gatillo alegre, vuelves a ver cuántas?… ¿Sabes encontrarlas luego?… ¿Cuánto tiempo tienes que no usas el teléfono, para llamar a tu mamá?

No se preocupen, encontré el celular. Por eso puedo ahora escribir estas líneas desde esa paz, y hacerme la que entiendo lo que se pierde cuando se encuentra lo que perdemos.

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