Prendo la laptop para hacer el recorrido de casi todos los días. Hay varias recomendaciones de lecturas, muchas de las cuales van acompañadas por un «porque soy muy fan de X», «me gusta mucho» o «es muy entretenido leer los poemas de X». Estas recomendaciones cuentan con varios likes y algunos comentarios en el mismo tono. Por supuesto, esto ocurre en alguna de las redes sociales.
A finales del año pasado, en una breve nota, el escritor argentino Patricio Pron planteaba el problema de subordinar la lectura a su potencial éxito en los social media. En efecto, ¿qué determina que algo (lectura o no) funcione al compartirlo? Básicamente, la cantidad de likes, retuiteos, favoritos y comentarios que produce o logra una publicación. Es decir, se trata de un asunto meramente estadístico; no importa qué se publica, lo importante es que sume muestras de adhesión.
Si tomamos esta premisa como cierta, podemos pensar, por una parte, que esta economía del like & share puede dictaminar lo que se lee, pues mientras mayor sea el éxito, mayor la visibilidad. Es necesario que nos vean: el estatus, el producto, el comentario, lo que leemos, etc., de otra forma, no tenemos presencia; es decir, no estamos presentes, no estamos, no somos. Tal como escribió @memeoji en Twitter: «I honestly do feel like things “aren’t real” until I share them…». En la red social nos miramos para corroborar que seguimos siendo, puesto que son los amigos y seguidores quienes nos dan vida. En esta lógica, la lectura no escapa, por supuesto.
Por otra parte, el hecho de que el buen funcionamiento yazca en sumar números, más allá de lo que se publica, conlleva que la plataforma social reafirma su propio sistema, crece con cada post, multiplica su omnipresencia, hasta el punto de que al final de cada año es esta la que nos muestra nuestros propios recuerdos. Como apuntó recientemente el escritor Kenneth Goldsmith: «We think we’re documenting our own memories, but what we’re actually producing is memories for the apparatus».
Estos dos factores, la necesidad de la mediación de la red social y la preponderancia de las estadísticas, llevan a otro punto: la ausencia de lectura crítica. En efecto, si lo que busco es que la lectura que comparto sea un éxito en las redes y sume clics, entonces la escritura corre el riesgo de quedar subordinada a cierta «compartibilidad», que de esta manera deviene el principal criterio lector. Y si este es el criterio, ¿qué tipo de crítica producirá? A esto se suma la plataforma: El like es la única demanda, solo gustar, no disgustar (dislike), mucho menos degustar. Es decir, todo lo que se publica (aun la crítica más acérrima a las redes sociales, por ejemplo) está ahí para sumar me-gusta porque es eso lo que permite el formato. ¿Que en Facebook o Twitter podemos expresarnos? Sí, siempre y cuando hablemos su lenguaje. Entonces esto determina los textos que circulan, el lenguaje con que recomendamos un artículo o un libro e incluso la posible crítica, si es que alguna; en definitiva, una estética. ¿Es el nuevo sistema literario? Ciertamente no, sería reducir todo a las redes sociales. Sin embargo, sí hay un modo de lectura —que quizás siempre ha estado ahí, solo que ahora tiene mayor visibilidad— y las escrituras que derivan de acá dan cuenta de todo este proceso. Así, mientras Goldsmith, en su conocido Uncreative Writing, plantea: «The moment we throw judgment and quality out the window we’re in trouble. Democracy is fine for YouTube, but it’s generally a recipe for disaster when it comes to art», Oscar Schwartz, joven poeta y ensayista australiano, apunta:
‘Objective literary merit’ enforces distance between the artist and the audience by implying that what you are experiencing when you read a poem isn’t communication with the person who wrote it, but the experience of some inherent, quantifiable merit contained and depersonalized within the poem. In the age of social media, however, these artists don’t want to be separate from their work, or their audience, because their personality and the audience constitute the work itself.
Esta es, precisamente, la lógica de las redes sociales, que a su vez se sustenta en el supuesto de que estas son medios transparentes, de que no pasa nada cuando anotamos lo que sentimos o posteamos una foto del pedazo de pastel de la tarde. Obviamos que una vez escritas o fotografiadas, les damos un cuerpo simbólico a las experiencias, las hacemos lenguaje. Volvemos a lo dicho entonces: la capacidad de expresarnos acá está supeditada a que hablemos su lenguaje.
Siendo así, ¿hemos de esperar que las nuevas propuestas de escritura formen parte de una estética educada en la web? No hay que esperar nada, hace rato que están circulando y dictando lo que se lee y se escribe. En principio, esto no tiene por qué ser un problema, pero sí sería de gran ingenuidad —cuando menos— el hecho de que no leamos al mismo tiempo el sistema en el que ponemos a circular lo que leemos y las escrituras que producimos, sino que lo demos por sentado, como una suerte de espacio neutro para establecer relaciones. Pero además, con esto damos por sentado también el lenguaje que nos ofrece (puesto que de lo contrario no funcionamos como usuarios) y, por lo tanto, es la retórica del like & share la que produce los textos que luego compartimos, a la espera de unos cuantos likes y otros tantos comentarios.
La crítica tendrá que esperar. En un medio donde el consenso es la norma no parece posible avanzar mucho en este sentido. Sin embargo, ahí están los posts, los clics como síntomas de una lectura.