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Los malos secuestran a las esposas

Apenas son las cinco de la tarde y aún el murmullo de los escritores que suele subir el volumen hacia la medianoche -en los días en que ocurre la Feria del Libro de Frankfurt- en el bar mitológico del hotel Frankfurter Hof no se siente. Se agitan, sí, los soldados de un batallón invisible y marcial: cinco mesoneros y tres barman encargados de que todo fluya sin sobresaltos.

La postal parece de otra época, que hubiera encandilado a Truman Capote. Un bar clásico y elegante, con la respiración educada de las buenas familias. El champagne es moneda corriente en un día normal de feria, donde se cierran transacciones millonarias por derechos de autor.

Abramos un paréntesis para referir el entorno. La Feria del Libro de Frankfurt recibe 280 mil participantes, entre hombres y mujeres del negocio y público general. Vienen de 130 países. Una comunidad en online de 3000 contribuyentes entre autores, editores, blogueros y gente común. Ocurren 4000 actividades por año, cerca de 80 por hora. Y el Centro de Negocios de la feria es visitado por 3200 personas de 48 países. Hay 10 mil periodistas acreditados. Cerremos el paréntesis.

Volvamos al bar del hotel Frankfurter Hof. Una mujer elegante, vestida de rojo, reserva dos puestos y pide una cerveza y un whisky. Traen las bebidas y dos botellas cortas de boca ancha con almendras y maní recubierto con wasabi. A los pocos minutos aparece un hombre de estatura mediana, con barba. Jovial, agradable, inquieto.

Detrás de la barra y de los barman, muy cerca de botellas de diferentes alcoholes, hay libros. Uno de Robert Allen Zimmerman, más conocido y polemizado desde hace días como Bob Dylan. Hay otro, con un señor en la tapa que se parece demasiado al hombre de barba que acompaña a la mujer de rojo. De hecho, la dama se para y le explica al jefe de la barra que a ellos les encantaría tomarse una foto donde aparezcan los libros atrás. Los complacen.

En ese momento el bar ha comprendido que allí se encuentra una de las estrellas de la feria del Libro de Frankfurt, el periodista turco Can Dundar (editor en jefe del periódico Camhurriyet), poco conocido hasta julio pasado, cuando reveló que el servicio secreto de Erdogan (es decir, de su país) le vendía armas al gobierno de Siria. Por haber dicho la verdad, fue condenado a seis años de cárcel, acusado de espionaje y traición.

Gracias a la presión internacional, Can Dundar apenas pasó tres meses entre rejas y ahora está en Frankfurt, porque presenta su libro Sentencia de por vida por una verdad. Notas desde la prisión. Editado por Hoffman und Campe. Y además ha sido entrevistado a sala llena por el periodista Christoph Amend, en los espacios del diario Die Zeit.

Dundar publicó unas líneas en Index on Censorship, ONG en Londres que pelea por la libertad de expresión. Allí relató como fue que la gente del gobierno de Erdogan lo llamó igual que suele llamar la mafia en las películas cuando han secuestrado a la esposa del protagonista. “Tenemos a tu esposa. Regresa o la desaparecemos’’. En setiembre pasado el pasaporte de su esposa fue retenido cuando viajaba hacia Berlín.

No la acusaron de nada. No había razón legítima para retener sus documentos. Pero lo hicieron. Así como han encarcelado a cuarenta mil ciudadanos. Y ochenta mil trabajadores han sido despedidos por protestar. Docenas de periodistas han sido arrestados. Y cerca de cien medios han sido censurados.

Lo interesante es como termina la película que narra la vida de Can Dundar. Los mafiosos al final son encarcelados o mueren queriendo escapar. Los presos salen de la cárcel. Y las familias se reúnen otra vez. Para celebrar la caída de un dictador y el regreso de la libertad, la democracia y la justicia. Conocen la película, verdad?

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