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Los sapos saben mal pero a veces, toca tragárselos

eLo que han propuesto Juan Guaidó y el secretario Mike Pompeo no es irrazonable, ilógico, ni mucho menos, una traición a la causa democrática. Yo he sido crítico de los apaciguadores, de los falsos magnánimos, pero hay una verdad inobjetable en todo esto: para lograr la transición en Venezuela se requiere fuerza y a oposición sola no la tiene, como ha quedado demostrado. Por ello, sin la participación de una parte importante del chavismo, ese que no está embarrado en esas acusaciones que hoy gravitan sobre Nicolás Maduro y su entorno, o, aún más, para decirlo en los términos que ya lo he dicho hasta el hartazgo, sin el concurso de la mayoría de los sectores interesados en la reconstrucción del orden democrático, la transición será mucho más dificultosa o, acaso, improbable. Y nuestros problemas ya son muchos y muy graves, y se siguen sumando otros.

No digo que vayan a formar gobierno con esa Junta transitoria propuesta por Guaidó y el secretario Pompeo, Delcy Rodríguez o su hermano, u otros semejantes, que de paso, dudo que acepten (y en caso de hacerlo, sería riesgoso admitirlos). Pero, sin lugar a dudas, no acapara la oposición a los sensatos, porque, no nos engañemos, hay entre los voceros opositores personajes grises, mediocres y por qué dudarlo, igualmente ambiciosos, que por alguna cuota de poder, o peor, por engrandecer sus egos, venderían a su madre.

Se sabe, y así ha sido en otras transiciones, que estas no ocurren sin tragarse unos cuantos sapos, y a nosotros, como a otros antes, nos toca hacerlo, aunque sea repugnante, y lo es, lo sé. Si no, si aspiramos a un gobierno inmaculado, integrado solo por aquellos a quienes creemos irreprochables, en caso de prosperar, lo cual es poco probable, sería efímero. El tema de la unidad es complejo, es bastante más difícil que reunirse solo los que empachados por su propia soberbia se creen ungidos, y, desde luego, comprende la mayor suma posible de voluntades deseosas de emprender una ruta diferente, que, sin lugar a dudas y cuanto antes, debe construirse con el concurso de todos, y no solo la de un sector convencido de ser portavoz de la verdad.

Hay que quebrar pues, la fuerza del chavismo-madurismo, que se mantiene hermanado a pesar de sus diferencias internas, que ciertamente tienen, y esta fortaleza solo se debilitará si se rompe la unidad monolítica que agrupa intereses diversos de los distintos grupos de izquierda (y uno es, justamente, la conservación del poder). Imaginar una salida medianamente pacífica (a la que aspiramos casi todos, aun muchos chavistas, no lo dudo) sin la concurrencia de alguna parte de los que acompañaron este proyecto resulta iluso, incluso tonto. Sobre todo porque, dicho sea de paso, representa a un grupo de ciudadanos, que si bien es minoritario, tampoco es despreciable.

Quizá el error más grave del Pacto de Puntofijo haya sido excluir a fuerzas que entonces, y por eso la razón de su exclusión, disentían conceptualmente del modelo que AD, URD y COPEI buscaban construir y que con deficiencias, ciertamente construyeron. Hoy, en un mundo más complicado, uno que despertará confundido y convulsionado una vez acabe la crisis originada por la pandemia del coronavirus, deberemos nosotros repensar las cosas, tanto como otras naciones del mundo. No cometamos los mismos errores de ayer, y amarremos a todas las fuerzas, o cuando menos, a la mayor suma posible de sectores a un proyecto de país viable, garante de los valores que como parte de Occidente, defendemos, pero abierto, eso sí, a las ideas que indudablemente irán emergiendo en el futuro próximo.

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