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Begona Quesada

Los otros: Persiguiendo al conejo

La mujer apartó la nieve y se sentó en el banco. Tres patos pendulares avanzaron inmediatamente hacia ella desde el lago. Al sacar los mendrugos del bolso, un tubo de mayonesa apretado se cayó al suelo. Lo recuperó con dificultad de entre sus tobillos, dos torreones empastados en chanclas de Adidas. Troceó el pan, lo desparramó y comenzó a chupar el tubo de mayonesa.

Se llama Bárbara, vive a dos manzanas de mi casa con varios gatos siberianos y apenas me va a reconocer, aunque nos hemos presentado varias veces. Ella es una de los quince millones de personas con trastornos mentales en Alemania. 

La atención a pacientes con problemas psicológicos y psiquiátricos pertenece a las principales víctimas de esta pandemia. Si antes había dudas recurrentes sobre si son enfermos (“eso lo curo yo con un sopapo/trago/polvo/susto”), la pandemia ha agigantado el interrogante sobre sus cabezas. 

Un 71 por ciento de la población alemana considera la situación actual de confinamiento (desde diciembre 2020) estresante, frente al 59 por ciento del primer cierre y 36 por ciento del verano pasado. Solo un cuarto de los ciudadanos confía ya en la promesa de que las vacunas alcancen a todos antes de este otoño, como ha repetido la canciller Angela Merkel. 

Según la Fundación contra la Depresión, el número de personas con depresión diagnosticada que reconocen haber empeorado con la pandemia ha pasado del 17 por ciento a casi el 50. Una de cada dos personas con depresión reconoce que desde el inicio de la pandemia está más perdida dentro del túnel. Más de un quinto de los depresivos agudos no ha recibido ningún tratamiento desde hace meses. Son 5,3 millones de personas las que han recibido un diagnóstico de depresión en este país. 

Si se extrapolan los datos de la fundación, unas 140 mil personas habrían intentado suicidarse en Alemania en los últimos seis meses. 

“Es urgente no tener en cuenta solo el proceso de infección a la hora de decidir las medidas contra el coronavirus. También son importantes el sufrimiento y las muertes que estas medidas causan”, declaró Ulrich Hegerl, delegado de la fundación y profesor en la universidad Goethe de Fráncfort.

El 27 por ciento de los alemanes entre 18 y 79 años tienen un problema psicológico, siendo la ansiedad (15 por ciento) y la depresión (siete por ciento) los más frecuentes, según cifras oficiales. Los trastornos por estrés postraumático (2,3 por ciento), bipolares (1,5), psicóticos (2,6) y de la alimentación (0,9) son en comparación menores.

La falta de estructura en el día, la ausencia de contacto social (los gatos ayudan, pero hablamos de otras personas), más tiempo en la cama, menos haciendo ejercicio y citas médicas pospuestas o canceladas contribuyen a la fiereza de las sombras. 

La asociación de neurociencia, psicología y psiquiatría alemana DGPPN ha pedido al próximo gobierno que dé máxima prioridad a la salud mental. “Las enfermedades mentales representan uno de los mayores desafíos sociales de nuestro tiempo para los afectados y sus familiares, están asociadas a un sufrimiento masivo y van de la mano de graves restricciones en la vida social y profesional”, afirma este grupo en su petición. 

Uno de cada cuatro ciudadanos sufre una enfermedad mental, pero solo uno de cada cinco recibe ayuda profesional. “Las enfermedades mentales se han convertido en la causa más común de incapacidad laboral y para la jubilación anticipada,” según DGPPN. 

En Alemania la frustración crece a medida que las expectativas son incumplidas. Las manifestaciones contra las medidas anti-pandemia, donde se mezclan camareros en paro, jóvenes hartos, comerciantes asustados o cocineros sin blanca con negacionistas de la ciencia y tierraplanistas, se reprodujeron durante la Semana Santa. 

Imagino que como en este país están muy escarmentados de los efectos de la frustración social, muchos evitan tener o dar expectativas, lo cual no deja de ser un círculo vicioso y terreno fértil para que de las elecciones generales de septiembre salga un gobierno metamórfico.

La misma encuesta muestra que casi la mitad de los alemanes ha experimentado la mala educación de sus conciudadanos en este segundo confinamiento. Personalmente, he sufrido ascensores cuyas puertas se cierran en las narices, conductores que te cortan el paso en los aparcamientos o discusiones sobre la forma, textura y tamaño correctos de las mascarillas ajenas. 

Las sombras de la mente son gélidas, las arañas tienen las patas muy largas y los sonidos son incomprensibles, pero no menos reales. Como el que hace Bárbara al chupar el tubo enroscado, la mayonesa untando sus dientes girados.

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