Tengo abiertos en el ordenador mi agenda, la de mi familia, el calendario laboral alemán, el de las vacaciones escolares bávaras, una página con el tiempo en origen y en destino, imágenes por satélite de la zona y la ruta en carretera especificada al minuto. Y sin embargo aún no soy capaz de contestar: no sé si podremos celebrar con Frank su cumpleaños.
¡Me gustaría que alguien me atendiese en esta santa casa y todos dejásemos por un momento de mirar al móvil, o de hablar a la vez, o de hablar solos! Es obvio que sufrimos un exceso de convivencia, confinados desde diciembre. Me pregunto si existe tal término, “exceso de convivencia”, lo voy a guguelear. No, no. Ahora, no. Más tarde. Ahora, nada de pantallas.
Para eso no tengo respuesta: no sé si en dos semanas estaréis en el cole o en casa. Depende de la incidencia acumulada. Ha subido, como esperaban, después de las vacaciones (¿vacaciones?) de Semana Santa. Si en dos semanas está por encima de cien casos de coronavirus por cada cien mil habitantes serán unas reglas. Si está por debajo de cien, pero por encima de cincuenta, otras. Si menos de cincuenta (¡menos de cincuenta!), ni idea. Eso es en este municipio, claro.
Sin querer, abro mi artículo de la semana pasada. El número de personas con depresión que reconocen haber empeorado con la pandemia es casi el 50 por ciento. El 71 por ciento de los alemanes reconoce que este segundo confinamiento le produce estrés.
Perdón. Fue sin querer, lo cierro. No, ni idea: no sé qué cuáles son las reglas en el municipio de Frank. Habría que mirar que incidencia tienen allí hoy. Hoy no, claro. En la fecha que queremos viajar.
¿Me atendéis, por favor? Si no, tendré que volver a explicar lo de los tests rápidos. Hacen falta para entrar en las tiendas. No, no en todas. En los supermercados y en las farmacias, no. Pero si de repente nos apetece, no sé, comprar un libro, o una camiseta, necesitas un test para entrar. Quizás te lo den en la tienda, no sé. O quizás sea con cita previa. Ah, mira, las tiendas de ropa no están abiertas. Pero las zapaterías, sí. Ahora se consideran de primera necesidad, como las peluquerías. Porque se puede ir con las uñas de los pies como las de un elefante, pero con canas, no. Por lo menos en Baviera.
Lo sé. Lo leí, como vosotros: dos tests por ciudadano gratuitos a la semana. Pero en el colegio aún no tienen suficientes para personal y alumnos. El mayor se hace un test los lunes y los miércoles. El pequeño, los lunes y los jueves. Recordad meter bien el bastoncito en la nariz. Un test inconcluso equivale a uno positivo porque no tienen suficientes como para que lo repitáis.
Imagino BMW, Porsche, Bosch. Miles de trabajadores en fila bajo supervisión, metiéndose el bastoncito, echando las gotas precisas, entregando el resultado como fichas de dominó. Para cuando el último de la fila tenga un veredicto, se habrá terminado el turno.
Y quién supervisará al supervisor. Los funcionarios de las consejerías de Sanidad, a su vez supervisados por sus directores y estos por el propio consejero, todos con su bastoncito, su blíster.
Perdonad. Se me ha ido el santo al cielo.
El gobierno sigue afirmando que esta es la estrategia a seguir mientras no haya vacunas para todos y a mí me parece más táctica que estrategia, porque así no hay quien levante la cabeza. Para respirar y para planificar las cosas a medio plazo.
Desde hace una semana en Alemania vacunan los médicos de cabecera. Tienen que solicitar las vacunas de la semana próxima antes del martes y cancelar antes del jueves las que no utilizarán. Se corre el riesgo de que se estropeen si no son inoculadas. Pero eso es imposible en un país que tiene el orden, el protocolo y la organización en su ADN, ¿no?
Lo siento, otra vez se me ha ido el hilo. Prometo que no ha sido por las alertas que me están llegando al móvil (¿cómo que ahora pretenden suspender otra vacuna?). En caso de cuarentena, estos tests que se hace uno a sí mismo no valen, tiene que ser PCR de menos de 24 horas (¿o era 48?). Tampoco vale el test si ya tienes síntomas de resfriado. Entonces solo procede PCR.
Tenemos que tener cuidado, no crucemos la frontera sin darnos cuenta y nos metamos un lío. Ya no sé si la cuarentena de regreso es de cinco o de catorce días.
En fin, queridos, se trata de ir a ver a Frank y relajarse.