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Los millennials y la gentrificación

Del otro lado del teléfono se escuchaba una voz de mujer mayor, de esas que te regañan si tocas las galletas antes del momento debido.

– Buenas noches, hablo por el departamento que tienen en renta en el centro.
– Buenas noches, ¿arquitecta? ¿licenciada?
– De hecho tengo Maestría y soy profesora.
– ¡Muy bien! Es que me gusta llamar a la gente por su profesión.

El proceso de selección de inquilinos ya se había iniciado en el primer cruce de palabras y aún no nos conocíamos, no conocía el departamento ni el costo de renta del mismo, sólo la ubicación y algunas referencias de conocidos. Ella buscaba, con esa amable pregunta, no sólo saber mi nivel de estudios, sino mi profesión. Más tarde nos daríamos cuenta por qué.

Acordamos la visita al día siguiente por la tarde. El departamento está en la zona del centro histórico de la Ciudad de México a un par de cuadras de la Alameda Central y unas más del Palacio de Bellas Artes. Nos bajamos de la estación del metro Juárez y caminamos unos metros hacia el sur. Doblamos en la esquina hacia el oriente, un grupo de jóvenes estaba comiendo y drogándose a las faldas de un local de pizzas. Nos ignoraron por completo.

Caminamos unos metros más. La planta baja de gran parte de los edificios en la cuadra era de comercio de artículos de iluminación y partes de electrónicos. Estaban en proceso de cerrar y había movimiento típico de zona de comercios. Al llegar llamamos a la casera y bajó a recibirnos. El edificio estaba a penas iluminado a pesar que aún era de día. No servía el elevador y subimos por las escaleras hasta el piso 4. El departamento se encontraba en muy buen estado, no era una maravilla pues su ubicación no le permitía tener buena iluminación, pero era totalmente habitable y, aunque no era lo que buscábamos, agradable.

La casera, luego de darnos un tour por el departamento, resaltar la belleza de los acabados de los clósets, la versatilidad del baño con doble acceso, de por qué no se permitían mascotas y la vista al Hotel Metropol, comenzó a hablarnos de los inquilinos: “Sólo tengo artistas. Pintores, músicos, diseñadores, arquitectos… No sé qué hacen ustedes”, balbuceamos un poco sin responder claramente, pero dijimos que sí. ¿A qué? No sé, pero pareció estar satisfecha.

Salimos del edificio. Había un silencio un poco inquietante en los pasillos, en el segundo piso uno de los focos titilaba y de fondo sólo lograba escuchar fragmentos de frases de la casera mientras bajábamos las escaleras: “…todos son artistas”, “…todos son solteros”, “…por eso es todo tranquilo”. Nos retiramos. No estábamos interesados y Rita, nuestra gata, se convirtió en pretexto para darle las gracias y retirarnos.

***

El sueño estereotípico de los treintones unas décadas atrás era el de la estabilidad laboral, formar una familia y una casa con espacio para guardar el auto, si se pudiese mejor en plural. Este imaginario, reproducción del cine, y la propia publicidad inmobiliaria vinculada al suburbio norteamericano, fue introducido en México incluso cuando la periferia de las ciudades mexicanas y latinoamericanas ha estado mayoritariamente marcadas por asentamientos informales. Por otro lado, los “millennials”, están en otro ritmo. Quienes nos describen, nos categorizan como arrogantes, flojos, dependientes de la tecnología y sin rumbo. Algo parcialmente cierto, pero demasiado genérico para referirse a una generación también diversa. Lo único concreto es que el perfil demográfico ha cambiado –especialmente para el sector de ingresos medios y altos, pues las clases bajas en México siguen teniendo altas tasas de natalidad-, la reproducción y el matrimonio son algo que está llegando más tardíamente (si es que llegan) y ello provoca que las necesidades de habitación y consumo sean distintas.

Los metros cuadrados de vivienda dejaron de ser el factor más importante y han sido desplazado por el de la ubicación. Es decir, un joven de clase media con estudios universitarios tenderá a habitar en menos metros cuadrados con tal de vivir en la zona con mejor acceso a la ciudad. Sí, muchos preferimos vivir en una habitación en departamento compartido en colonias centrales por 300 dólares mensuales, que en un departamento de 70 metros cuadrados al oriente de la ciudad por el mismo costo. La modalidad de renta, además, permite flexibilidad por si nos mudamos con nuestra pareja o decidimos vivir en otra ciudad o país, o devolvernos a casa de nuestros padres si todo sale mal (esto último es muy mexicano).

Además de las transformaciones demográficas otros factores han provocado que el regreso a la ciudad central sea cada vez más notorio. La vida en la periferia, con casas para la familia nuclear –incluyendo al perro- dejaron de ser factibles en relación con el alza de la motorización de esta ciudad. El aumento de las horas en transporte provocó que las zonas centrales comenzaran a volverse atractivas para esos que llaman millennials (aunque el fenómeno ocurrió un poco antes) y, ante la demanda, aumentaran de costo.

Este fenómeno de repoblar las zonas centrales suena bien: atracción de población económicamente activa, mayor derrame económico y ciudadanos con mejor acceso a servicios en el sector. Pero, como toda ciudad con sistema neoliberal instaurado, la realidad no ha sido tan positiva para todos. Lo que provocó la nueva demanda de las zonas centrales en CDMX fue el alza del costo y esto, a su vez, la expulsión de habitantes de menores ingresos de algunas zonas de la ciudad, es decir, gentrificación. Además de limitar el acceso a la ciudad a las clases bajas y continuarlas segregando en la periferia de la ciudad (especialmente al sector oriente), aumentando la marginación de la ciudad y disminuyendo su posibilidad de acceder a una mejor calidad de vida.

Entonces sí, los millennials (léase jóvenes de clase media y alta en la ciudad) tenemos algo que ver con la transformación de la ciudad, pero no es nuestro ímpetu transformador, sino que la participación de las dinámicas de mercado y las normativas y políticas públicas de parte del Estado juegan un rol facilitador y promotor de la dinámica y, como parte de un sistema, provocan y reproducen dinámicas de segregación y expulsión marginando a los de siempre. Algo que ya ha estado sucediendo, incluso antes de que los millennials tuviéramos necesidad de salir del hogar de nuestros padres, sólo que en esta generación, caracterizada por el hiperconsumo, este fenómeno se ha intensificado.

El diálogo de la casera del departamento del centro histórico sobre la insistencia de sus inquilinos artistas y creativos refiere a los términos de la gentrificación tradicional; ella, con su discurso, juega un rol importante en ese proceso y nosotros, de haber aceptado, también habríamos sido partícipes. No fuimos, pero alguien más lo hará.

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