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Alvise Calderón Berra - viceversa magazine
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Los nuevos trovadores del narcos

En el México del narco, estructurado en capas que semejan a reinados de cortes europeas, el Rey, en este caso el capo, vive secundado por “hombres que luchaban por él, las mujeres parían para él, a las que protegía y regalaba, y cada cual en el reino, tenía por su gracia un lugar preciso”. De análoga forma podemos definir las estructuras feudalizadas del crimen organizado en México: camarilla compuestas por cortesanos, hacendados, financieros, artistas y campesinos. Y, desde luego, no podía faltar la figura del trovador, aquel que con loas, narraban las proezas alcanzadas en batalla, o difundía las noticias a los cuatro puntos cardinales del reino.

El cantante del narcocorrido se ha vuelto una especie de heraldo de la realidad contemporánea mexicana, definida por el próximo presidente López Obrador, como la de un país en “bancarrota”, en términos sociales, morales y económicos en el cual se contabilizan más de treinta músicos asesinados, 11 periodistas en lo que va del año y el número de muertos ha rebasado la capacidad de las morgues que hay en los SEMEFOS. En un panorama para los jóvenes que, económicamente, pone muros más altos en nuestra patria que el que propone Trump en la frontera, los únicos valores que pueden sobrevivir resultarían ser la presunción de las proezas para salir de la pobreza, las conquistas amatorias y monetarias, acompañadas de un fuerte sentido de individualismo.

Durante los años previos a la “guerra contra el narcotráfico” ser trovador del narco no resultaba ser un oficio de alto riesgo, tomando en cuenta que los “liderazgos legendarios”, antiguos reyes, “ya derrumbados actualmente y los principales cárteles son más bien hoy en día confederaciones de bandas salvajes y feudalizadas en permanente lucha entre si”, apoderándonos de la frase de Zepeda Pettersen.

Se dice que fueron “Los Tigres del Norte” los iniciadores del narcocorrido, un género que nació de un romance híbrido entre México y Estados Unidos. Para ser mexicano no sólo es necesario aprenderse la primera estrofa del himno, ni profesar un amor incondicional a los tacos. Hay algo más: tenemos un pariente buscando el sueño americano. Treinta millones de “mexas”, decidieron buscar fortuna como los italianos o irlandeses. Se dice que Los Tigres del Norte, antes de convertirse en tigres, fueron llamados The Little Tiger y posteriormente “of the north”. Bautizados así por un agente de migración, que por su aspecto juvenil y su singular bigote delineado en sus labios, semejaban a actores del cine de oro mexicano.

Estos creadores hicieron escuela, generaron y renovaron un estilo que había emergido en los tiempos de la Revolución a la que incluyeron las bondades y la potencia de los instrumentos eléctricos. Así en 1989 grabaron el disco: “Corridos prohibidos”. Estos cinco integrantes saltaron a la fama gracias a los mecanismos de prohibición impuestos por el Estado mexicano. El grupo, oriundo de Sinaloa, decidió hacer lo que los trovadores del siglo XIV en Europa: narrar las historias, los gustos y las hazañas amatorias o monetarias de los “bandoleros” de la tercera generación. Y como los trovadores viven gracias al mecenazgo y su destreza artística. Sus narrativas sitúan los dos universales del hombre: el amor y la muerte.

Esta banda que tiene más de 29 discos de estudio y cincuenta discos de oro por sus ventas impuso un género que cuarenta años después sería el más escuchado en la radio. ¿Sería aventurado decir que el auge de los narcocorridos, se asemeja al puente de la historia de la Carabina treinta treinta de los años de la revolución? ¿Qué significa que un grupo con vínculos artísticos con narcotraficantes sea galardonado con la presea Melchor Ocampo, en compañía de senadores y la presencia del mismo gobernador del estado de Michoacán Silvano Aureoles?

¿Como entender mejor el narcocorrido que con un narco?

