Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Begona Quesada

Los otros: Frente a la madriguera

Me lo encontré de frente al entrar en el pasillo de las conservas, leyendo la etiqueta de una lata de gulasch. Llevaba un anorak naranja con piel en la capucha, caro, demasiado grueso para el mediodía de esta primavera repentina de Múnich. La mitad de su cabeza tenía un pelo gris aplastado, como si hubiese dormido sobre ese lado, pero la otra mitad irradiaba hacia el espacio exterior, cual corona de la Estatua de la Libertad.

Acercó la lata a su mascarilla. Yo buscaba unos botecitos pequeños, azules con letras blancas, de leche de coco. Tenía capricho por una determinada receta de arroz.

En este confinamiento en el que tanto está fuera del alcance (familia, amigos, teatro, cafetería, tiendas, museos, cine, restaurantes, viajes), el supermercado es para mí lo más parecido a un parque de atracciones. Puedo emplear veinte minutos en la leche de coco, como quien busca un determinado cuadro en el Prado.

Di un paso al frente. El hombre podía ser prueba de mi teoría: la octava ola de esta pandemia va a ser la psiquiátrica. La de todas esas personas que, agarradas con una mano al borde de la realidad, terminan precipitándose al vacío infinito de sus acantilados interiores porque la soledad fuerza sus dedos. Los vemos en el metro, a través del patio o cuando fumando en el balcón oteamos otro apartamento, pero elegimos ignorarlos.

Unos pocos salen en los titulares: esa pérdida de contacto con la realidad les empuja a realizar actos violentos. La mayoría se derrumba mientras alarga las horas que pasa en la cama o le quita la comida al gato y desata cabelleras como la de mi compañero de pasillo.

¿No he dado yo también un paso hacia el precipicio al ser capaz de montar un escándalo porque las aceitunas están rellenas de pimiento, no de ajo? ¿Al emplear diez minutos en leerme (y traducir) todos los ingredientes del pan tostado? ¿Al valorar las ventajas de la mermelada de grosella frente a la de frambuesa (o era zarzamora)? ¿Al aceptar volver a comprar toda mi fruta emplasticada?

El hombre alejó la lata todo lo que daba su brazo y se levantó las gafas. Eran unos anteojos de montura negra, modernos, gruesos. Sus ojos reales eran más parecidos a los de un erizo que a los de una lechuza. No conseguía enfocar sobre la etiqueta. Me di cuenta de que bajo el anorak llevaba una camisa azul abrochada hasta el cuello, abrupta sobre un pantalón de chándal gris. Su ropa parecía elegida por decantación, cualquier cosa que cayera del armario.

Hice ademán de acercarme por si podía ayudar. Además, bloqueaba la balda donde yo estaba segura que se escondía la leche de coco.

De repente, una mano gaseosa y fétida se aferró a mi cara, metió los dedos por mi nariz y palpó mi garganta con sus yemas arcillosas. El hombre olía fatal. Percibí los arcos ocres de su camisa, el cuenco negro de las orejas, las manchas de aceite y que una uña marrón seguía la línea de la etiqueta, escrita en una letra, sí, lo siento, demasiado pequeña para mí también.

Regresé sobre mis pasos, abrí la compuerta de los congelados y metí la cabeza sobre las cajas de guisantes buscando oxigeno entre el hielo.

Entonces me di cuenta.

El tipo del anorak naranja solía cruzar el semáforo frente al supermercado, lo había visto antes, a veces con una bici plateada de caballero y un gato en la cesta, a veces con un maletín, a veces con una raqueta de tenis. En invierno llevaba esa pelambrera bajo un gorro con la banderita noruega. ¿Cómo había pasado de oficinista aseado, incluso deportista, a rebozado de costras?

Mi parte periodística me llevó a buscar datos, intentando verificar lo que venía sospechando entre las estanterías de pasta, huevos y verduras, donde de un tiempo a esta parte me encuentro más personajes curiosos.

Según la Fundación alemana contra la Depresión, las personas con esta enfermedad diagnosticada que reconocen haber empeorado con la pandemia ha pasado del 17 por ciento en diciembre de 2020 a casi el cincuenta por ciento tres meses después. Es decir, una de cada dos personas con depresión reconoce que desde el inicio de la pandemia está más dentro del túnel. Y esto es solo los depresivos.

Decidí cambiar la leche de coco por el curri, que, por cierto, aún tengo en casa, vámonos, salgamos de aquí, y dirigirme a la caja. Me entraron unas ganas tremendas de salir a la superficie y aprovechar el sol que hubiese, el que fuera, bajo, barítono o tenor. Y me prometí buscar más datos y escribir sobre ello.

Hey you,
¿nos brindas un café?