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Los nombres de Chacao

A la salida de mi centro de votación de inquietante, por inusual, eficiencia sueca, me esperaba el cielo azul diciembre, cobalto color de luz. Nitidez de trópico, siluetas y contornos exactos, no se puede ver mejor que bajo este sol, intermitente por la gracia de las curvas de las nubes blanquísimas y regordetas, que tamizan el calor e imponen un ritmo al caminar que parece fiesta. Por eso es que las caderas se mueven más a la altura del Ecuador. Me lanzo calle abajo, por las calles del Chacao de mi infancia, conjuro de mi historia personal. Reconozco los nombres de siempre, que resuenan en mi recuerdo adosados a algunos rostros y andanzas, picardías y olvidos que me habitan como fantasmas, nombres de país, territorio conocido, geografía del sitio que me vio crecer, Mata de Coco, Ávila, Los Chaguaramos… historia desde mis libros de primaria vuelta calle Páez de mi abuelita, Sucre, Cecilio Acosta, Urdaneta, Bolívar y Miranda que nunca faltan, hasta llegar a la Plaza el Indio… el Indio Chacao. Los letreros de quincallas son evocación de los inmigrantes que lo hicieron posible, Castilla, Casa de Campo, Venezia, Pulpo Gallego, Danubio… aun puedo escuchar el español con sonido italiano del señor de las pastas, o la salsa de tomate irrepetible de la vecina de arriba, el portugués del abasto que no daba fiao, el chino de la lavandería que animaba nuestras burlas de niños… pero me empiezo a perder en el reconocimiento de un presente de boulevard Arturo Uslar Pietri y Eugenio Mendoza más recientes… hasta que me tropiezo con un presente que se escribe en inglés, de espaldas al que habita el lugar, indolencia de revolución que se niega, ido de las manos el Cup Café, Burger King, Kepekn Tea & Salads, Vintage Bar Club, Whiskey Bar, Yayus Tex Mex & Grill, Chery, anónimos, ciertamente un tropiezo.

En La Plaza Bolívar, Bolívar distante, metálico y a caballo, y mucha gente que no descansa en democracia que insiste, cola, cachucha y sonrisas comedidas en el pretendido civismo que concierne a la apuesta electoral que es privada de cada quien pero que teñida de esperanza, se le nota a todos. Los niños juegan en la plaza a la ere que se sigue corriendo igual, gente mayor que lee periódicos breves entre vecinos, pocos rubios a no ser por los tintes, nadie habla de política. Frescor de plaza de mi tierra que me devuelve la fe aún más cuando rodeada de gente con el meñique manchado de la tinta indeleble que es lo que queda una vez cumplido el derecho al voto, y luego esperar los resultados, cada calabaza en su casa.

Entrada la tarde, era difícil enterarse de lo que pasaba afuera del hogar de cada quien. Los canales de televisión tomados por un pensamiento único, sesgado y miedoso, propaganda o censura antes de la censura. Las redes sociales eran el único recurso, el live stream alternativo a pesar del Internet, intermitente también como la luz y la sombra, tampoco trascendía las entrevistas lloviendo sobre mojado… se entiende que nadie estaba autorizado a decir lo que sucedía o presentía, hasta la media noche de los resultados.

Una larga espera sin aspavientos, a pesar de los rumores que ya son costumbre en la cultura nacional del descrédito y la alerta inducida. El sueño empezaba a vencer la silenciada esperanza de obtener resultados distintos o parecidos más bien a las encuestas. Como si nadie se quisiera exponer una vez más a la alegría anticipada: llevamos muchos pollos contados antes de nacer que nunca vieron luz. 20 elecciones fraguadas en confusión, sospecha cuando no frustración. Pero nadie se durmió: los chistes nos mantuvieron despiertos.

Más de seis horas de espera de resultados electorales, a pesar de la recalcada tecnología de punta irrefutable, estuvieron animadas por chistes de todo tipo, audio, fotos, memes, photoshop al segundo, esmero del buen humor del venezolano de siempre que no claudica y que todo lo salpica. Humor que nos permea y hace bellos. Capacidad de reírnos hasta la carcajada aunque a solas, aunque presos de la angustia que produce el desconcierto de bailar en un tucero. Tan bien entrenados en vivir en la incertidumbre y la falta de garantías, en la inseguridad del no poder, el humor es el recurso que expresa la inteligencia que produjo la menor abstención de nuestra historia. Luego de votar, pasamos más de seis horas riéndonos.

Y tirando flechas, como el indio Chacao. Porque los asuntos del poder se dirimen en instancias que son difíciles de comprender para nosotros comunes y mortales víctimas de ese mismo poder. Arenas movedizas, que si las Fuerzas Armadas, que si el CNE, que si el pueblo, que si la guerra económica, que si es embuste, que si el 4 de febrero… arena se decía Chacau, en ese recodo del Valle de Caracas, donde tenía sus dominios una tribu Caribe bajo la jefatura del Cacique Chacao, a quien los conquistadores españoles temían y respetaban por valiente, generoso e implacable. De allí el nombre del municipio, del lugar donde murió el valiente cacique defendiendo sus dominios del ataque español, del lugar donde pasé mi infancia y votamos muchos el 6 de diciembre, también valientes, generosos e implacables.

Amanecerá y veremos.

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