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Los mapas

a Patricia Valladares

Todos hemos visto alguna vez el mapa del mundo, de un país, un territorio pequeño, todos hemos visto las divisiones políticas o las degradaciones de color de los mapas físicos. Sabemos guiarnos por las líneas que los recorren casi totalmente, las arterias viales que nos indican la manera más expedita para trasladarnos por una zona; mapas pálidos, mapas con hematomas, mapas varicosos.  Otros, además, cuentan con indicaciones varias que muestran una figura a escala de algún sitio de interés turístico o algún monumento histórico. Un mapa es una hoja impresa que ilustra, a escala, la disposición y ordenamiento de un área, y así guiarnos a través de sus distintos caminos, sus posibilidades, o bien ubicarnos en el plano para hacer conscientes los recorridos.

Pero éste no es el único mapa que existe; hay otro mapa más cercano, un mapa particular, que seguramente nos determinará de manera más profunda. Es un mapa que subyace a otros mapas; un plano afectivo, sentimental, que la memoria dibuja y desdibuja constantemente, estableciendo una especie de morfología de la ciudad habitada, visitada o imaginada. Estos trazos geográficos estarán elaborados a partir de hechos relevantes y significativos que han sobrevenido en algún punto de ese lugar, los cuales representarían verdaderos sitios históricos, lugares cargados de significación afectiva natural, no como la de la mayoría de los sitios de interés que aparecen en los folletos de viaje.  Hablo de una calle, de un parque, hablo de la casa en la que se ha nacido, en la que algún hecho ha quedado sembrado como un árbol. Es una geografía paralela y subjetiva que se forma por nuestro alumbramiento sobre el espacio, una proyección de nosotros en el entorno virgen; una prueba de cómo la interioridad del individuo se despliega sobre el lugar en el que vive, de cómo el individuo se apropia de lo que le circunda.

Tanto repercute este otro mapa, esta topografía original, estos surcos labrados por la memoria en el aire, que inclusive cuando el olvido ha manoseado estas cartas y las líneas trazadas en otro tiempo se vuelven ya casi invisibles, nuestro recorrido se ve afectado por alguna sensación que en ese momento pasa por indefinida. La memoria aún guarda resonancias.

La configuración que los individuos hacen de los lugares viene dada por la existencia de elementos de origen disímil. En ese ordenamiento interviene una conjunción de fragmentos de otros tiempos y de otros espacios, los cuales se funden de manera constante en nuestro presente espacio-temporal.

Mi ciudad está construida de fragmentos de otras ciudades visitadas o leídas, está construida con recuerdos y deseos, formando un todo que se homogeneiza y que siempre está en movimiento. Mi ciudad está modelada por la memoria, primeramente, por mi relación presente con ella y, también, por lo deseado, por mi voluntad de intervenirla. Esta labor cartográfica tiene la forma de la trama y la urdimbre, un tejido hecho con materiales heterogéneos.

Es una ciudad encima de otra ciudad encima de otra ciudad…, como un palimpsesto, no sólo en el sentido literario sino también arqueológico. Para la arqueología, un palimpsesto es una hibridación de elementos de diversos tiempos fosilizados en un mismo espacio, haciendo difícil la ubicación temporal de dichos elementos. Así son las ciudades: indefinibles, inabarcables, informes; menguadas o expandidas por la manipulación humana, manipulación imaginaria, literaria. Yo me derramo sobre la ciudad en la que habito. Me derramo también sobre la ciudad imaginada, aquella que aún no conozco personalmente, de la cual sólo hemos visto ciertas imágenes o escuchado algunas descripciones. Me derramo, incluso, en estos nuevos artefactos cartográficos digitales que son como mapas infinitos, vertiginosos, que juegan con la ilusión fractal de irse acercando interminablemente hacia un punto minúsculo del planeta, hasta llegar al punto de vista que tiene un insecto. Incluso en esas formas de acercamiento tan sedentarias se van llenando de contenido los lugares, con sus nombres y formas, su disposición, sus tonos.

Por lo tanto, puede haber tantos mapas como personas como habitantes del mundo. Una ciudad puede tener encima tres millones de ciudades; tres millones de personas que elaboran un esbozo de su mapa, plano sensible, proyectado en una superficie llana desde las protuberancias, esfericidades e irregularidades de nuestras tierras interiores.

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