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Alejandro Varderi

Los privilegios latinoamericanos de clase y sus consecuencias (I)

Basada en la serie televisiva La vida es una lotería (2001-2005), dirigida por el realizador franco-chileno Marco Enríquez-Ominami acerca de las historias de algunos premiados, Mansacue (2008), del mismo director, reúne dos historias donde se trabaja con los efectos de tales prerrogativas cuando el azar interviene en las vidas de quienes los tienen o, gracias a un premio, los obtienen.

En la primera historia, titulada El vuelo del Kino, ya desde la escena inicial el lugar de quienes los detentan se pone en entredicho de la mano de una pareja de recién casados queriendo comprar la vivienda de los protagonistas, hasta el momento cuando divisan los tejados de una villa miseria en la falda del cerro donde se hallan. “Como que me va a dar miedo llegar a mi casa”, apunta ella. “Es gente como nosotros”, contesta el vendedor y padre de la protagonista. “Pero no, yo quiero vivir tranquila. Esto se llenará de moscas”, reitera la mujer, haciendo más evidente el décalage social y la intolerancia de los privilegiados al percibir al otro inconfortablemente cerca. “Las moscas no suben; se quedan allá abajo”, sostiene el vendedor, exteriorizando el deseo de su clase de querer mantener, lo más lejos posible, a quienes temen y rechazan, en una modernidad donde las fronteras entre la vida urbana de los privilegiados y la rural de los desclasados se han diluido.

De hecho, las consecuencias de los privilegios de Chichi y Eric, la pareja sortaria residente en una casa con piscina, conllevarán la desaparición de estas prerrogativas, cuando se vean en la necesidad de negociar con La chica y Brito, una vez que el cartón premiado haya salido volando por la ventana para ir a caer en la villa donde ellos viven, sin comodidades ni agua corriente, como ocurre en muchos caseríos campesinos. “Hasta en la forma de caminar se les nota el miedo”, comentarán dos residentes al verles andar por la trocha de tierra entre las viviendas de zinc, enfatizando el recelo de la pareja que, sin embargo, se sentirá mentalmente superior a quienes, según Chichi, son “una gentuza que no come y, como no come, no hay vitaminas, y sin vitaminas no hay cerebro”, pudiendo entonces quitarles fácilmente el billete de lotería.

El argumento de la película será, justamente, trastocar tal suposición mediante una serie de encuentros, desencuentros y enfrentamientos entre las dos parejas, donde quedarán al descubierto las diferencias y resentimientos, producto de las injusticias inherentes a un sistema en el cual “la ley de libre comercio” según Eric, no funciona para los “rotos” que son “todos ladrones” y violadores”. “Ustedes nos roban con la cuenta de teléfono, con la cuenta de luz; nos hacen un préstamo y cuando nos cobran los intereses nos roban. ¡Ustedes son los ladrones!”, le responderá Brito, mostrando la otra cara de la moneda, en un intercambio por momentos violento, dada la brecha existente en el devenir de los caracteres.

Aunque el film no profundiza en el desarrollo de tales aseveraciones, sí logra recrear la atmósfera de desconfianzas y sospechas, propia de las dinámicas de poder y sometimiento, desarrolladas aquí desde la comedia, lo cual busca aligerar la carga clasista y restarle importancia a las trabas del país para alcanzar un impulso económico que no deje atrás al grueso de la población. Como excandidato presidencial e hijo de un líder de izquierdas asesinado en los comienzos de la dictadura pinochetista, Enríquez-Ominami conoce muy bien la actualidad regional y el lugar de Chile en el tablero geopolítico continental. Esto le permite aludir a las causas de la pobreza y sus consecuencias, dentro de un marco que favorece a los grupos financieros, industriales y mineros, en detrimento de quienes acaban siendo desplazados, pasando a engrosar los cinturones de pobreza concentrados en núcleos habitacionales marginales similares al de El vuelo del Kino.

“Se levantan a las cinco de la mañana y escarban la basura hasta las ocho, después buscan cualquier cosa que se pueda vender”, apunta La chica, para abrirles los ojos a la pareja afluente y recalcar la dureza de las condiciones de vida de los olvidados. Algo que Chichi y Eric no registrarán pues su único objetivo es recuperar el cartón de la suerte sin importarles el costo. De hecho la muchacha, quien se presenta como estudiante de comunicación social haciendo un estudio antropológico para la universidad sobre la vida de los jóvenes menos afortunados a fin de no levantar sospechas, dejará a un lado las apariencias pseudointelectuales cuando vea que la sola manera de hacerse con el Kino es seduciendo a Brito. Y si “lo femenino seduce porque nunca está donde se piensa”, como apunta Jean Baudrillard, ese elusivo lugar se corresponderá aquí con un espacio donde el indigente jamás se hubiera imaginado encontrarlo, es decir, el minúsculo cuartito del inodoro a cuya vera Chichi, recurriendo a la simulación erótica como manifestación de su poder sensual, se empleará concienzudamente buscando quitarle al hombre el codiciado número.

Ello, mientras hace malabarismos para minimizar los posibles estragos del encuentro, en una escena cuya comicidad no logra ocultar el forcejeo étnico-clasista de la dispareja pareja, al ella estar socialmente por encima pero acabar sexualmente por debajo, con el agravante de la humillación cuando La chica, al descubrirlos, le sumerja la cabeza en el inodoro. La experiencia, no obstante, la energizará y, aprovechando el desconcierto del momento, se hará con la billetera de Brito donde está el número y arrancará a correr, aunque una patrulla de la policía se le atravesará en el camino obligándole a devolvérsela a sus dueños.

Las consecuencias negativas de los privilegios de clase alcanzarán el clímax en la escena final donde, tras haber logrado vender la casa, Chichi y el padre —Eric ha sido abandonado por ella, ante su cobarde comportamiento en la villa— están a punto de irse del lugar, cuando quienes llegan en autos último modelo con el camión de la mudanza resultarán ser Brito, La chica y sus respectivas familias. “Son los únicos que no se molestaban con la vista de mierda”, le dirá el padre a la joven, buscando con este comentario clasista justificar la venta. Un comentario que Miti-mota, la segunda historia, retomará en otra región de la geografía chilena, tal como veremos en la segunda parte de este artículo.

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