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Los amantes en sepia

Los recuerdos siempre son parte importante de nuestras vidas pero llega un momento en que cobran especial significancia: ya sea a los 21, en la flor de la juventud, cuando empezamos a adquirir experiencias que nos marcan y se viven las grandes aventuras; o a los 30 cuando ya hemos recorrido un buen trecho en nuestras vidas y superamos la crisis de las tres décadas; o incluso a los 75, cuando los recuerdos son de las cosas que más atesoramos, sentados en aquella idílica mecedora, recordando vivencias maravillosas de otrora, reforzando la noción de que recordar es vivir.

Una de las cosas que más vale la pena recordar son aquellos momentos vividos en compañía de una persona especial, es decir, un amante y hay muchos tipos de amantes en este mundo: desde esa persona con la que dimos nuestro tímido y torpe primer beso, hasta aquel amor de verano que solo vimos una vez en nuestras vidas. Si hay recuerdos que vale la pena conservar son los que involucran aventuras con el objeto de nuestra atracción.  No importa si estás en una relación estable y llena de compromiso, en algún momento mirarás algo que te recuerde a tu ex; pasarás por el motel en el que compartiste una noche salvaje con aquella persona que te llamaba la atención o revisarás tus contactos del celular y encontrarás el número de aquellos ‘buenos días’ que recibías a diario y que, por alguna razón, dejaron de llegar.

Los recuerdos de amantes pasados, pasajeros —que quedan casi como sueños o visiones irreales en nuestra mente, como una polaroid que el tiempo va desgastando, poniéndole tonalidades sepia a la imagen que en algún momento fue vívida y nítida— son los que nos hacen aprender, pues se dice que la experiencia es la mejor maestra. Nos enseñan a tratar a nuestras parejas, a cuidarnos mejor, a confiar (o desconfiar) de las atenciones recibidas, a ser más románticos y a formar un concepto de palabras como ‘compromiso’, ‘intimidad’ y ‘amor’; puesto que hay experiencias que definitivamente no se olvidan. Te apuesto, querido lector, que no has olvidado a tu primer amor o la primera vez que tuviste sexo; o aquella vez que supiste, por primera vez, lo que es un corazón roto…y aprendiste de ello. No te aflijas, son piedras en el camino de todos y cada uno de los seres humanos, pues el amor y el desamor están en nuestra naturaleza.

Sin incitar a la promiscuidad, hay quienes acumulan amantes como se acumulan perlas en un collar. Están aquellas personas que han vivido muchas aventuras, affairs y escapadas con incontables paramours. Son, por ejemplo, aquellos amigos a los que acudimos en busca de sabiduría y experticia en la materia de relaciones de pareja, sin nunca detenernos a pensar que usualmente estas personas están solas, sin importar la experiencia que tengan con el trato al sexo opuesto.

Otro tipo de acumulador de recuerdos amorosos es el fiel, esa persona cuya relación admiramos e incluso aspiramos a tener. Son personas muy fieles y atentas con su pareja, con la cual están unidas desde edades irrisorias, como esos chicos de 20 que son novios desde los 9 y que por alguna mágica razón sabían que estaban destinados a compartir sus vidas y siguen juntos. Todos sus recuerdos están compartidos e involucran la mutua presencia en sus memorias. Son de esas relaciones que nos hacen pensar «eso ya no se ve, no se da, no pasa».

La melancolía a veces invade a este álbum de recuerdos de nuestros amantes pasados, podemos encontrarnos suspirando de nuevo al ver aquella foto con aquel ser especial con el que solíamos salir. Detallamos nuestros rostros en la imagen, observando lo felices que nos veíamos y nos preguntamos «¿Qué nos pasó?». O caemos en el típico escenario de una noche de copas con nuestros amigos y nos descubrimos a nosotros mismos llamando a ese ex que jurábamos y pregonábamos haber superado, diciéndole cualquier cantidad de cosas de las que probablemente nos arrepintamos al día siguiente.

Hay momentos en los que ocurre todo lo contrario, tardes efímeras en las que nos reencontramos con aquella persona y nos sentamos a hablar de todas esas cosas maravillosas que vivimos e incluso se tocan heridas como peleas, infidelidades y traiciones. Para nuestra felicidad descubrimos que no son más que viejas cicatrices de guerra, así que pasamos aquella tarde pintada de sepia, tomando un café con ese amante pasajero, abriendo el álbum de los recuerdos que compartimos y atesoramos, descubriendo que en realidad son los recuerdos los que nos hacen quienes somos.

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