Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Los poderes detrás del estallido chileno

Una de las premisas más lapidarias que se pueden sustraer de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo es que todo acontecimiento que favorezca a determinado sector político y perjudique a su rival, jamás será producto del azar o a la casualidad.

Dicha premisa podría traducirse en la teoría de los dedos que mueven los hilos, la idea de que detrás de toda coyuntura política o social hay siempre un ente o una figura de poder que opera y maquina. Que la espontaneidad como núcleo de los estallidos políticos y sociales no existe, o solo se manifiesta en situaciones anecdóticas.

Si bien esta premisa cuenta con el incómodo hecho de que muchos teóricos de la conspiración la usan como piedra angular de sus ideas más lunáticas, no es menos cierto que contar las numerosas situaciones en las que se ha cumplido tardaría años.

Hoy en día, uno de los acontecimientos en el que más parece cumplirse la idea de que siempre hay poderes nacionales o extranjeros detrás de todo evento de trascendencia es el estallido chileno. El suceso latinoamericano en el que a diferencia del estallido ecuatoriano y boliviano, no parece tener una razón concreta.

Más allá de toda la parafernalia que ha rodeado a este estallido, lo que resulta cada día más evidente como el motor de todo lo acontecido durante las últimas semanas en Chile es el rol activo de la izquierda, tanto a nivel interno como externo. Es decir, el protagonismo decisivo de las universidades chilenas y de la dictadura venezolana.

Y es que al igual que en gran parte de los países desarrollados, la izquierda ha logrado arraigarse en gran parte de las universidades chilenas hasta el punto de convertir a muchas de sus facultades en auténticos centros de adoctrinamiento en el que se culpa a la sociedad occidental y al liberalismo de todos los males y se romantiza el marxismo. Ni siquiera el keynesianismo.

De las universidades surge una enorme masa de jóvenes ideologizados que en el corto plazo representaran la piedra angular de todo movimiento izquierdista (tanto de manera pacífica como violenta) hasta convertirse en el largo plazo en estructuras políticas de la misma tendencia.

(Las revoluciones en occidente suelen ser cosa de jóvenes burgueses y privilegiados.)

Llegados a este punto, pensar que un grupo de estudiantes pueda atomizar determinado descontento y paralizar al país de manera continuada por un tiempo prolongado sin ningún tipo de ayuda logística y financiera del exterior, es ya caer en la complicidad directa o en la ingenuidad más pobre.

Por supuesto, es aquí donde entra el régimen socialista de Venezuela, que a lo largo de sus dos décadas de existencia se ha caracterizado por un expansionismo agresivo en materia de política exterior. Ya sea presionando diplomáticamente para destituir a un mandatario que no sea afín a sus intereses, financiando partidos y determinados movimientos de manera silenciosa, o brindando soporte logístico, financiero y hasta militar a grupos terroristas.

Es la injerencia del chavismo lo que explica los elementos más sospechosos sobre las protestas chilenas. Es lo que explica la manera en la cual un movimiento tan masivo se haya podido articular sin la necesidad de una figura o grupo que represente el liderazgo, como sí existieron con las protestas en el Ecuador y en Bolivia.

Es lo que explica la renuencia a la pacificación tras las infinitas concesiones de Piñera. Los extremos actos de violencia. Y, sobre todas las cosas, la destrucción de casi cien modernas estaciones del metro en dos días, operación que no se cumple precisamente con bombas molotov y encendedores.

Pero, a todas estas, ¿Cuál puede ser el interés de Caracas con Chile y su desestabilización?

Por un lado se trata del país más estable y desarrollado de América Latina, por lo que cuenta con un peso diplomático que si bien no se compara con el de Argentina, Brasil o México, es más determinante que el del resto de países tanto sudamericanos como centroamericanos.

Por otro lado, Chile se ha convertido con el gobierno de Sebastián Piñera en uno de los voceros más activos en contra de la tiranía venezolana, condición que será más determinante que nunca en el cono sur ante el adiós de Mauricio Macri en Argentina, y el enigma que representa el uruguayo Lacalle Pou en cuanto a su agenda de política internacional.

Y, por encima de todo, el chavismo sabe a la perfección que mientras más dure el caos chileno, o Piñera decida renunciar al no poder apaciguarlo, otras naciones de la región donde no haya gobiernos de izquierdas se verán sumidas en este mismo tipo de protestas.

De esta manera se podrá minimizar el peso e influencia de otros rivales geopolíticos, o incluso erigir gobiernos satélites como en la época dorada del chavismo.

Después de todo, ha sido precisamente Venezuela el país que ha dibujado el mapa geopolítico de la región en el siglo XXI. Acto que se intenta repetir ya no solo para consolidar un bloque socialista y anti-occidental, sino también para fortalecer el peso diplomático del régimen socialista luego de perder a sus más importantes aliados en los últimos años.

Ante esta realidad, es indispensable para el chavismo atacar, desestabilizar y obstaculizar al gobierno chileno de la forma más agresiva, para así debilitar su posición al obligarlo a enfocarse en asuntos internos.

Esto ha sido justamente lo que ha ocurrido en las últimas semanas, con una presidencia que ha concentrado toda su atención en las protestas y se ha abstenido de hablar la crisis venezolana.

Y es que más allá de que Venezuela no tenga la misma petrochequera de antaño, mantiene el suficiente poder económico como para realizar estas operaciones gracias al dinero del narcotráfico, la minería ilegal y los millones de euros que Rusia ha suministrado en los últimos meses.

Si hay algo que el chavismo ha demostrado a lo largo de estos años ha sido la capacidad de cerrar filas y operar como un eficaz engranaje cuando se necesita materializar un objetivo determinado. Y en este caso, el único fin es sobrevivir. Mantenerse a flote en medio de una tormenta cuyo momento más crítico parece estar pasando.

Si bien su injerencia en Chile no necesariamente traerá como consecuencia la renuncia de Piñera, al menos podrá asegurar en el mediano plazo la llegada de un gobierno de izquierdas que se una a la complicidad de Mexico y ahora Argentina.

Esto pondrá las cosas más difíciles tanto para Colombia como Brasil, países fronterizos que si bien han tenido una actitud agresiva en contra de la tiranía venezolana, han demostrado no ser amantes del unilateralismo a la hora de tomar medidas en su contra.

Así mismo, el estallido chileno resulta conveniente en términos de atención mediática e internacional, ya que mientras menos se hable de la tragedia venezolana más se impondrá la inacción y el eventual hastío y desinterés. Al fin y al cabo, los organismos internacionales no pueden enfocar su atención y destinar sus recursos a diferentes frentes a la vez

De nuevo, todo acontecimiento que favorezca a determinado sector político y perjudique a su rival, difícilmente podía ser producto del azar o a la casualidad.

Y, sin lugar a dudas, el caso de Chile es el ejemplo más claro que tenemos hoy en día.

Hey you,
¿nos brindas un café?