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Ana Carolina de jesus
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Los caprichos de Blade Runner

Harrison Ford estaba molesto. Caminaba por el set, sacudía las manos, sin importar que sus gritos los escuchara el equipo técnico. “¡No puedo estar filmando esta película por siempre!”, exclamó él. “Eres un actor, se te paga para que digas tus líneas, no para entender mi trabajo”, contestó Ridley Scott.

Para ese momento, Ford era reconocido gracias a Star Wars y había terminado de filmar Indiana Jones: raiders of the lost ark. Pero estaba amarrado a Blade Runner y no se sentía a gusto. En el set, ante la respuesta de Scott, Ford se echó a reir. “¿Entender tu trabajo? ¡Es que ni tú entiendes esta basura!”. Lanzó el guion a Scott.

Ford interpretaba a Rick Deckard, un detective que debía retirar a un replicante en un futuro catastrófico del año 2019. Pero el actor se quejaba que los constantes cambios del guion hacían ver a su personaje como un vago y no un investigador, sin un propósito para la historia. Buscaba un rol dramático y Blade Runner no se lo daba. Aunado al arrepentimiento por haber firmado el contrato, necesitaba un milagro para no truncar su carrera.

Ridley Scott atrapó el guion. Mientras Ford señalaba que era la última vez que trabajaba con él; Scott miraba a su alrededor. Era un director joven en tierra extranjera. Añoraba su país y a su equipo que obedecía sus instrucciones, reprochaba a los americanos que no lo tomaban en serio. Estaba cansado de la presión de los productores, quienes insistían en un final feliz a su visión sombría. Scott reconocía que Blade Runner podía sepultar el nombre que estaba construyendo gracias a Alien. Y también reconocía que detestaba con toda su alma a Harrison Ford y se arrepentía de haberlo buscado para el proyecto.

Lo que ambos no sabían es que los arropó la crisis de identidad, tema central de la película. Luchaban con sus propias expectativas y ante el asomo del fracaso, sentían dudas de no poder ser lo que tanto anhelaban: la gloria y un nombre. Todos hemos pasado por una crisis de identidad. La adolescencia es la etapa del hombre donde esto se manifiesta, pero estoy segura que también aparece cuando somos más vulnerables. Ford y Scott son dos caras de un mismo deseo. Los dos quieren salir airosos con Blade Runner porque sueñan con una mejor versión de sí mismos. El inconveniente está en que se desmoronan cuando ven en el otro un enemigo que amenaza su ser. ¿Y qué crees? Esto mismo ocurre en Venezuela. Ford y Scott llevan nombres diversos: afectos a la oposición o al oficialismo, empresarios y bachaqueros, líderes y pueblo, estudiantes e indiferentes a la lucha… La ideología ha borrado la identidad del venezolano y ahora cada uno intenta dibujar su propia versión e imponérselo al otro. Ante esto, es inevitable ver enemigos sin tomar en cuenta un deseo en común: vivir bien en una Venezuela próspera.

Pese a declararse enemigos, Ford y Scott consiguieron culminar la película. Lo que ocurrió luego, lo conoces: el fracaso de taquilla pues competía en ese mes con otro estreno E.T.: The Extra-Terrestrial; la admiración de los espectadores ante la estética y los temas filosóficos-religiosos frente a un mundo distópico. Blade Runner llevó a la gloria a Harrison Ford y le dio un nombre a Ridley Scott, pero solo ocurrió porque ambos supieron trabajar juntos pese a sus diferencias.

Y vaya que la vida tiene sus caprichos. Treinta y cinco años después, los reúne de nuevo para llevar una segunda parte de esta historia. Esta vez coloca a Scott como productor ejecutivo, rol más afín a sí mismo en Hollywood; y a Ford en el papel del detective que nunca supo comprender. Así ocurre con Venezuela, no en el 2019 sino en un presente catastrófico para la nación, donde hay ausencia de bienes esenciales y valores ciudadanos.  La lección más difícil que nos toca asimilar de toda crisis de identidad es ésta: seremos una mejor versión de nosotros mismos en la medida en que nos relacionemos y reconozcamos al otro en su humanidad.

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