Quisiera decir que conocí a Omar López de una manera extraordinaria, pero en realidad fue de una manera bastante común: en un salón de clases. Bueno, técnicamente no es un salón de clases, pero es la definición más parecida que puedo darle a lo que solía ser la sala de su casa, que ahora es un largo espacio con una tarima donde es la sede de la Escuela de Psicodrama de Valencia.
Un día, en medio de una clase, nos anunció que se iría de mochilero por tres meses por toda Suramérica. Puede que para los que son de otras latitudes suene como algo que muchos jóvenes hacen en cualquier verano de sus veintes, pero para los que conocemos la situación económica de Venezuela en este momento, sabemos que es una travesía comparable a la de Magallanes.
Durante esos meses, los que somos sus amigos en Facebook, fuimos siguiendo su travesía a través de sus fotos y algunos estados que actualizaba. A mí, que no tengo una relación tan estrecha con él, me emocionaba saber que había sobrevivido otro trecho cuando me tropezaba con sus fotos en la página de Inicio.
Hoy, al volverlo a ver cara a cara, con 5 kilos menos producto de las largas caminatas y con más cabello que cabeza, me contentó saber que había sobrevivido el viaje. No sólo el físico le ha cambiado. Algo en su manera de conducirse por el mundo es distinta de la última vez que lo vi antes de su viaje.
El recorrido en números
Fueron 6 países: Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. Disponía de 1800$ y tres meses para conocer la mayor parte de la Cordillera de Los Andes. De ese dinero, tuvo que gastar 180$ de golpe en Argentina, su primera parada: 100 en una carpa porque tomó la decisión de hacer el trayecto entre Buenos Aires y Tierra del Fuego con aventones, por lo que debía estar preparado para dormir en cualquier sitio; y 80 para una cocina de campamento. El viaje estaba lleno de imprevistos.
“Mi intención fue conocer el fin del mundo”
El destino inicial era Tierra del Fuego, Ushuaia. El pasaje lo compró hace un año, pero la planificación después de eso fue mínima. En un par de horas decidió qué lugares quería conocer, y cuáles no. Como es de imaginarse, algunos de esos sitios quedaron por fuera, otros entraron.
Él llama a este sitio la Suiza de Latinoamérica, cosa que me sorprendió porque no me lo imaginé así. Fue de los sitios en los que estuvo tentado a quedarse, porque podía hacer dinero fácil. En las temporadas de turistas, hay trabajo por las pistas de esquí y los hoteles. Los patronos no le prestan atención a la visa. En sus propias palabras, más allá de querer aprovecharse del inmigrante, saben que son personas que van para quedarse por una temporada corta. Ahora en mi imaginación pasó a ser de un lugar frío y árido, a un lugar de encuentro.
Hay otros dos lugares en los que también estuvo tentado a quedarse, como Copacabana en el Lago Titicaca y Quito, pero la determinación de sus palabras al pronunciar Ushuaia me dio la impresión que fue un simple error de sincronicidad el que evitó que se quedase. Llegó en temporada baja, por lo que no había mucha posibilidad de conseguir trabajo. Quizás de haber llegado en temporada alta, esta conversación no habría sucedido. Al menos no en este momento.
El bosque encantado
El Calafate fue escenario del único recuerdo que él salvaría del olvido, en caso que este le sobreviniese como un incendio y no pudiese salvar mucho.
En el glaciar Perito Moreno hay cuatro caminatas que se pueden hacer. Una de ellas es el Sendero del Bosque. Había pinos y estaba todo nevado. Se detuvo en un lugar a mirar lo que le rodeaba, e imágenes de su vida le asaltaron la mente.
Para que algo de adentro pueda hacer ruido, debe ser golpeado por algo de afuera.
El compañero en la isla
Un viaje plagado de eventualidades, aciertos, errores y de elecciones del momento, está marcado por muchas personas. Durante tres meses de vivir de lo que quepa en una mochila, el desapego se hace rutina, por lo que conectarse, hacer amigos o relaciones significativas en mi lógica sonaba un poco extraño.
Le propuse que escogiese a una sola con quien podría hacer un viaje más largo, y su elección se llama Ignacio. Montañista, profesor, graduado en Ciencias Políticas, renunció a la ciudad por irse a Chalten, un sitio conocido por sus senderos y montañas.
Fue quien en medio de la soledad que crean las montañas y una mochila, le proveyó conversaciones profundas e interesantes, quizás de esas que se recuerdan a trozos, pero que cualquier parte de ella, es capaz de provocar la sonrisa de saber que esa otra persona y tú coexistieron en un momento y un espacio común. Le enseñó a explorar no sólo su entorno, sino a quien se tiene al frente, algo que parecería natural para alguien que es Psicólogo de formación, pero cada tanto es necesario replantearse lo que sabemos y mirarlo con ojos nuevos.
Por extraño que suene, Omar no pensó en llevarse nada parecido a un cuchillo o una navaja, herramientas esenciales en la supervivencia. Logró hacer el recorrido sin eso, pero en este futuro viaje hipotético, Omar confiaría en que Ignacio llevaría el cuchillo.
“Yo siempre me he conectado con la Cordillera de Los Andes”
Desde mi perspectiva romántica y soñadora donde Europa siempre ha sido el lugar perfecto para llevar una mochila al hombro y caminarla, no pude evitar preguntarle el porqué de su elección.
La razón está más allá de lo económico y lo político. Él cree en la unión de los pueblos suramericanos. Hay una bandera que los representa y es usada por Perú, Bolivia, el norte de Argentina y el sur de Ecuador. Es un símbolo de unión, la posibilidad de reconocer que más allá de las fronteras geopolíticas, existe un gigante de roca que nos da puntos en común.
Es cierto que en otros lugares hay montañas, playas y desiertos, pero ninguno de ellos tiene la magnitud, y la majestuosidad de esa línea que une territorios vastos, desde el fin del mundo hasta rozar el Caribe.
A través de sus palabras, Omar me hizo caer en cuenta que esa cadena más allá que unirnos, nos armoniza y nos da el poder de decir que lejos de las diferencias históricas y culturales producto de lo vivido por nuestros ancestros, Latinoamérica es una sola. Y se puede recorrer a pie.