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Los coreógrafos del musical II. Jerome Robbins

 

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En El violinista sobre el tejado (1964 en Broadway y 1971 en cine) hay una boda, la de la hija mayor de Tevye, Tzeitel, con Motel, un joven sastre, en el pueblo de Anatevka en la antigua Rusia prerrevolucionaria y zarista. En esta boda se caldean los humores entre cristianos ortodoxos y judíos, pero antes, y como víspera del conflicto, se celebra. Se baila. Los hombres con los brazos abiertos se apoyan en los hombros de los demás formando una fila y dan pasos cadenciosos cruzando una pierna por delante de la otra y marcando el límite del desplazamiento poniendo el talón contra el suelo. Un grupo se hace con botellas que colocan sobre sus cabezas en perfecto equilibrio y danza al ritmo de los aplausos, marcándolo con los pies y alzando los brazos con las palmas hacia delante. En fila de nuevo, descienden hasta arrodillarse con la botella aún en equilibrio sin valerse de los brazos que, ocupados sujetando los hombros de los bailarines a los lados, ayudan con el balance necesario para semejante hazaña. Una vez de rodillas levantan la pierna izquierda extendida como dando una zancada, y arrastran la rodilla de la pierna derecha y el cuerpo hacia ese pie izquierdo, y luego a la derecha, como si caminaran, solo que medio metro por debajo de su altura. Las botas que levantan el polvo, la fila de hombres sujetos, las botellas apoyadas en sus cabezas. Cuando se ponen de pie se deshacen de las botellas y danzan al ritmo que se ha acelerado creando una suerte de cima que indica que el número está por terminar, y que el conflicto se acerca. Un número fuerte, alegre, lleno de orgullo, jovialidad y arrojo.

 

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Jerome Robbins (1918-1998), neoyorquino, judío, hijo de inmigrantes rusos, es uno de los coreógrafos más importantes del cine y el teatro, ganador de incontables premios Tony, Emmy y de la Academia. Hizo coreografías inspiradas en el mejor bailarín del mundo, el señor Fred Astaire, y también para el segundo mejor del mundo, el ruso Mijaíl Baryshnikov. Robbins podía coreografiar desde bailes de salón y tap hasta el ballet clásico y las danzas rusas tradicionales.

Parece ser que Robbins al igual que Astaire estaba obsesionado con ensayar. En los ensayos para el número Cool en West Side Story (1961, Robert Wise, Jerome Robbins) se dice que los actores se desmayaban tras jornadas interminables de trabajo sin descanso en las que Robbins pedía no menos que la perfección en cada movimiento. No se trataba de una coreografía con desplazamientos y extensiones caprichosas: Robbins prefería que los bailarines a su cargo fuesen actores porque sabía que en una coreografía ideal el movimiento debe crearse a partir de la psicología del personaje. Así es como en 1989 para el espectáculo conmemorativo Jerome Robbins’ Broadway hace llamar al actor de Seinfeld Jason Alexander, quien si bien es actor de Broadway, y por ello canta y baila, no parecía encajar en dicha gala. Alexander cuenta en una entrevista que fue a ver a Robbins para decirle que él no tenía las aptitudes que él requerirá en cuanto a danza, ¿qué podría hacer él allí si es un actor? “Es por eso por lo que te he llamado”, fue la respuesta de Robbins.

 

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En West Side Story el prólogo presenta en la ciudad de Nueva York un sector de un barrio marcado por una pandilla de hijos de inmigrantes europeos, los Jets, y otro sector del mismo barrio marcado por otra pandilla, los Sharks, puertorriqueños. En las canchas, en las tiendas, miembros de los Jets se encuentran con los Sharks y se intimidan, se azuzan, una y otra vez. Se separan, un grupo toma otra calle para seguir su camino hasta que vuelven a encontrarse, hacerse mofa y amenazarse, a manera de presentar no solo a los protagonistas (que lo son siendo antagonistas) sino las diferencias que marcan el conflicto en el que viven. No hay diálogos. Solo danza. Dice Roger Ebert que este musical no es grande por el tratamiento que se le da a los conflictos sociales en la trama, ni siquiera por la actuación de los protagónicos Maria y Tony: lo que lo hace digno de estar en su selección de las grandes películas es la majestuosidad de su música (del compositor Leonard Bernstein) y el ímpetu de su coreografía. Aunque quedó fuera del proyecto antes de ser concluida la película, Robbins ya había logrado que los bailarines aprendiesen lo que se pretendía, de manera que aparece en los créditos como director junto a Wise, montador de Ciudadano Kane.

Baryshnikov resalta la importancia de Robbins para el ballet en una entrevista concedida a Apollinaire Scherr para Newsday. Conversa acerca del encanto que sentía Jerry por los brazos de la bailarina Natasha Marakova y sobre sus fuertes influencias de bailes rusos en la coreografía Other Dances (1976) la cual hizo para ambos bailarines. También recuerda que recién llegado de la Unión Soviética a los Estados Unidos ya conocía el trabajo de Robbins, y resalta que a los 26 años este ya había coreografiado On The Town para Broadway, la misma que sería llevada al cine en 1949 por Stanley Donen y Gene Kelly. La admiración del bailarín ruso por el coreógrafo de El rey y yo (1956, Walter Lang) se hizo aún más evidente cuando en el Baryshnikov Arts Center en Manhattan se inauguró el Teatro Jerome Robbins.

 

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Robbins, un excomunista homosexual, fue delator durante el macartismo para evitar que su relación con el actor Montgomery Clift se hiciese pública. Su vida parece tan variada como su obra: hizo piezas sin música (Moves, 1959), casi sin movimiento (Watermill, 1972), comedia, y números abstractos que podían combinar el ballet más académico con bailes populares de calle. Mirar las coreografías de Robbins podría suponer un recorrido por la historia de la danza. Como la botella sobre las cabezas de los asistentes de la boda de Tzeitel y Motel, Robbins pareció equilibrar sus conflictos personales manteniéndose en movimiento.

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