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Los barcos rusos: una cabeza de playa

Rusia pretende instalar bases para el lanzamiento de misiles en territorio venezolano, según lo reseña Michael Peck en un artículo publicado en «The National Interest».

Si bien la administración Trump ha probado misiles lanzados desde tierra con un alcance superior al previsto por el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF, por sus siglas en inglés), el gobierno de Putin (aunque en este caso debería decir sencillamente Putin) ha respondido y en su «defensa» pretende usar puertos venezolanos para el anclaje de barcos equipados con misiles que si bien no portan cabezas nucleares, ciertamente podrían llevarlas hasta 2.500 kilómetros.

Esta acción rusa podría significar una nueva crisis de misiles en el Caribe, como la ocurrida en 1962. El gobierno de Maduro, empobrecido y en gran medida dependiente del ruso, ha suscrito un acuerdo que autoriza a buques de guerra rusos anclar en puertos venezolanos, y, según lo refiere Peck en su artículo, «ejecutar acciones de combate contra la costa de Norteamérica». Existe un tratado similar entre Rusia y Nicaragua.

No creo que Putin busque una guerra nuclear con Estados Unidos, porque su país ya no es la desaparecida URSS, y su armamento, aunque peligroso, no es el que tenían entonces. Prueba de ello es el accidente ocurrido recientemente durante la prueba de una bomba nuclear. Sin embargo, sí puede aspirar el dictador ruso a disminuir la presión estadounidense sobre los gobiernos títeres de Maduro y Ortega.

En 1962, John F. Kennedy y Nikita Jrushchov acordaron el retiro de bases en Cuba y en Turquía (los misiles Júpiter). No obstante, la actitud pasiva de Washington hacia Castro buscaba mantener un patio ruso desde el cual podría iniciarse un ataque (nuclear) a Estados Unidos en caso de ser necesario, más que un bastión comunista en el Caribe. Sobre todo porque Moscú retiró su apoyo a los movimientos insurgentes latinoamericanos en la década de los ’60. Putin puede pues, usar a Venezuela y Nicaragua como fichas, como cartas ocultas (si cabe usar esta palabra) bajo sus mangas.

Si uno especula (y en este caso es inevitable hacerlo), la salida de John Bolton como asesor de la administración Trump podría deberse a la necesidad de un hombre mucho más duro, uno que Joshua Goodman (citado por Alberto News) calificó en un tuit como «un raro diplomático que no tiene miedo de usar la fuerza para aquello que estados Unidos considera una causa noble».

Siguiendo la línea, no puedo obviar la metida de pata en Bahía de Cochinos y que aún hoy, sirve bien a la propaganda comunista cubana. Sé que para algunos es imperiosa una invasión militar estadounidense, pero temo yo, y creo con justa razón, que de ocurrir, podría degenerar una catástrofe política para Venezuela y desde luego, para Trump (por lo que asumo que no se arriesgará en un año electoral), de no llevarse a cabo con el vigor que indudablemente le faltó a Kennedy en Bahía de Cochinos (15-19/4/1961). Sin embargo, creo que aún después de la caída de la URSS, Cuba (el régimen Castro-comunista cubano) nunca dejó de ser una amenaza para el hemisferio. Sobre todo por su apetito financiero para sostener la dictadura. Por ello, más allá del «cese de la usurpación», que, en todo caso, es solo un paso necesario para avanzar hacia la construcción de una genuina democracia, urge un plan regional para fortalecer la democracia venezolana y debilitar el imperialismo cubano (cara visible del pretendido colonialismo ruso-chino en el continente americano). Obviamente, esta tarea no será fácil ni incruenta.

La administración Trump, y, desde luego, la de su sucesor si es que pierde las elecciones en noviembre del próximo año, e incluso la del que le suceda una vez deje el poder aun si gana la relección el próximo año, deben asumir como un tema de seguridad nacional la democratización de Venezuela (y de otras naciones que corren el riesgo de servir de nuevas bases a los intereses chinos y rusos en este lado del mundo), porque, de otro modo, la estabilidad de la región va a ser siempre quebradiza.

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