En compañía del Mandadero, así llamado por sus camaradas cercanos del bando de Los Aztecas, decido reunirme en un espacio público, frecuentado por jóvenes y rodeado de billares, una cadena estadunidense más donde los hábitos alimenticios no son aptos para un sujeto que practique una dieta baja en carbohidratos. El menú está compuesto por papas a la francesa, alitas de pollo con salsa barbecue, dedos de queso empanizados y los denominados misiles, que no son otra cosa que un contenedor o tubo de plástico para introducir 5 litros de cerveza. El Mandadero se sienta y comienza a narrar las desventuras de los músicos a quienes el narco impuso en la cima de su éxito, “pero que como les dio, también les quitó”. El Mandadero no tiene mas de 30 años, su temperamento demuestra que es de aquellas personas que no duda, actúa. Siendo de paciencia corta y de puño ligero, aparte de amante de los narcocorridos, cumple con los cánones típicos de los imaginarios impuestos: mujeriego, amante de las armas, machista, celoso y de buen pulso a la hora de sostener la copa. El Mandadero, es un gran escucha de los narcocorridos y dice que para entender al éxito del narcocorrido hay que escuchar a Juan Rivera y su canción “Producto de Sociedad”, que desde la primera estrofas dice: “Sin futuro cada día era más duro y del hambre me cansé / El gobierno no me dio esperanza del vandalismo me integré al cartel”.

De igual forma Salvatore Riina, llamado por sus amigos “u cutu”, que en español sería “El Corto”, considerando su metro cincuenta y ocho de altura, entendía que la mafia necesitaba un lado ideológico que involucrase a la gente, y al mismo tiempo generase un sentido de pertenencia, de identidad al grupo, al feudo. Riina, nacido en Nápoles, promovió la música originaria, conocida como neo melódica. Los “parolieri”, los encargados de contar las historias provenían de sectores sociales bajos, gente del quartiere, gente del barrio. Son historias en las que converge un claro sentido de identidad de clase que cuentan de crímenes ocurridos en la ciudad, sujetos caídos en desgracia por las drogas, historias de la mafia.

Como explica el Mandadero, existe una especie de rasgo de carácter en los capos, este vicio son los celos. No les gusta compartir el mecenazgo con otros capos y menos si estos son rivales. Es el caso de Alfredito Olivas, quien podría pasar como el Mozart del narcocorrido y a sus 23 años ya contaba con un acervo de 1000 canciones. O de Valentín Elizalde, conocido como El Gallo de Oro, a quien el “soltar la sopa y decirte para que cartel trabajaba” en su famoso corrido “para mis enemigos”, le valió la vida y la de su chofer. Se podría también citar el caso del Shaka, Sergio Vega, “quien por estar cantando una rola romántica a la querida del evento del capo” fue asesinado en medio de la carretera. El Mandadero termina diciendo: “Los músicos se pasan de lanza”. Será cierto o no que los músicos no defienden la monogamia, pero la moraleja es que el narco no acepta relaciones que no sean endógamas con sus trabajadores. El señor feudal parece ser el único que dicta no solo su contrato para laborar, sino también su acto de defunción en la vida.

Aún quedan muchas dudas y hasta ahora ningún caso ha sido resuelto. Inclusive el caso más sonado de los últimos años, el de la Diva de la Banda, Jenny Rivera, para muchos la encarnación en cuerpo en mujer de Juan Gabriel. Tres veces casada, 22 millones de discos vendidos y un ex marido en la cárcel, imputado por trafico de drogas. ¿Pero cómo explicar el éxito de esta cantante, de la que se han producido ya tres series de televisión? Según el periodista Álvaro Cueva, “Jenny es la heroína perfecta para la audiencia de hoy. Una mujer de talentos pero imperfecta, que alcanzó la cima sin dejar de llorar”. No hay duda de la evidente tendencia al lagrimeo por parte de la cantante. La cual en su último concierto en la Arena Monterrey tras concluir la canción Paloma Negra, se pasó la mano en las mejillas para secarse las lagrimas. Cuando del público se escuchó una voz masculina que gritó: “Hoy la matan”.

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