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Guadalupe Loaeza

Los Rojo

Una de las parejas que más ilusión me daba, sin duda era la que formaban la escritora y licenciada en psicología Bárbara Jacobs y el pintor Vicente Rojo. Cuando, de vez en cuando, los advertía juntos, los imaginaba, tal como los describe en su espléndido reportaje Adriana Malvido, publicado en el «Confabulario» de El Universal (20 de marzo). A pesar de que ambos estaban felizmente casados con su respectiva pareja, ella con el escritor Tito Monterroso y él con la científica Alba Cama, el destino quiso que al quedar ambos viudos, justo al mes de que muriera Alba murió Tito, decidieron unirse porque: «El nuestro es un amor derivado de la amistad», a pesar de que siempre fueron tímidos, callados y reservados «se fueron los dos sociables y los dos huraños nos casamos». Ya juntos, descubren, que «no nos conocíamos». Malvido nos dice en su amorosa entrevista a los dos artistas, que las dos parejas eran en efecto, muy buenos amigos: «viajaban los cuatro, iban a ver exposiciones juntos, se hablaban por teléfono para un chiste o un chisme… o para hablar mal de la gente, que para eso son los amigos ¿no? Si no qué caso tiene». Así me los imaginaba: chismosos, divertidos y con una profunda complicidad intelectual. «Ser divertido es importante. Una forma de salvación de la vida contemporánea y también de muchos otros siglos, es el humor. Si no fuera por eso, los seres humanos no nos hubiéramos repuesto de tanto horror y nosotros dos nos divertimos mucho», apuntó Vicente Rojo en la entrevista.

Tengo la fortuna de conocer a Bárbara Jacobs, desde hace muchos años, había sido alumna de mi hermana Eugenia, en el Colegio de la Asunción. He leído sus libros (me gustó especialmente Las hojas muertas, Premio Villaurrutia, 1987, y traducida a varios idiomas; me conmovió hasta la médula) y sus columnas quincenales en el diario La Jornada. Me encanta cómo escribe pero, sobre todo, la forma en que vive la vida. Me gusta su mundo tan imaginativo y original. Pero lo que más aprecio es su rigor y congruencia intelectual. Aunque no tuve el privilegio de tratar a Vicente Rojo, tengo la suerte de tener una de sus pinturas (con muchos sacrificios la fui pagando poco a poquito) que está colgada en el comedor, al lado de una de Chucho Reyes. Ninguna de las dos tienen nada que ver, pero llevan tantos años juntas, que me niego a separarlas. El otro día que las observé con todo cuidado, pero también con mucha tristeza por la desaparición del maestro, me dije que las dos obras ya formaban una pareja como la de Bárbara y Vicente. Distintas pero a la vez iguales y muy complementarias. En un momento, Vicente Rojo le dice a la entrevistadora, quien le pregunta qué tan distintos son el trabajo de una escritora y el de un pintor: «Definir literatura es muy difícil, también definir lo que es la pintura. Pero hay una diferencia entre verdadera escritura y literatura sin escritura, light, y creo que Bárbara maneja muy bien la escritura, es decir, conoce muy bien los términos; la puedes hallar muy bien en esa mezcla entre rigor e imaginación y combina muy bien los dos extremos. Tiene una enorme curiosidad, eso ayuda al escritor, toques de humor dentro de ese rigor, como parte de él. Y el acercamiento muy íntimo, muy cercano a sus personajes. Por más malvados que éstos sean, siempre son muy queridos por ella y eso los hace muy reales».

Dice Adriana Malvido que al escuchar lo anterior, a Bárbara se le humedecieron los ojos. No era para menos, escuchar a su compañero tan amoroso y respetuoso de su trabajo, no puede más que conmoverla y sentirse arropada por las manos geniales de un pintor genial que pinta tan genialmente. Hace muchos años, llevé a una galería de la Zona Rosa a mi amigo Gilles Fuchs, quien hasta ahora preside la Asociación para la Difusión del Arte Francés y es fundador del Premio Marcel Duchamp. Al ver sus pinturas y dibujos, se quedó muy pensativo, para enseguida agregar: «Rojo es el mejor pintor de México». Extrañada por su sentencia le pregunté que si más que Tamayo, Toledo o Cuevas. «De todos, sin duda, es el mejor».

Dice Bárbara Jacobs que Vicente Rojo le ofrecía: «esa necesidad profunda de vivir». Y el pintor opinaba que en su relación: «Incluyo los sueños, los míos y los suyos. Ella los ha escrito, yo los he pintado». Vicente ya se fue, pero aquí está Bárbara para seguir soñando los sueños del pintor y que él pueda pintarlos desde el cielo.

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